barrio31

Capitulo 17 Y su contacto?

Dentro del dormitorio
Pablo, limpiando su arma con meticulosidad, preguntó sin levantar la vista:
—Manuel, ¿cómo terminaste en el Barrio 31?

El agente respiró hondo, como si desempolvara recuerdos enterrados:
—Como casi todos aquí. Cuando ocurrió el Desastre, muchos países colapsaron. Los que sobrevivieron formaron el Gobierno de Coalición, creando zonas de refugio en cada continente.

—Sudamérica fue la más afectada —continuó con amargura—. Naciones enteras desaparecieron. Millones intentaron llegar a la Zona Americana del Norte, pero ni siquiera allí había recursos suficientes.

—La Coalición implementó un sistema de lotería para asignar plazas —una risa seca escapó de sus labios—. Pero el 90% de los cupos fueron acaparados por élites: políticos, magnates, genios con doctorados...

—El resto se vendió en mercados negros —apretó los puños—. ¿Sabes cuánto costaba una plaza básica? Diez años de salario . Para alguien como yo... imposible.

Al escuchar esto, el compañero experuano que limpiaba su fusil cerca asintió con voz queda:
—Nuestras historias son espejos rotos del mismo cristal.

Manuel, con una sonrisa que escondía cicatrices históricas, preguntó:
—¿Conoces el génesis del Barrio 31?

Pablo ajustó el cargador de su arma:
—Fragmentos sueltos.

—La Zona Americana de Refugio —comenzó Manuel con tono de cronista— prometía infraestructuras más completas. Pero cuando oleadas humanas de todo el planeta llegaron... —hizo una pausa dramática— descubrieron que las puertas se cerraban ante 85 millones de almas desesperadas.

El experuano interrumpió mordaz:
—El invierno nuclear convertía la esperanza en armadura. Sin ella, miles intentaron asaltar los muros del Refugio.

—La Coalición, en su "misericordia infinita" —Manuel hizo comillas aéreas con los dedos— destinó el 3% de sus recursos a crear esta Zona Autónoma Sudamericana. Un experimento social donde arrojaron a 47 millones de refugiados.

—¿"Autónoma"? —Pablo alzó una ceja irónicamente—. ¿Código para sálvense solos?

—Exacto —asintió el peruano limpiando una lágrima de pólvora—. Sin alimentos, energía ni ley. Solo caos organizado. Así nació el Barrio 31: crisol de razas, idiomas olvidados, y desesperación convertida en moneda.

Pablo guardó silencio por un largo rato antes de preguntar:
—¿Queda alguien más en tu familia?

Manuel bajó la vista, sus ojos perdieron brillo:
—Nadie. Mi madre y mi hermano menor no resistieron la Pequeña Glaciación. —Hizo una pausa, tragando amargura—. Mi padre fue de los primeros agentes de Daba, pero cayó en una operación contra contrabandistas de calorías.

El líder del Grupo 3 contuvo una mueca de culpa:
—...Lamento profundamente preguntar.

Manuel sonrió con esa sabiduría que solo dan las cicatrices del alma:
—El verdadero sentido de la existencia no es sobrevivir al dolor, sino seguir amando la vida con las heridas abiertas. Valorar cada respiro, proteger la paz ajena como acto de compasión... y guardar la propia serenidad como suprema sabiduría.

Sus ojos, pozos de experiencia acumulada, se clavaron en Pablo:
—¿Y tú, hermano? ¿Qué raíces te sostienen? ¿Qué viento te arrastró hasta los callejones del Barrio Caótico?

—Yo... —Pablo comenzaba a desnudar su pasado cuando...

¡Bip!

La radio policial de frecuencia corta escupió estática áspera.

—Reporta —ordenó Pablo ajustando la antena oxidada.

La voz de Nico surgió entre crujidos eléctricos:
—Jefe, Martín entró en un almacén en Flores. Movimientos sospechosos, alta probabilidad de reunión con cabecilla.

—¿Número de objetivos?

—No vi al pez gordo —respondió Nico—. Pero hay 2-4 vigías en cruces clave. Portan rifles de fabricación casera.

—¿El grupo de Martín?

—Tres hombres con escopetas recortadas en una camioneta oxidada a dos cuadras. Solo él entró.

—¿Armamento estimado?

—Sin confirmar —la voz de Nico se tensó—. Pero por los bultos que cargaban: probablemente granadas de tubo y fusiles de asalto viejos.

—Entendido. Mantén posición con prismáticos. Equipo en camino. —Pablo alzó la voz en la sala lúgubre—. ¡Revisen armas rudimentarias!

Manuel se levantó primero.

—El caso primero —Pablo golpeó el hombro del peruano con media sonrisa—. Las confesiones... las pagará el aguardiente de contrabando después.

—Confirmado —asintió Manuel

Manuel —un hombre de acción incansable, experto como observador y demoledor, con una puntería que lo ubicaba entre los mejores del Grupo 3— revisó su chaleco antibalas con gesto profesional.

—Reúnanse en el estacionamiento —ordenó Pablo antes de deslizar su dedo sobre la pantalla de su smartphone.

La llamada conectó al segundo tono:
—¿Pablo? —la voz de Hugo sonó clara a través del altavoz.

—Capitán, necesito refuerzos urgentes —el tono de Pablo fue tan directo como un disparo limpio.

—¿Encontraste al pez gordo? —la excitación de Hugo casi se podía palpar.

—Posiblemente. Estimamos 10 sujetos con armamento pesado —Pablo —. Sin apoyo, no podemos avanzar con seguridad.

—¿Cuántos necesitas?

—Cuarenta.

—¡Cuarenta! —Hugo soltó un silbido—. La Unidad de Investigación 1 está desplegada en tres operativos. ¡Ni 20 puedo movilizar!

—Sin refuerzos, el riesgo es inaceptable —Pablo —. Usted conoce nuestras limitaciones logísticas.

Tras un clic de teclado al otro lado de la línea:
—Movilizaré a la Unidad de Investigación 3. Coordina con Pato en el punto de reunión.

—¿El equipo de Pato? —Pablo contuvo un gesto de frustración.

—¿Tienes objeciones?

—Para nada —respondió rápido—. Con Pato la coordinación será eficiente.

Aproximadamente cinco minutos después, Pato irrumpió en escena seguido por veinte agentes. Vestían uniformes verde claro, cargaban escudos antidisturbios en los hombros y empuñaban cinco fusiles Kar98k restaurados.




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