Desde que Valeria fue asesinada no he parado de comer, ya no me mido tanto para cazar, ni evito matar humanos, no selecciono mis presas, ni paso hambre para no dañar seres vivos. Ahora la vida es un baile, uno corto, solo espero que se apague la música para dejar de danzar.
—Vic, lo siento... Sé que te duele aunque digas que no —Robert acaricia mi rostro.
—No sé de qué hablas —desvío la mirada y me alejo de su caricia— ¿Por qué no me buscas algo de comer? —cambio de tema.
—En media hora que llevamos aquí te has comido tres osos. Vic, debes detenerte.
—Si no me buscas algo rápido saldré yo a cazar...
—¡NO TE ATREVAS! —gritó interrumpiéndome— La última vez mataste a un hombre...
—Un anciano —corregí—, no me gustó el sabor.
—Vic, corazón, por el bien...
—Robert, cuando decidimos comenzar a salir tú sabías qué tipo de criatura era yo. Una vampiresa, me alimento de la sangre de los seres vivos, soy una asesina a sangre fría insaciable. ¿No dices que me amas? Búscame algo de comer y mantenme feliz.
—Es que eso que tu tienes no es hambre, es gula...
—Lo que sea... Hambre, gula, ansiedad... —abrí la boca mostrándole mis colmillos filosos.
Él sin más opción se levantó del mantel colorido que nos había dado Nana, su amiga de Valsania, y se adentró en el Monte Kristall a buscarme algo de comer. Me tendí en el suelo y miré al cielo, este lugar es bello, ojalá pudiese disfrutarlo mejor.
Suspiro y cierro los ojos, no estoy dormida, solo pienso, más bien recuerdo.
(...)
—Victoria, ¿dónde diablos te metiste? —gritó Valeria arrastrando el cuerpo sin vida de una mujer.
Yo estaba escondida dentro del armario, la observaba por una pequeña rendija, no quería comerme a esa persona. Sentía lástima porque había perdido la vida demasiado joven.
—Señorita Valeria —llamó su atención el señor Telmer. Él transformó a Alissa y es el mayordomo principal de la mansión Solvant.
—¿Qué ocurre? —preguntó la aludida.
—Si me permite, yo me encargaré de darle la cena a la pequeña Victoria. Su padre solicita verla en el despacho.
—Bien, iré a verlo —soltó el cadáver y se retiró.
—Vic, Vic —la voz del señor Telmer sonó diferente, modificada, abrí los ojos y me encontré con esa mirada penetrante del lobo que me acompaña.
—¿Estabas dormida? —preguntó, la ternura de sus palabras me dio mareo.
—¿De qué planeta has venido? ¿Cuándo me has visto dormir? —me quejé poniéndome de pie de un salto.
—¿En qué pensabas? —preguntó cerca de mi oído, su dulce olor me invadió.
Tal y como el primer día que lo vi, su fragancia me envuelve, me desespera y me deja atontada.
—Cosas mías —ladeé la cabeza para no seguir embelesada—. ¿Y la comida?
—Solo encontré este pescado —se encogió de hombros.
—¡¿Pescado?! —hice una mueca de asco— Yo no como eso.
—¿Quieres dar un paseo conmigo? —extendió su mano— Concédeme unas horas solo para mí, aún es mi cumpleaños —me guiña un ojo.
—Vale, pero buscaremos algo de comer en el camino.
Caminamos juntos de la mano, me siento nerviosa, él es tan tierno y cálido conmigo. En el tiempo que llevamos saliendo siempre está atento a cómo me siento, ignora mi furia y mi mal humor, sé que hay veces que lo lastimo con mis comentarios hirientes sobre su familia y aún así sigue a mi lado.
—Robert, no te entiendo —pienso en voz alta.
—¿Qué no entiendes?
—¿Por qué te arriesgas así por mí?
—Vic, te lo he dicho un millón de veces. Desde que te conocí con doce años quedé flechado —me dedicó una sonrisa lobuna, sus ojos marrones brillan con intensidad—. Cuando regresaste, seguías siendo la misma. Confío que mi amor por ti recuperará a mi Victoria de ese abismo en el que te encuentras luego de haber perdido a tu hermana.
—Ese optimismo puede acabar con tu vida, ¿lo sabes? —solté su mano y me coloqué frente a él—. Todo acabará en una terrible decepción.
—Apuesto por ti, por nosotros. —Agarra mi rostro y me mira directo a los ojos—. Victoria Solvant, creo que es momento de hacer la pregunta.
—¿Qué pregunta? —intento soltarme de él y no me deja. Este chico realmente es fuerte o yo me he vuelto demasiado débil durante estos meses.
—¿Te casarías conmigo? —suelta mi rostro y extrae del bolsillo de su pantalón una cajita plateada.
Se arrodilla, sus ojos tintinean. ¡¿En qué anda pensando?! ¿Casarnos?
—¿Te has vuelto loco? —solté de golpe.
—Desde que me atreví a enamorarme de una vampiresa sangre pura —sonríe pícaramente.
—No.
—¿No? Pero... Mira —abre la caja, un enorme zafiro rojo sangre resalta en su interior— Cásate conmigo —esta vez su petición suena a súplica.
—Que no, que lo nuestro... No —niego con la cabeza—. Esa es mi respuesta final, no insistas.
—Mi padre desea que me case. Los futuros alfas como yo debemos casarnos jóvenes. Mi padre ya es viejo y...
—Robert —lo interrumpí— lo nuestro, sabes que no debe ser.
—¿No debe ser? —se pone de pie, esta vez su tono es el de una persona enojada— ¿Y qué?
—Robert...
—Victoria, llevamos seis meses saliendo. ¡Seis meses! En tu vida será un paseo, pero en la mía ese tiempo es oro. Mi padre, el alfa de la manada, ya te dije que desea que me case, incluso preparó a una joven de la aldea.