Basalto 2700

Capítulo 2

Después de un apresurado descanso, el sistema horario que Misar tenía instalado en su cuerpo le notificó mediante espasmos y segregaciones químicas que la hora de dormir había terminado. Había que empezar otro día de trabajo en el maravilloso planeta Basalto.

Se dirigió al baño, enjuagó su cara con hidrolio con la esperanza de desvanecer la pesimista expresión. Aunque el sistema horario hacía que al momento de levantarse no sintiera cansancio alguno, su alma estaba ciertamente exhausta.

Camisa, chaqueta, pantalón, bota izquierda y derecha. Todo en ese orden. El proceso de uniformarse para otra jornada se había vuelto un bien conocido ritual en su vida. Aunque en un inicio cuando empezó a trabajar como minero sentía cierta complacencia al prepararse para afrontar el mundo como alguien "provechoso", con el paso del tiempo terminó adquiriendo una inexplicable repulsión a la sensación que le producían las ásperas botas al colocárselas.

Procuraba siempre estar puntual en la plataforma de ascensión por la increíble facilidad con la que esta se llenaba.

Misar no era ni de lejos el minero más joven, de hecho habían muchísimos compañeros que eran contemporáneos a él. Pese a esto, nunca busco tener una cercanía mayor a la de un conocido con ninguno de ellos. No por capricho o resignación, sino por la ciega e incluso un poco ilusa convicción de que algún día saldría de ahí. La convicción de que algún día llegaría a palpar con sus propias manos las estrellas.

En el Imperio Maratori todo estaba dividido en dos marcados estratos: La población cordonante o "Ciudadanos" y la población no-cordonante, también llamados "Primios". Aunque ambos gozaban de los derechos básicos de subsistencia, unos los tenían como derecho innato y los otros los ganaban con el sudor de sus frentes.

La cordonancia es descrita en el libro escrito por Malec como: "El don evolutivo adquirido para lograr la simbiosis con los Hak'Zel". Básicamente, los cordonadores son dos pequeños órganos esféricos ubicados a la altura de los trapecios. Su función en el organismo es la de silicificar el organismo y hacer tolerable para el cuerpo humano el proceso de ascensión.

Durante la época de las primeras ascensiones se realizaron sinnúmero de intentos de simbiosis experimentales que daban como resultado con el fallecimiento del huésped humano. Sin embargo, a causa de aquel constante envenenamiento silícico en los primeros sujetos, los cuerpos de estos terminaron creando los cordonadores como una respuesta evolutiva ante tan dura y arbitraria invasión biológica.

Los humanos que nacieron con la cordonancia tienen el privilegio y el derecho de decidir que querían ser. Tienen puertas abiertas en la política, la milicia, la investigación, la innovación científica, o cualquier tipo de campo intelectual de prestigio. La galaxia es de ellos solo por el hecho de tener compatibilidad con los Hak'Zel.

Por otro lado aquellos que no fueron bendecidos con el don de la cordonancia se ven obligados a ganar su derecho de suelo y subsistencia haciendo trabajos pesados en planetas mineros, fábricas, es decir, todo campo laboral que implique fuerza bruta.

Una vez a ras de suelo la plataforma de ascensión, una horda de mineros es liberado en los carriles cuyo destino son las frondosas minas basálticas. Misar encaja sobre sus hombros su pesado perforador y se dispone a seguir su camino habitual hacia la mina.

Después de un relativamente corto trayecto, llega a la mina asignada a su cam. Cuando de repente una voz desde la oscuridad lo toma por sorpresa.

—¡Misar! Mi amigo, mi todo, mi fiera. ¿Cómo estás? — Saluda efusivamente Bar en la entrada de la cueva.

— Hola, Bar. Bien, estoy bien. — Responde sin interés alguno de seguir la conversación.

— ¿Por qué esa cara tan larga? ¿No desayunaste? — Pregunta mientras se acerca para rodear con su brazo el cuello de Misar en son de camaradería.

— Esta es mi cara de siempre, ¿de qué mierda hablas, Bar? — Replica hostilmente mientras aparta el abrazo con un movimiento de hombros.

— No sé, simplemente te vi triste, creo yo.

— Bueno, como sea ¿se puede saber por qué la felicidad excesiva? ¿Acaso respondió finalmente la señorita de la taberna a tus insinuaciones sexosas?

— !Jajá! Me alegra de que preguntes, y no, desgraciadamente no fue eso. — Bar recupera el tono vivaracho del inicio de la interacción. — Verás, he sabido de parte de un informante muy confiable que la razón por la que ha habido tanta actividad del imperio en este planeta de porquería es debido a una reubicación de uno de los laboratorios de investigación imperiales. Esa es la razón principal por la que reubicaron a KeyCor a todo el complejo.

— ¿Ajá? — Pregunta Misar con cierta incertidumbre mientras se apoya sobre su perforador.

— Bueno, una banda de contrabandistas ofrece una jugosísima recompensa por fotografiar tridimensionalmente un cargamento especial. Nada más ni nada menos que 250.000 créditos. Eso es más del quíntuple de lo que puedes generar en un año.

— Okay... ¿Y ahora por qué me dirías esto?

— Pues porque quiero agradecerte por haberme ayudado ayer con mi cagada con las caras. —Dice esbozando una astuta sonrisa en su boca.

— No fue nada, no te preocupes.

— No, no, insisto. El trabajo fue encargado para mí, pero pensé en ti amigo mío, ¿qué dices? A un joven como tú no le vendría nada mal una jugosa paga extra, eh. Obviamente me llevaré el 30%, por la información. Es una súper ganga.

— Nah, me niego. — Responde tajantemente mientras se sube a uno de los vagones de la mina.

— Tal y como espera- ¿QUÉ? ¿Te niegas? — Dice mientras cambia radicalmente su semblante por aquella inesperada respuesta.

— Obviamente me niego. ¿Tienes idea de lo que me haría el imperio si llega a salir mal? Además, no necesito esos créditos. Si bien es cierto mi salario aquí rosa la miseria, no tengo apremio alguno ahora. Prefiero seguir viviendo con mi salario de porquería a arriesgarme a que uno de esos bichos imperiales me saque las tripas por la boca. — Presiona el botón de marcha del vagón.




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