Dentro de las paredes de aquel castillo, bajando cerca de los calabozos, otro golpe chocó contra la mejilla de Radomir, esta vez rompiendo el puente de su nariz, pero sin dejarse intimidar, se levantó del frió piso y alzó las manos para devolver el golpe a aquel rubio quién le miraba de forma despectiva. La diferencia de portes y de edad eran notorias, su cabello oscuro y su piel acanelada demarcaba aún más el claro color de sus ojos, un tono celeste verdoso, por parte de su padre; a diferencia del mayor, quien tenía una piel pálida y ojos azules, todos rasgos de su joven madre. Alzando su pequeña mano intentó propinar un golpe contra el mayor, quién la esquivo antes de golpearlo de nuevo, ahora en sus costillas las cuales ardieron ante el dolor, pero no lo detuvo y alcanzó a golpear de vuelta al mayor en su estómago, haciendo que se alejara un poco. Aunque la mirada de odio en su contra prometía una venganza por su osadía.
Al soltar su estómago, volvió a empuñar sus manos y se dirigió contra el menor, le era imperdonable el haberlo tocado.
—¡¡DRAGO!! —Una voz llegó desde la puerta y luego unos pasos rápidos bajaron por la escalera de piedra interponiéndose entre el mayor y su víctima, su voz era imposible no reconocer. Era Radomir — ¡Basta! ¿Por qué ostentas contra su integridad?
—Y tú por qué osas defenderlo Rikard —Gruñó el mayor, sin bajar sus puños pero sin amenazar al peli-castaño frente a él — ¡No es más que un maldito bastardo!
—Y eso que, no somos quienes para lastimarlo —Defendió Rikard luego ahogando un suspiro, sabía que eso no ayudaría en nada, era inútil así que solo le indico la puerta— Padre te ha llamado, dijo que era importante
—Esto no termina aquí bastardo —Amenazó antes de chasquear la lengua e irse — Ni Dios podrá salvarte de esto
—¿Estas bien Radomir? —Rikard volteo a ver al menor, pudo apreciar una gran cantidad de moretones que el menor tenía en su rostro, ambos se diferenciaban por cuatro años y aún no entendía como aquel pequeño de tan solo siete años podía soportar sin llorar los golpes de Dragomir, quién era el mayor de todos— Ven vamos a lavar tu rostro
—Gracias Hudde —Tan solo susurro bajando la cabeza, le apenaba que lo vieran en ese estado, y más aún cuando ni siquiera había podido devolver la misma cantidad de golpes
Luego de aclarar su rostro y limpiar parte de sus heridas, sin soltar su mano caminaron hasta una pequeña capilla, donde se alzaba una figura, la cual parecía observar cada uno de sus movimientos. Al no haber nadie, Rikard lo llevó hasta los pies de la figura y ambos, ahí se arrodillaron.
Una sonrisa honesta cruzó los labios de Rikard cuando tomó las manos del menor y se las juntó frente a su boca, para luego susurrar »Repite después de mí« y juntando sus propias manos y cerrando los ojos comenzó a agradecer por todos, pidió por cada uno de los miembros de su familia, los criados, los caballeros y por él. Radomir tan solo repetía las palabras, hasta que el mayor pareció conforme finalizando la oración con un »Amen«
Esa fue la primera vez que rezo, que conoció a su creador y a quién más admiraba Rikard. Desde ese día aprendió que todo lo malo era un castigo y todo lo bueno era recompensa. Y Radomir estaba seguro que aquel tiempo con Ricard, era su recompensa por defenderse de Dragomir.
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—Drago —Rikard ahogó un suspiro al apreciar el odio de su hermano al combatir contra -quién él llamaba Bastardo- Radomir quién mostraba una orgullosa sonrisa al poder no tan solo esquivar, sino devolver los ataques del bracamante con tan solo una espada vieja y sin filo
El choque del frió metal golpeando llenaba el silencio en el jardín de entrenamiento, todos observaban lo que pasaba, los gemelos Milivoj y Miloslav pasaban entre sus hermanos y compañeros recogiendo el dinero y joyas de la apuesta, mientras su maestro de combate cruzaba sus brazos sobre su pecho observando a los dos guerreros.
Dragomir gritaba con cada ataque, la frustración se reflejaba en cada uno de sus movimientos y el odio en su corazón crecía a grandes pasos y eso le preocupaba a Rikard, a pesar de todo, era su hermano y no quería verlo caer en aquel pecaminoso sentimiento. Un golpe más fuerte, con un ágil movimiento de espada y Dragomir se vio acorralado contra una muralla y la fría espada de Radomir en su garganta. Algunos guerreros gritaron de alegría, mientras otros gruñian de frustración, solo los combatientes se quedaron cruzando miradas un momento antes de alejarse con las respiraciones agitadas, para luego ser felicitados por separado por Ratko, su maestro.
— ¿Qué haces aquí? —gruño Dragomir al quedar frente a su hermano, su rostro estaba rojo y su cabello sudado, había cambiado mucho ese niño egocéntrico que era antaño, solo que cambió para mal— No deberías estar rezando o con algún librito tuyo
—Lo estaba, hasta que me avisaron que padre quiere verte en su habitación —Comunicó haciendo caso omiso a la burla del mayor, lo acaba de ver perder, no necesitaba insultar su inteligencia también— Quiere vernos a los tres
—De acuerdo —Murmuró tirando la espada al piso y alejándose solo, pateando cada cosa que veía cerca
—Rikard —Llamó la profunda voz de Radomir, a pesar de tener tan solo diecisiete años ya era todo un hombre, su cuerpo se había tonificado, su rostro se había marcado y su voz se había agravado, de tal forma que con tan solo hablar hacía muchas piernas temblar y no solo a la damiselas— Me alegra verte por estos lados, hace tiempo que no te veía fuera de tu habitación
—Me alegra a mí igual, poder ver como haz crecido y mejorado Radko —Su mirada se encontró contra del menor, quien ahora era notoriamente más alto— Lamentablemente mis deberes me tienen ocupado y no puedo verlos muy seguido
—Eres muy importante —Aseguró Radomir y Ricard sintió sus mejillas calentarse, el menor carraspeo y pasó su mano por su cabello con notoria vergüenza — Bueno, yo... eso supongo ya que Ricard es un muy buen hombre, siempre lo haz sido