barrio31

Capitulo 12 Traigan a Pablo ante mi

8:00 a.m. del día siguiente
Hugo, reclinado en el sillón de cuero de su oficina capitán, esbozó una sonrisa paternal hacia Pablo:
—Buen trabajo. La operación nocturna fue impecable. —Deslizó un sobre manila sobre el escritorio—. Trescientos dólares de bonificación por agente involucrado. Que pasen por el departamento financiero.

Pablo parpadeó sorprendido antes de alzar el pulgar con complicidad:
—¡Eso es actitud, jefe!

—Prioriza los interrogatorios. Informa cualquier avance —indicó hugo ajustándose las hombreras de su uniforme.

—A la orden —asintió pablo girando hacia la salida.

—Un momento —Hugo abrió su armario blindado. Entre filas de botas lustradas, extrajo un par nuevo en su caja—. ¿Qué talla calzas?

—Cuarenta y dos.

—Perfecto. Yo soy cuarenta y tres —depositó el calzado de piel italiana sobre los informes pendientes—. Regalo de un proveedor. Te vendrá mejor que a mí.

—Es... demasiado valioso —objetó Pablo examinando la suela de goma táctil.

—El calzado es para pisar fuerte, no para admirar —Hugo hizo un gesto de desprendimiento—. Tómalo.

Al sostener la caja, Pablo sintió el peso simbólico del gesto. Hugo, pese a su fama de estricto, premiaba el mérito con precisión quirúrgica.

—Gracias, capitán.

—De nada, vuelve al trabajo —dijo Hugo riendo.
—Vale.

Pablo se fue con los zapatos.

Los siguientes días, el Grupo 3 dedicó toda su energía a los interrogatorios. Sin embargo, para sorpresa de Pablo, Juan y Pedro se negaban a hablar, manteniendo su papel de ignorantes pese a que los otros dos secuaces ya habían confesado.

La labor de interrogatorio no era el fuerte de Pablo: al no estar en zona caótica, sus métodos más brutales estaban restringidos. Los agentes Manuel y Luca, con mayor experiencia en procedimientos reglamentarios, asumieron la tarea. Pablo, por su parte, se centró en analizar las evidencias y esperar nuevos indicios.

Jueves, 3:30 p.m.
Pablo conversaba relajado en la oficina del Grupo 3 con David, Manuel y Luis cuando Alan irrumpió tambaleándose, el aliento impregnado de alcohol.

—¡Joder! ¿Nada de interrogatorios? Todos holgazaneando —escupió con voz pastosa.

—Descanso técnico —Pablo asintió secamente.

¡Slap!

Alan le propinó su habitual golpecito en la nuca:
—Haz espacio, estrella de cine.

El futuro líder se desplazó en la banqueta con media sonrisa:
—Deja de usar mis vértebras como tambor. ¿Fetiche craneal o qué?

—¿Ahora que serás jefe oficial no aguantas bromas? —el ebrio se burló, derrumbándose en una silla

— ¿Control de licores en horario laboral? —contraatacó Pablo—El hígado aguanta, pero no tu cuenta bancaria . Cada borrachera te cuesta medio mes de sueldo.

Alan cruzó las piernas con gesto de filósofo callejero:
—Amistades =como compromisos. Treinta años, soltero... —hizo un guiño obsceno—. Esta semana conocí a una paraguaya que haría llorar a Miss Universo. Inversión necesaria.

—Ah —asintió Pablo con complicidad, sacando deliberadamente un cigarrillo Redpoint de su bolsillo y encendiéndolo.

—¡Joder! —Alan se enderezó como resorte ebrio—. ¡Pequeño cabrón! ¿No decías que no tenías más? ¡Escondiendo reservas! ¡Dame uno!

—No queda. El último —respondió Pablo exhalando una espiral de humo.

—¡Que te folle un pez! Deja de sangrar al jefecito —intervino Luca alargando la mano—. Hoy logré avances en el interrogatorio. ¿Premio en nicotina, no?

La costumbre de Alan de bromear agresivamente con Pablo había relajado los protocolos jerárquicos del grupo.

—En serio, no hay más —Pablo apartó la mano del ebrio con sonrisa diplomática.

—¡Aguafiestas! ¡Dame ese maldito pitillo! —Alan aferró su muñeca con fuerza de primate borracho.

—¡Te juro que es el último! —Pablo intentó zafarse sin levantarse de la silla.

—¡Saquéenlo! —rugió el alcohólico inmovilizándolo contra el respaldo—. ¡Todos aquí! Revisen sus bolsillos. ¡Este cabroncito novato necesita lecciones de generosidad policial!

—Alan, en serio no tengo más. Suelta —dijo Pablo con sonrisa de ángel, mientras la hoja del cuchillo táctico relucía bajo los fluorescentes.

—¡Manos a la obra! ¡Luis, sujeta sus piernas! —el ebrio forcejeaba por alcanzar el bolsillo del uniforme.

Todos excepto David se abalanzaron en una coreografía de caos.

—¡Joder! ¿Crees que no puedo contigo? —Alan extendió los dedos hacia el paquete de tabaco.

¡Schick!

En un movimiento felino, Pablo empuñó el cuchillo reglamentario y lo clavó 1.5 cm en el muslo de Alan.

—Te dije que dejaras de jugar —susurró con voz melíflua, retorciendo la hoja antes de extraerla.

¡Schick!

Segunda puñalada controlada. Alan retrocedió tambaleándose, dos círculos carmesí expandiéndose en su pantalón.

El grupo se petrificó. Hasta David, en su rincón, observaba al futuro líder con pupilas dilatadas.

—¡Vaya! ¿En serio te corté? —Pablo alzó las palmas en falso arrepentimiento—. Era broma, ¿no lo captaste?

Alan se examinó el muslo sangrante, mordiendo un juramento.
—¿Estás bien? —preguntó Pablo con tono de falsa preocupación.

—¡Joder! ¿Juegas con cuchillos? —el herido lo empujó con furcia etílica.

—Te advertí que dejáramos las bromas —respondió Pablo sonriendo mientras limpiaba la hoja—. Accidente entre colegas, ¿no?

El silencio se espesó. Las miradas del equipo ya no tenían rastro de complicidad.

—Nada de bromas pesadas en el futuro, ¿entendido? —Pablo dejó el arma y tomó el brazo de Alan—. Vamos a la enfermería.

Alan siguió sumiso, la rebeldía ahogada por dos perforaciones estratégicas.

Consecuencias:
Desde ese incidente:
- Ningún miembro del Grupo 3 osó sobrepasar límites con Pablo
- La imagen de "novato" se esfumó
- David conectó los puntos: la ausencia de represalias de Leo (primo de Hugo) tras el caso de secuestro indicaba negociaciones extraoficiales




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