En el planeta minero Basalto hay un lema muy popular entre los obreros de mina y expansionistas: "Trabaja duro, muere rápido" Lo que pareciera ser más que un lema, un refrán que solo sirve como un triste recordatorio de la desesperanzadora vida minera en este planeta, es en realidad una insignia de perseverancia y valentía.
Los días son largos y el trabajo es duro, y aunque a ojos de muchos pudiera parecer una injusticia, el yugo de una esclavitud cobardemente disfrazada con otro nombre es el castigo que impone el Imperio a la no-cordonancia.
Después de una jornada calurosa en una de las minas del gran planeta rocoso los obreros vuelven a sus complejos residenciales.
— Ha sido un día largo, ¿eh? — Le comenta Misar a su compañero mientras caminan por un largo túnel obscuro.
— Sí. Hoy más que otras veces. — Responde, mientras se restriega la cara con una empolvada mano.
— ¿Sabes hasta cuando tendremos que seguir en esta mina? Me parece una mierda que el JAM nos haya enviado a todo el complejo 102 aquí. — Dice Misar mientras no despega su mirada del camino.
— No sé. No han dicho nada. En Fermin por lo menos teníamos al sector comercial cerca, ahora no tenemos ni un maldito galan-bar a menos de 2 horas.
— Sí, pero ¿qué más podemos hacer? Las órdenes vienen de arriba.
— Tú lo dijiste, una completa basura.
— Como sea. Nos vemos mañana, cuídate — Se despide con desdén mientras detiene su paso frente a la inmensa plataforma de elevación.
— Ajá, hasta luego.
Misar es un joven minero del planeta Basalto. Aun siendo relativamente joven (para los estándares Imperiales) es reconocido por su asiduo ímpetu en las minas y por un tesón como ningún otro. Siempre ha creído que si no ha sido capaz de hacer algo, es por que no lo ha intentado lo suficiente.
El joven obrero se encontraba sentado junto a otros trabajadores de su complejo esperando por la hora de ascensión de la plataforma. Exhausto por un largo día de trabajo en las minas se detiene a contemplar la anchura e inigualable belleza del cielo nocturno del planeta. Una epifanía de estrellas y luces destellantes adornadas por dos lunas cuyos brillos acarician suavemente la piel de Misar como una suave brisa.
En su mente pasan muchas cosas: la inmensidad del universo, la lejanía de este, y el inconcebible poderío del Imperio Maratori. Misar estaba acostumbrado a una vida de trabajo duro y esfuerzo, aunque le hubiera gustado (como a todos los residentes de aquel planeta) haber nacido con cordonancia, no le daba vueltas a esto. Él sabía que no cambiaría nada el hacerlo. La realidad era la que era, y había que afrontarla con la cabeza en alto.
Una vez llegada la hora de ascensión, empiezan a desplegarse sinnúmero de advertencias y precauciones de protocolo para evitar accidentes en este proceso. La plataforma Despliega una cúpula de plasma celeste brillante y empieza a rotar haciendo un agudo sonido similar al que hace un objeto al pasar a altas velocidades.
Una vez la plataforma ascendida, espera a que el tumulto de la multitud de obreros agotados por la dureza de una jornada más se disperse. Una vez pasado el tiempo suficiente en el que el paso es apenas y posible, se dirige hacia su hogar. La residencia 405-A.
Atraviesa el velo protector y es recibido por un olor a estofado de greyrat recién hecho.
— Ya llegué a casa, Ma— Anuncia Misar mientras desarma su aparatoso equipo minero.
— Qué bueno que ya estés en casa, cariño. — Se escucha desde la cocina.
— Así es. ¿Sabes algo?, hoy fue un día largo. Bar accidentalmente tumbó dos de las cinco caras del día de hoy, aunque todos en la Cam tenían pensado reportar el incidente, yo me quedé a ayudarlo a recoger todo, y gracias a Halal terminamos a tiempo para la entrega.— Comenta desanimado mientras se sienta en una de las 3 sillas de la mesa ovalada con la mirada puesta en la nada.
— Ay, mi cielo, son cosas que pasan. Lo bueno es que en tu Cam todos son muy unidos y se apoyan entre ustedes. — Empieza a servir en dos cuencos de porcelana el oloroso mejunje.
Se sienta Gala en la mesa después de ubicar uno de los platos enfrente de su hijo.
— ¿No me escuchaste? Todos querían reportar el incidente, sabiendo que multarían a Bar, sólo yo me quedé.
— Es cierto, cariño. Eso es muy bueno. — Responde con un vertiginoso desinterés.
— ¿Bueno qué cosa? Ni si quiera me estás escuchando.
— Tienes razón, toda la razón. — Contesta Gala mientras tiene la boca llena.
Sus pupilas titilaban, y su boca esbozaba sutiles sonrisas. Gala no estaba escuchando a su hijo, evidentemente. Aunque su cuerpo se encontraba en la mesa, comiendo junto a Misar, su mente se encontraba divagando en el vacío entretenimiento que brindaban los EIN (Experiencias Inmersivas Neuronales) que ella usaba para escapar de su acalorada realidad.
— Increíble — Suspira — Estaba bueno, Ma. Gracias.
Misar se retira con un nudo en la garganta y con el plato a medio terminar. Deja el cuenco en el lavatorio y se dirige a su habitación sin pronunciar palabra alguna a su madre, pues el sabía que no la oiría.
El joven minero no se sentía escuchado. De hecho, llevaba ya varios años sin sentir que alguien realmente lo escuchaba. Malec, su padre, era la única persona con la cual sus palabras no regresaban vacías, sin embargo, desde su fallecimiento se resignó a vivir encapsulado en su propio mundo, siendo él mismo el único público objetivo de sus conversaciones y pláticas solitarias.
El padre de Misar había sido un investigador e ingeniero biológico del Imperio Maratori. Falleció a causa de una disputa entre la fuerza armada del Imperio Maratori y una banda terrorista.
Después de este suceso las finanzas en la familia decayeron en picada. Aunque Misar demostró desde pequeño una audacia e ingenio extraordinarios para la mecánica y el entendimiento de sistemas rúnicos complejos, Gala no podía costear sola estudios avanzados para su hijo. Por lo que este terminó teniendo la instrucción estándar de la población basáltica no-cordonante.