Bajaron del volcán hasta volver a las ruinas de la ciudad. Valentina no suelta el vellocino de sus brazos como si temiera perderlo, avanzaron en dirección a las ruinas de la ciudad, aún no saben cómo exactamente aquel objeto pueda ayudarle a lograr a liberar a Bastián de su condena. La joven mujer no puede evitar mirar las estatuas de piedras con sus rostros de terror y dolor y teme que el objeto que aferra en sus brazos haya sido capaz de tal atrocidad, el pensar que Bastián puede terminar así la hace dudar de haberse arriesgado tanto por no perderlo, pero por otra parte tiene la vaga sensación de que aquel objeto más que devolverle el poder lo ayudara a olvidar su dolor. El hechicero avanza detrás de ella en silencio, y aunque luce tranquilo la verdad es que aún no puede quitarse la sensación que tuvo al pensar por unos segundos que perdería a Valentina para siempre.
—El vellocino de oro te ha dado lo que aquella joven mujer ha pedido —habló la voz del rey de piedra interrumpiendo sus pasos.
Valentina se detuvo levantando su cabeza sorprendida, no recuerda haber pedido un deseo. Sus ojos se detuvieron en la estatua de piedra que sin expresión alguna continuo:
—No es necesario que lo pidas, el vellocino puede leer el deseo que más ansias dentro de tu pecho, por eso es un objeto peligroso —le habló—. Solo piensen que cayera en las manos de un alma ruin y ambiciosa, con una maldad que podría corromper y provocar una tragedia peor que la de este lugar...
—¿Qué quieres decir con eso? ¿Qué puedo usar ya mi poder? —lo interrumpió Bastián abriendo los ojos sin poder entenderlo.
—No, tu condena va más allá de la cláusula de los magos, aún hay una cadena que impide que uses tu magia y se aferra al dolor, a tu dolor —fijó sus ojos grises en él—. Y mientras no sanes ese dolor no te liberaras de ella.
El hechicero endureció su mirada apretando los dientes y bajando la cabeza perdiendo las esperanzas de recuperar su poder ¿Como lograría sanar su dolor si aun a pesar de los años se sigue sintiendo traicionado y usado por Leonor?
—¡Bastián! —Valentina los interrumpió ansiosa y sorprendida. Le extendió el vellocino de oro—. Acaba de aparecer esto...
Vio las palabras que han aparecido en el objeto.
“Sal atreup ed sol sotreum ah odis atreiba, sodinevneib selatrom, orep odadiuc noc ol euq íha nadeup rartnocne”
—Es una invitación al ultramundo... —habló el hombre de piedra.
Confuso el hechicero no supo que decir ¿Por qué el vellocino les va a permitir cruzar el umbral más allá de lo que a otros mortales les ha permitido? ¿Tendrá que ver con su deseo? Alzó sus ojos hacia el rey de roca.
—Así es, el fin de tu dolor se encuentra en el mundo más profundo de los muertos —agregó el rígido soberano.
—Ultramundo, es el lugar sagrado, un submundo interno más allá de las puertas de los muertos —Asterus arrugó el ceño, sabe que es imposible llegar a ese lugar a menos que alguien sacrifique su vida, el vellocino con su invitación les está permitiendo ir sin necesidad de ese sacrificio.
Bastián bajó la mirada apretando los dientes “Ultramundo” pensó, ya una vez intentó ir a ese lugar y sabe el alto precio a pagar, pero antes de decir algo el vellocino comenzó a brillar y rodearlos a todos encegueciéndolos.
Perdieron la conciencia, aquella luz se los tragó y se los llevó a un lugar en donde no hay a un vacío eterno, y luego encegueció aún más sus ojos impidiéndoles ver algo más. El chillido incesante de un ave despertó con brusquedad a Asterus, quien se puso de pie de inmediato y confundido. A su alrededor se encuentran los demás, inconscientes. Los sacude despertándolos a cada uno de ellos.
Luego viendo con detalle a su alrededor se da cuenta que se encuentran en un lugar desconocido de cielo rojizo en donde negras nubes cubren gran parte de él, un aire caliente quema sus rostros y un piso arenoso y gris, sin árboles, sin rocas, ni nada más que interrumpa la monotonía de este paisaje. Salvo el mar, un enorme y negro mar que golpeaba la orilla con fuerza. Caminaron sin aun saber a donde los ha enviado el vellocino.
Se detuvieron de golpes cuando un enorme ser les impidió el paso, aquella criatura de unos tres metros de altura, usando una larga capucha sobre su cabeza que no dejaba ver su rostro, con una túnica larga, gris y roída, y dos alas carentes de plumas y piel; al verlos movió su mano huesuda indicándoles que no podían llegar al mar.
Dubitativos se observaron en silencio. En eso el ser estiró su mano hacia ellos.
—Está pidiéndonos tributos para dejarlos pasar —indicó el morfog arrugando el ceño y revisando sus pertenencias hasta dar con una pequeña bolsa de cuero— ¿Qué es lo que vamos a hacer? Solo tengo estas monedas.
—Supongo que pagarle —Bastián se levantó de hombros.
—Bien, intentémoslo —habló Asterus tomando la bolsa y se acercó a la criatura dejando las monedas en su mano.
El ser apretó el puño con las monedas en su interior y se movió para dejarlos pasar. Asterus dio pasos hasta llegar a la orilla, pero cuando los demás intentaron hacer lo mismo, el enorme ser los detuvo con brusquedad amenazándolos con una enorme hoz.
—¿Qué pasa? —preguntó Marcela apretando los dientes.
—Ha considerado que esas monedas pagaban el ingreso de solo uno de nosotros —Bastián arrugó el ceño.
—Eso no es justo —se quejó el morfog—. Esas monedas son especiales, son las primeras que gané trabajando, las conservaba para la suerte, deberían valer más.
—¿Que haremos? —preguntó Valentina preocupada.
Marcela apretó la mandíbula y de mala gana sacó su espada, dudo unos segundos y al final lo dejó en las manos de aquella criatura. Aquel levantó la espada y la contempló un par de segundos antes de dejarla pasar. Cruzó de mala gana murmurando unas maldiciones, es una de sus espadas favoritas robadas a una de las hijas del rey de los mares.
El hechicero observó su anillo y dudo antes de entregarlo, aquel anillo lo había ganado en su primera competencia de magia y fue el inicio de su aprendizaje con su viejo maestro. No tiene mucho valor en dinero, pero si valor para él, y va entendiendo que el tributo significa pagar con un objeto cuyo valor sentimental sea importante para su dueño. Y así es, la criatura lo dejo pasar.
Editado: 12.11.2024