Llegar a Grindle no sería fácil, luego de salir del circo fueron a comer al lugar prometido por el hechicero, pero encontraron la pensión quemada y destruida, Bastián se encogió de hombros.
—Otro de mis lugares favoritos que de seguro por una pelea quedó así, lastima tenía ganas de comer aquella carne con papas —exclamó resignándose.
—¿Estás diciendo que por una pelea este lugar terminó destruido? —preguntó Valentina sin creerle.
—Sí, pasa con bastante frecuencia —respondió con calma—. Pero no te preocupes, la mayoría de los establecimientos poseen un seguro anti siniestro, en un par de semana este lugar volverá a estar en pie.
Volvieron a dirigirse a la posada anterior en donde Bastián pidió esta vez algo de comer para ambos, la comida no era muy buena, pero cumplía con la meta de saciar el hambre.
—¿Qué vamos a hacer ahora? —le preguntó Valentina al hechicero que sacaba un reloj de bolsillo atento a las manecillas del aparato.
—Solo espera diez segundos —respondió sin mirarla levantando su dedo índice siguiendo con sus ojos el segundero.
Diez segundos exactos y la puerta se abrió y un hombre flacucho, casi cadavérico entro al lugar, con sus botas y ruidosas espuelas avanzó a paso firme dejando caer sin cuidado un saco en medio de la sala.
—Vaya al fin —exclamó la dueña del lugar secándose las manos—. Espero que sea de lo mejor.
—Los mejores hechelos de Risco —respondió el hombre sobándose las manos.
La mujer robusta, levantó el saco con facilidad revisando unas flores de gran tamaño de color blanco y esponjosas que hay en su interior. Sonrió satisfecha y sin decir nada más le lanzó al hombre una bolsa de monedas, que aquel recibió de buena gana.
Mientras la dueña del local se llevaba el saco a la cocina, la algarabía se hizo presente nuevamente en el lugar. Bastián se puso de pie para seguir al delgado individuo que ahora abandonaba el local.
—Vaya, "Prin" ¿Quién imaginaría que te va tan bien en tu negocio? —al escucharlo el hombre se detuvo palideciendo.
—Bastián Castell —señaló aun dándole la espalda—. Tú sabes que esa vez no fue mi idea abandonarte en pleno desierto y...
Esta temblando, o eso cree Valentina, pero se nota su miedo al ver como sus manos se mueven sin atreverse a mirar al hechicero a los ojos, más cuando parece guardar silencio solo con la intención de acrecentar su inquietud.
—Te perdonaré, si me llevas a la puerta mágica que has estado utilizando para conseguir esa mercadería —ante la no respuesta del hombre agregó— ¿Sabes que un no mago tiene prohibido usarlas sin autorización de un hechicero?
—Eres un prófugo —se giró a mirarlo amenazante pero la mirada fija del hechicero lo hizo retroceder, los ojos oscuros de Bastián lo intimidaron—. Y….
—Pues recuerdo que hay otro prófugo por estafas y sumando el estar utilizando una puerta mágica, ¡Seremos compañeros de celda! Toda una eternidad juntos ¿Qué te parece? —sonrió Bastián con fingida emoción.
El delgado individuo carraspeó molesto.
—¿Qué es lo que quieres entonces? —dijo finalmente acercándose a su carreta y atando el resto de su mercadería.
Dos caballos de nueve ojos atados a la carreta relincharon haciendo que Valentina aun incomoda con la cantidad de los ojos de esas criaturas retrocediera en el acto. Bastián acarició el lomo de los animales tranquilizándolos.
—Ya veo que aun sigues usando a estas pobres criaturas, ¿No has pensado en usar esas máquinas sin caballos?
—No me dan confianza —señaló Prim cruzando los brazos.
Se subieron a la vieja carreta cargada de curiosos cacharros mientras que el delgado hombre se subía adelante para guiar a sus caballos, el ruido ensordecedor de los objetos que colgaban de todos lados les hizo imposible cruzar palabras en todo el viaje. El hechicero con los ojos cerrados parecía dormir, le extraño a Valentina la tranquilidad de aquel viajando en medio del desierto al lado de un hombre al que no parece agradarle ¿Y si los abandona en medio del desierto como escuchó que una vez lo hizo con Bastián? Le preocupa y por ello en las dos horas de viaje, a pesar de la monotonía, no pudo pegar ojo alguno.
Al final se detuvieron cerca de una formación rocosa, Prim abrió la puerta con brusquedad y cara de poco amigo. Detuvo su mirada por unos segundos en el rostro de la joven bibliotecaria quien no supo si sonreír o no.
—Pensé que eras un niño —alzó las cejas—. ¡Oye Bastián! ¿Cuánto pides por la mujer?
Valentina palideció al escuchar la pregunta ¿Acaso lo dice en serio?
—Olvídalo, no está a la venta —dijo el hechicero instando a la joven a descender del carro.
—Lastima, justo necesitaba una buena esposa —respondió levantando sus hombros.
Descendieron y lo siguieron en medio de unas cuevas empinadas, nada fácil de avanzar, pues si no tenían cuidado podían resbalar con una fatal consecuencia. Luego bajaron hasta que el camino se enderezaba siendo más rápido el poder avanzar. Siguieron en silencio deteniéndose frente a una puerta de metal corroído.
—La encontré persiguiendo unos conejos —señaló Prim rascándose la cabeza.
—Genial —sonrió el hechicero avanzando—. Una puerta de los antiguos hechiceros, las que no contaban aun con claves para evitar que los no magos pudieran utilizarlas ¡Vamos Valentina, es hora de irnos!
—Suerte, espero no volverte a ver jamás en mi vida, Bastián Castell —indicó el hombre sonriendo y mostrando sus dientes de oro.
Como respuesta el hechicero solo sonrió mientras la luz de la puerta que se abre los enceguece.
Valentina tragó saliva ante el paisaje que se desplegó frente a ella, muy diferente al hogar del hechicero o al lugar donde habían estado la última vez, aquel territorio es tal como estar en medio de un volcán en erupción, hay lava que agrieta el suelo rocoso y vapor que inhiben la visibilidad, sobre sus cabezas un cielo gris y polvoroso y al fondo solo neblina oscura que no deja ver más allá de unos metros.
Editado: 12.11.2024