6 Hogar, dulce hogar

Cuando abandonaron la cafetería, Tyra se arrepintió al momento de abrir la puerta. Hacía un frío atroz y la nieve empezaba a cubrir su abrigo. David se tapó la cabeza con la capucha de su sudadera de los Rough Riders, y mantenía sus manos calientes en los bolsillos de su chaqueta. Las luces de las farolas alumbraban la avenida y las tiendas empezaban a cerrar. Se había hecho tarde.

Después de que Howard se marchara, continuaron con su puesta al día, y Tyra reunió el valor suficiente para sincerarse sobre los últimos cinco años en los que su vida se había convertido en un auténtico desastre. Aquella tarde, David retomó el papel de gran confidente y Tyra vio en él un mullido hombro en el que llorar sin preocuparse por lo que él pudiera pensar, porque sabía que podía contar con su comprensión y discreción. David perdió a su padre a la edad de diez años y, aunque al principio fue demasiado duro, supo aprender a vivir y crecer sin una figura paterna. Tyra lo sintió mucho, adoraba al señor Ross como si fuera su tío, pero a esa edad sus padres no le permitieron ir al funeral, por lo que solo Judie fue en representación de la familia Collins. Unas semanas después, perdieron por completo el contacto.

    Los dos corrieron hacia el coche y rápidamente se metieron dentro, casi sin pestañear.

    — ¿Recuerdas cómo llegar? —preguntó David después de abrocharse el cinturón.

    —Es extraño, pero lo recuerdo todo —respondió ella antes de arrancar el motor—. De no ser por que los dos hemos crecido, diría que nunca me marché.

    —Te sientes bien, ¿no? —inquirió dubitativo.

    —Como en casa —sonrió ella.

    David sonrió ampliamente y una sensación de comodidad y bienestar le invadió por completo. Su mejor amiga estaba de vuelta, y se lo tomó como una buena señal de que aquel año sería el mejor de toda su vida.

    Todavía no habían salido de la avenida cuando Tyra empezaba a quejarse del sonido de vibración de su teléfono. Las notificaciones apedrearon su móvil desde que se montaron en el coche, y ni siquiera la música era capaz de ahogar el impertinente sonido.

    —Joder, ni que hubiera llegado al barrio la puta Kylie Jenner —exclamó él y Tyra soltó una carcajada por su lenguaje tan vulgar.

    —Será mi madre —encogió los hombros y bajó el volumen de la música—. Le dije hace dos horas que estaba contigo y que no tardaría en llegar a casa. Estará preocupada.

    — ¿Puedo? —pidió permiso mientras cogía el móvil de Tyra.

    Ella asintió.

    David deslizó el dedo sobre la pantalla y después lo colocó frente al rostro de Tyra mientras ella conducía. La rubia no pudo evitar reírse, y David se quedó satisfecho al desbloquear el móvil con el reconocimiento facial. Tenía dos mensajes de WhatsApp de su madre, y un montón de notificaciones en Instagram y Facebook. Él negó con la cabeza divertido y se pegó golpecitos en el pecho, como si se estuviera dando la enhorabuena a sí mismo. Tyra frunció el ceño al percibir aquel gesto y le miró durante unos segundos antes de volver la mirada a la carretera.

    —Te dije que después de publicar esos stories en Instagram contigo, te iban a llover los seguidores —alardeó—. Por cierto, bonitas fotos.

    —Cotilla —se zafó ella—. Ahora sé que mañana será peor que hoy.

    —Que va, al menos no como hoy —habló mientras mantenía la cara pegada a la pantalla—. Creo que eres la primera persona en subirse al podio de la popularidad de Roosevelt en menos de veinticuatro horas.

    —Y todo se lo debo a los hermanos Ross —exclamó con fingida alegría.

    —A lo mejor ya puedes ir a esa fiesta por tu propia cuenta sin que yo te lleve de acompañante.

    —Hablando de fiestas, ¿quién es Astrid Williams?

    —Es la capitana de las animadoras y la princesita por excelencia de todo Roosevelt —se burló con una voz chillona y haciendo un gesto afeminado con la mano—. Y probablemente te odie después de esto —comentó divertido al referirse a la popularidad que acababa de implantar en su amiga.

    —Motivo suficiente para no ir a su cumpleaños —casi gritó de alivio.