Marcela corrió a la cubierta acercándose lo más que pudo a la desierta isla que acababa de emerger, las algas y el coral adosado a las rocas y el suelo de piedra rocosa dan en cuenta el mucho tiempo que paso sumergida bajo el mar, incluso aún hay peces que brincan en su desesperación por volver al mar. Sonrió de la emoción, respirando con rapidez ansiosa por recorrer aquella isla cuyos cuentos había escuchado desde su infancia y descubrir aquellos tesoros que cuentan que se esconden en medio de las ruinas de la ciudad.
Pero antes de que diera la orden de bajar los botes, Asterus la tomó del brazo moviendo la cabeza en forma negativa, confusa lo quedo observando sin entenderlo, hasta que este le indicó con un ceño que contemplara a Bastián y Valentina.
La bibliotecaria los observó preocupada y dolida mientras no dejaba de abrazar a Bastián que aun desolado por sus recuerdos y el hechizo de la Luna no logra recuperarse. Bajo la luz, de la ahora pálida, Luna roja la imagen de los dos abrazados parece ser la pintura perfecta de un corazón roto y la tristeza de la doncella que no encuentra como repararlo un alma herida.
—No podemos descender a la isla con nuestro hechicero en esas condiciones —señaló Asterus desolado, a la pirata.
—Pero la isla... —replicó ansiosa.
—No te preocupes, si la canción de tu marinero es cierta, son tres días que la Luna roja estará presente, tenemos tiempo aun —la interrumpió sin dejar de observa preocupado a su viejo amigo.
Marcela titubeó, sus ansias por recorrer la isla, tuvo que contenerlas, entiende lo preocupados que están por el hechicero, pero a la vez el recorrer aquella isla de las leyendas la empuja a ser impaciente. Sin embargo, al final movió la cabeza resignada entendiendo que deben esperar, que lo mejor es poder bajar con Bastián en buenas condiciones, no solo por el tesoro que él busca con ansias sino porque lo necesitan al desconocer los peligros que puede esconder aquel lugar.
Valentina los miró agradecida y luego intentó hablarle al hechicero, pero aquel ha vuelto a estar sumido en un profundo sueño parece seguir perdido en sus oscuros pensamiento, a tal nivel que ni siquiera ha notado que la isla Vestania ha emergido.
**********BC************
Bastián despertó abriendo los ojos con lentitud y deteniéndose en el cielo de madera, sabe que está en la habitación de la capitana, en cierta forma se siente avergonzado de mostrarse tan abierto hacia Valentina, de que ella conociera ese dolor que por años ha intentado ocultar, pero lo que lo tiene más desanimado es darse cuenta de que a pesar de los años no ha podido sanar esa herida, no ha podida perdonar a Leonor. Se sentó en la cama con expresión cansada cuando la puerta se abrió y Valentina lo quedo mirando sorprendida antes de sonreír con suavidad.
—Te traje algo de comer —señaló mostrando el plato que trae en su mano—. Se que no te gusta el pescado, pero esta riquísimo...
—Valentina —intentó hablar, pero cohibido guardó silencio.
—Vamos a comer, esto te dará fuerzas —le sonrió animosa.
—Valentina yo...
—Abre la boca —lo volvió a interrumpir.
Bastián le sostuvo la mano con que le estaba intentando dar de comer, se da cuenta que ella busca evitar la conversación. Dolido la queda mirando mientras la joven baja la mirada con tristeza. Ambos se quedan en silencio sin saber que decir.
—No quiero que traigas a tu mente más recuerdos tristes —musitó la joven, suspirando.
—Llevo años guardándolos y me he dado cuenta de que eso ha sido peor —señaló sin soltarle la mano—. Necesito sacarlo desde mi interior si deseo seguir adelante.
Valentina titubeó, tal vez ella no sea la persona ideal con la cual hablar, es quien menos conoce de todos y la que menos sabe de su pasado, Asterus sería una mejor opción, pero antes de proponérselo a Bastián aquel comenzó a hablar.
—Amé a Leonor y fui capaz de sacrificar todo por ayudarla, ella nació débil y enferma. No existía ni medicina ni magia que pudiera ayudarla por lo que me adentre en la magia prohibida, la hechicería oscura, sabía que si llegaban a descubrirme sería condenado a vivir años en prisión y revocar mi permiso de hechicero. Pero no me importaba, si lograba salvarla todo valdría la pena. Su padre nunca fue un hombre agradable, era muy sobreprotector y odiaba a los hechiceros. Un día él fue asesinado, me acusaron a mí de su asesinato —guardó silencio arrugando el ceño—. Habíamos tenido una discusión el día anterior donde me prohibió ver a su hija, y por eso era yo quien se supone el que lo deseaba muerto. Sin embargo, no tenían pruebas...
Soltó la mano de Valentina empuñando las suyas sobre la colcha que tiene encima.
—Pero la declaración de Leonor terminó por culparme —continuó entrecerrando los ojos—. Nunca me lo esperé… incluso quise creer que la habían obligado a declarar contra mí, hasta que vino a verme en la prisión antes de ser encerrado en el libro y me dejó en claro que nunca me amó, que solo me quiso utilizar en su propio beneficio.
—¿Y tú le creíste sin dudarlo? —lo contempló Valentina con tristeza.
Bastián sonrió levantando la mirada visiblemente emocionado.
—Claro que no, claro que no lo creí, a pesar de su expresión de odio me negué a creerlo —dejó de sonreír—. Pero al día siguiente se casó con Arturo Dagora el amigo de ambos desde nuestra infancia y eso terminó por romperme, por dejarme ahogar por la desilusión y dolor. Cada año de encierro se fue transformando en rencor, en venganza.
Bajó la cabeza sin tener más palabras, sintiéndose desolado, apretó los dientes volviendo a empuñar sus manos hasta que las finas manos de Valentina se posaron sobre las suyas. Buscó su mirada y sus ojos se encontraron en medio de aquel dolor, y la suave sonrisa de la joven mujer lo hizo perderse en otros recuerdos, aquellos de amistad, amor y esperanza.
—Ahora tienes otra oportunidad… —le habló con suavidad.
Editado: 12.11.2024