Al día siguiente, Nicole despertó sobresaltada por una discusión que se colaba desde el otro lado de la habitación. Su mejor amiga, Alexandra, estaba en medio de una conversación acalorada con una chica cuya voz no le era familiar.
—¿Por qué tienen que despertar a todos? —preguntó Nicole, con el ceño fruncido mientras se sentaba en el borde de la cama.
—Porque esta no entiende que compartimos el vestidor y está ocupando más espacio del que le corresponde —respondió Alexandra, fingiendo ofensa—. Y ni me digas nada de lo de ayer, ¡me tenías súper preocupada!
Nicole soltó una risa mientras se recostaba un poco.
—Sí, ya sé que te debo contar, pero tú tampoco te quedaste atrás. ¿Quién deja que un desconocido te lleve así nomás? —bromeó Nicky.
—¡Él dijo que te llevaría a la enfermería! —se defendió Alexandra—. ¡Yo confié en él!
—Está bien, no es un reclamo, sabes que te adoro —dijo Nicole, lanzando un beso al aire con una mueca divertida.
—Por cierto, te dejaron algo en la puerta —señaló Alexandra hacia una caja que descansaba sobre el sofá.
—¿Para mí? —preguntó Nicole, intrigada y emocionada.
—Sí, seguro es de Alec —dijo Alexandra, rodando los ojos.
—Tranquila, berrinchuda —respondió Nicole mientras bajaba de la cama y se acercaba al sofá.
—Es que no quiero que me cambies por un pilín —se quejó Alexandra con tono juguetón.
—¡Alex! —Nicole rió, mientras sus mejillas se teñían de un suave carmesí.
—¿Qué? Es la verdad. Cuando veas lo que un hombre puede darte, te vas a olvidar de mí —dijo Alex haciendo un puchero divertido.
—No digas tonterías —replicó Nicole—. Mejor ven, vamos a ver qué es.
Con curiosidad, Nicole abrió la caja mientras Alexandra se acercaba para verla.
Dentro encontró una delicada orquídea blanca, perfectamente cuidada, descansando sobre un lecho de papel de seda. Al lado, un pequeño sobre con su nombre escrito a mano en tinta negra. También había un ejemplar gastado del libro Crepúsculo, uno de sus favoritos secretos, y una selección de chocolates y dulces que solían ser su debilidad.
Nicole tomó el sobre con cuidado y, sin dudarlo, abrió la carta.
“Nik,
No sé si entenderás todo esto ahora, pero necesitaba dejarte algo que represente lo que siento y lo que espero podamos construir.
Sé que hemos tenido un inicio turbulento, pero hay mucho más detrás de lo que ves y lo que te han contado.
Mientras leas estas páginas y disfrutes estos pequeños detalles, quiero que sepas que estaré aquí, aunque no siempre visible.
— A.”
Nicole levantó la mirada hacia Alexandra, quien sonreía cómplice.
—Parece que alguien quiere que sepas que está aquí, incluso cuando no está.
Nicole sintió que el corazón le latía con fuerza. Aquel pequeño gesto era más poderoso de lo que esperaba.
—Creo que esta historia apenas está empezando —susurró, mientras acariciaba la orquídea con delicadeza.
Nicky salió de la habitación con paso decidido y se dirigió a la sección de hombres. Sus ojos buscaron entre las placas hasta encontrar el nombre que coincidía con el del remitente del regalo. Sin pensarlo, abrió la puerta sin llamar, una sonrisa cómplice en el rostro.
—Hola, bonita. ¿Perdida? —una voz la recibió mientras un chico se acercaba con una sonrisa ladeada.
—No, yo solo… —Nicole titubeó, retrocediendo un paso.
En ese instante, Alec salió del baño, con una toalla ceñida a la cintura. Alzó la mirada y vio la escena frente a él.
—¿Qué te pasa, idiota? —se acercó al chico y lo empujó con firmeza por los hombros.
—Alec —intervino Nicole, sorprendida al ver cómo el chico dulce se transformaba en alguien completamente distinto.
—No vuelvas a acercarte a ella —ordenó Alec, con voz fría—. Y ahora, fuera de aquí.
Los dos chicos asintieron sin decir palabra y salieron, cerrando la puerta tras de sí.
—¿Qué demonios te pasa? —preguntó Nicky, confundida.
—¿Qué haces aquí? —replicó Alec, molesto.
Nicole, molesta y desconcertada, intentó atravesar la puerta, pero Alec le sujetó la muñeca con firmeza.
—No, espera —pidió él—. Perdóname, pero verte así me alteró.
—Pero todo estaba bien hasta que llegaste tú —se cruzó de brazos—. No puedo estar con alguien que me muestra su lado dulce solo a mí, pero que con los demás es un desconocido violento. ¿Te imaginas mi sorpresa cuando voy a agradecerle al chico lindo que me dejó un regalo y me encuentro con un tipo agresivo que ni conozco?
—Es que no entiendes… —intentó Alec, pero justo en ese momento la puerta se abrió y la directora Renata Fuentes entró, acompañada por el profesor Luis.
—Alexander Rubio —dijo con voz fría—. ¿Qué haces aquí, señorita Moretti? Sabes que está prohibido ingresar a las habitaciones masculinas, y más aún en esta situación.