barrio31

Capitulo 14 No puedo arriesgarlo

6:00 a.m. del día siguiente

El teléfono destrozó el sueño de Pato a las 6:05. Una emergencia en su unidad lo hizo escupir maldiciones mientras se lanzaba hacia la comisaría.

Pablo, ya en pie, contemplaba su presupuesto para desayunar cuando...

—¡Toc toc!

MARiA sostenía una caja de medialunas humeantes:
—Son recién horneadas. Toma.

—No debías... —murmuró Pablo con rubor incómodo.

—Vecinos ayudan a vecinos —sonrió ella, en agradecimiento por el agua caliente de la noche anterior—. Tengo cobertura externa temprano. ¡Hasta la noche!

—¿Tan pronto?

—Equipo de televisión necesita ajustes —explicó alejándose con olor a jazmín—. ¡Adiós, amiga!

Pablo se quedó pegado al umbral:
—¿Amiga? ¿Cree que soy gay?

En ruta a la televisora
MARiA susurraba a su colega con ojos de conspiradora:
—El guapo de mi edificio... Tiene preferencias alternativas.

—¿En serio?

—Te juro que lo vi con mis propios ojos —afirmó mordiendo un medialuna—. Un tipo en ropa interior en su cama.

—¡Qué desperdicio cósmico! —la amiga lamentó, ajustando su micrófono.

......

Tras desayunar las medialunas que MARiA le entregó, Pablo se alistó rápidamente y partió hacia la comisaría.

(Nota contextual: Tras una catástrofe climática global que sumió a la Tierra en una pequeña era glacial de 3-4 décadas, la humanidad enfrentó despoblación masiva, escasez de recursos y la destrucción de civilización. En este renacimiento posapocalíptico, barrios como el 31 apenas llevan una década de reconstrucción. La infraestructura de transporte es precaria: sin autobuses ni metro, la mayoría se desplaza a pie. Solo comerciantes exitosos o funcionarios de alto rango pueden costear vehículos eléctricos, cuyos costos de recarga son exorbitantes.)

Pablo, conocido por su tacañería extrema y con planes financieros que requerían cada peso, nunca consideró comprar un vehículo eléctrico. Tras caminar diez minutos, al pasar por la tienda Rodríguez Peña 614 donde pretendía adquirir un vapeador, dos hombres corpulentos de mediana edad lo interceptaron en formación de pinza.

El policía analizó su lenguaje corporal y facciones marcadas por cicatrices, retrocediendo instintivamente mientras sus músculos se tensaban en modo combate.

—Sin hostilidad. Solo conversar —murmuró el de izquierda con voz áspera.

—¿Identidad? No los reconozco —Pablo mantuvo las manos visibles.

El segundo hombre levantó discretamente su camisa, revelando una Glock 19 enganchada en el cinturón:
—La presentación formal sobra. Esto es nuestro saludo.

Con el seguro del arma desactivado mediante un click metálico, el líder repitió:
—¿Charlamos?

El agente mentalmente repasó sus conflictos recientes en la ciudad de Daba antes de asentir con frialdad:
—Vamos.

...

Minutos después
Cuatro hombres de mediana edad flanqueaban a Pablo, mientras un anciano en una camioneta todoterreno lo observaba con ojos de halcón.

El agente analizó rápidamente:
- Vestimenta: prendas genéricas de mercados negros
- Accesorios: gorros de lana desgastados
- Higiene: rastros de tierra estratégicamente distribuidos

En esta era postapocalíptica, los "caballeros" de traje y retórica pulida no lo intimidaban. Pero estos tipos con olor a polvorín y miradas de topo urbano... Le recordaron demasiado a José, aquel contrabandista que ventiló con tres balas 9mm.

—¿Tú capturaste a Juan y Pedro? —El viejo en la camioneta cruzó sus brazos llenos de cicatrices balísticas.

La razón principal por la que Pablo no optó por un enfrentamiento directo y decidió seguirles obedientemente fue su deducción de que estos individuos estaban vinculados al caso de los medicamentos falsos. Si hubieran sido hombres de José, simplemente le habrían disparado de inmediato. El conflicto directo con Leo tampoco habría escalado al nivel de usar armas de fuego. Por lo tanto, la única posibilidad era que estuvieran relacionados con el caso de las falsificaciones: ya sea para recuperar su negocio o rescatar a sus cómplices. Esa lógica fue lo que hizo que Pablo no actuara violentamente.

Pablo dudó un instante antes de asentir:
—Fui yo quien los arrestó.

—Me llamo Martín, hermano de Juan —el anciano bajó la mirada, extrayendo un cigarrillo que encendió con un encendedor .

Pablo parpadeó rápidamente, adoptando una pose aduladora mientras se inclinaba levemente:
—Un honor, patrón. No sabía que era usted.

Martín observó por la ventanilla con voz rasposa:
—Jovencito, ¿recién llegado a Daba?

—Sí, compré el puesto hace poco —respondió con falsa ingenuidad—. Soy novato en esto.

—No tan novato si ya lideras un grupo —el viejo inhaló profundamente, el humo formando espirales de amenaza—. Tú manejas el caso. Encuentra... discrepancias procesales para liberarlos.

—Es que... —Pablo jugueteó nervioso con su collar—. Los procedimientos son estrictos.

—No pedimos caridad —Martín hizo un gesto casi imperceptible.

El matón a su derecha sacó un fajo de billetes de $20,000 dólares de su chaqueta:
—Tómalo.

—Esto... no está bien —Pablo rechazó el dinero con risa forzada.

—¿Prefieres plomo en vez de billetes? —el matón apretó el gatillo de su Glock con click audible.

Gotas de sudor frío trazaron líneas en la frente del policía. Cada fibra de su instinto gritaba que estos hombres ejecutarían sin dudar.

—Joven —Martín continuó con tono paternal falso—, tú controlas las pruebas. Un "error" de documentación, un "olvido" de cadena de custodia... Mis chicos salen, tú prosperas.

Inhaló profundamente antes de soltar humo venenoso:
—En estos tiempos, sin dinero no sobrevives. Esto —señaló los billetes— mantiene a tu familia unida, fortalece amistades, compra protección. ¿Tus principios te darán eso?

Sus ojos muertos se clavaron en Pablo:
—Un policía vive al filo. Mañana podrías estar en una zanja. Pero el dinero... el dinero siempre canta su canción.




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