Bastián Castell

Capítulo 4

—Entonces explíqueme porque no lo entiendo —habló Valentina con gesto cansado.

 

Bastián la ignoro mientras se preparaba un té de frutas. La joven mujer dirigió su atención al lugar, una cabaña de pequeño tamaño, pero acogedora. Hay muchos libros desparramados, y un librero al fondo, muchos aparatos extraños que es difícil de precisar si son útiles o solo juguetes de su dueño. Las ventanas decoradas por maceteros cubiertos de flores y campanillas colgando que tocaban una suave tonada al ser mecidas por el viento.

 

El zumbido insipiente de la tetera en la cocina que avisa que el agua ya hierve hizo que el Bastián se pusiera de pie dejando sus papeles a un lado. 

 

—¿Quieres un poco de té? —le preguntó sin voltearse.

 

—Quiero que me responda lo que le pregunté —le respondió Valentina suspirando.

 

El hombre sin responderle sacó dos tazas coloridas de distinto tamaño y empezó a preparar el té sin dirigirle la atención. Abrió una pequeña caja de madera que contiene frutos y hojas secas con lo cual llenó dos pequeños recipientes de aluminio que colocó en ambas tazas para luego verter el agua caliente de la tetera, todo esto en silencio y calma ante la impaciencia de la joven bibliotecaria. 

 

—Acabas de despertarte y solo piensas en eso —habló Bastián tomando asiento frente a ella.

 

La mujer entrecerró los ojos intentando arreglar su desordenado cabello. Es cierto que acababa de despertarse y agradecía la hospitalidad al ofrecerle un lugar y una cama para dormir, en una habitación que, aunque pequeña fue lo bastante agradable, cuyo cobertor grueso de tonos coloridos y rojos y una ventana que daba hacia el bosque y el riachuelo le daban un toque armonioso. Tomó asiento y probó el té que le ofreció, abrió los ojos maravillada por el sabor. 

 

—Delicioso ¿No es así? —exclamó Bastián al ver el gestó de Valentina al probar el té —. Son frutos de la isla de las tortugas gigantes, muy difíciles de conseguir, ya que debes tener cuidado de no ser devorados por ellas. A parte de tener bocas enormes huelen muy mal.  

 

Valentina no respondió, no sólo impresionada por la existencia de una isla de tortugas caníbales, sino que además se da cuenta de que Bastián evita responder su pregunta. Dejo su taza sobre la mesa y carraspeo antes de hablar. 

 

—No me cambie el tema, solo respóndame lo que le pregunté —suspiró cansada de que la siguiera evadiendo. 

 

—Mi respuesta es que hoy comeremos sopa de gallina —respondió el hechicero con una sonrisa.

 

—Excelente elección, señor —indicó Mariet entrando en la sala desde el exterior—. Las gallinas están listas y esperándolos.

 

—Pero si yo no le he preguntado eso —Valentina se levantó de su asiento molesta.

 

Bastián le dio la espalda dispuesto para salir de la casa, la joven se atravesó en su camino extendiendo los brazos con la mira sería y molesta, tensando su rostro quedo fija en los grises ojos del mago. Aquel alzó las cejas sorprendido por el atrevimiento de dicha mujer. Le tomó el mentón haciéndola sobresaltar y acercó su rostro hasta que sintió su tibia respiración, produciendo que se sintiera avergonzada, es la primera vez que un hombre se acerca tanto a ella por lo que no sabe cómo reaccionar.

 

—Con el estómago vacío es muy difícil pensar, primero comamos algo y después te responderé todo lo que quieras saber.

 

El hechicero entrecerró los ojos con una leve maldad manteniendo su mirada en el rostro de la anonadada mujer. Valentina sintió que la respiración se le detuvo en instante, embargada por aquellos ojos que no dejaban de mirarla con fijeza, pero al final se alejó de golpe, incomoda e insegura. Sin entender a aquel hombre, por unos momentos no parecía ser peligroso, pero por otros, como ahora, es capaz de intimidar a cualquiera que se perdiera en esos extraños ojos grises.

 

Bastián siguió su camino manteniendo su mirada y la sonrisa irónica que ahora se dibujaba en su rostro. Valentina no se movió de su lugar hasta que lo vio salir de la casa. Caminando a cierta distancia, lo suficiente para no perderlo de vista y lo ideal para no ser escuchada.

 

—¿Cuan cruel pudo haber sido ese hombre? —pensó en voz alta.

 

—No lo entenderías —exclamó Mariet sin mirarla antes de salir detrás del hechicero.

 

Claro que no, no lo entendería. Se apoyó en la pared y observó el cielo azul con los rayos de sol que acababan de asomarse. La verdad es que por momentos no sabe si es lo correcto creer en las palabras de aquel hechicero, tal vez el asunto de la llave es una mentira, por otro lado, tampoco quiere arriesgarse a averiguar si eso es cierto o no. Se siente atrapada entre la espada y la pared sin saber qué es lo que debería hacer.


Mariet no demoró mucho en volver, el pequeño espantapájaros se detuvo frente a la mujer que sigue aún sobrecogida por el cambio en la actitud de aquel hombre. Ante la expresión perdida de la joven se acercó tirándole de una manga para que notara su presencia.


—El señor dice que vengas al gallinero —le indicó sonriéndole.

 

Valentina dubitativa, no se dio cuenta en que momento Bastián había desaparecido de su vista, y salió detrás de la pequeña criatura, a un costado de la casa, cruzando el jardín y antes del molino en donde se encuentra una pequeña granja. El hechicero parado cerca del gallinero parece estar hablando con alguien ¿Sera otro mago o alguna criatura como Mariet?

 

Cuando estuvo cerca abrió los ojos sin creerlo, las gallinas formaban dos filas y parecen entender las palabras del hechicero.

 

—Bien, gallinas, formen ahora una sola fila, la más gorda se va a la olla —exclamó el hombre con seriedad.

 

—¿Qué? oiga no... —lo interrumpió Valentina aun sorprendida por lo que ve.



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En el texto hay: magia, hechiceros, romance

Editado: 02.12.2021

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