Beat Down

7. Sin opciones

El murmullo del local había pasado a ser casi inaudible cuando Tyra se quedó pasmada observando la atractiva figura de Howard alejarse de ella. La camarera carraspeó la garganta para llamar la atención de la rubia, y en cuanto ésta se giró, todavía en un estado de trance, la trabajadora sonrió y sus ojos descubrieron complicidad. Tyra se avergonzó ante aquel gesto, y con un movimiento rápido de cabeza, como si se tratara de una forma de deshacerse de su ensimismamiento, le enumeró los platos que quería llevarse a casa. La camarera se marchó después de haberle asegurado a Tyra que tardarían menos de diez minutos en tenerlo todo listo.

    Mientras, Howard había tomado asiento en un taburete y apoyado los codos sobre la barra de modo que se dejaba ver agotado y desganado. Aquel local era su favorito desde aquella noche en la que él y Zac se pelearon con unos capullos universitarios. El motivo no era tan importante ya que ni siquiera lo recordaba, pero aquel momento formaba parte de uno de sus favoritos. Con algún que otro rasguño en la cara y con los nudillos raspados, entraron en el bar y se tomaron dos cervezas a la salud de los idiotas a los que acababan de humillar. Desde esa noche, aquel local se convirtió en su oasis de paz donde descansar de todo un poco antes de volver a casa.

    —Ya te he dicho que no me vengas con esa cara de gilipollas —reprochó el camarero en cuanto le vió—. Me espantas a la clientela.

    —Capullo —respondió Howard para después estrechar su mano en forma de saludo—. Ponme lo de siempre, Risto —se quitó la chaqueta y la colgó en el respaldo del taburete.

    — ¿Un mal día? —preguntó mientras llenaba de cerveza la jarra que había sacado del congelador.

    —Y está en camino de ser una mala semana —respondió después de haberse arremangado.

    Era un miércoles, y los dos días anteriores se habían pasado del mismo modo que la introducción de una serie en Netflix cuando optas por omitirla. El lunes recibió la noticia de que su jornada completa en el almacén de madera en el que llevaba trabajando desde el verano pasado, pasaría a ser media jornada. El martes tuvo que ir a reclamar el dinero que uno de sus clientes le debía desde hacía dos semanas, y el enfrentamiento terminó a gritos y golpes, pero Howard consiguió marcharse con los bolsillos llenos, aunque con un cliente menos. Y ese mismo día, el miércoles, había recibido nuevas indicaciones para su próxima entrega. La parte buena era que estaba muy bien pagado y el dinero le hacía mucha falta, pero la parte mala es que no tenía un plus de peligrosidad. Cuando Howard realizaba una entrega de tantos kilos el riesgo era aún mayor. Podía acabar la noche de una sola pieza y a salvo en su casa —si la suerte estaba de su parte—. Pero si ocurría un mínimo cambio en el trayecto, podría acabar muerto en algún lugar donde las mafias entierran a sus lastres, o en prisión por posesión y tráfico de drogas. Pero no tenía opción, se le acabaron en cuanto decidió salvar a su hermana de la mierda en la que se había metido por amor.

    —Algo bueno terminará pasando —comentó Risto.

    Howard lo miró por encima de la jarra mientras echaba un buen trago, y quiso tomar en serio aquellas palabras, porque realmente necesitaba algo que consiguiera desconectarlo del mundo en el que vivía y ofrecerle algo nuevo y placentero con lo que huir de sus problemas. Desde que dejó la universidad en primer año y empezó a trabajar, toda su vida se había centrado en ayudar a los suyos, y complacer a los que le utilizaban por su maestría en ocultar y transportar la mercancía. Los últimos cuatro años de su vida se los había pasado como un perro al que educar y exigir que recogiera la maldita pelota, y vigilando cada paso que daba por si el suelo bajo sus pies se hundía para hacerle caer en la miseria. Más todavía. Cada día era como estar con la soga al cuello pero sin saltar al vacío, con la sensación de estar asfixiándose pero con el margen suficiente para seguir respirando.

    —Sea lo que sea que haya ahí arriba, espero que te oiga —dijo al mismo tiempo que alzaba la jarra en forma de brindis para después beber un trago.

    —Ya lo ha hecho —contestó Risto cuando empezó a limpiar las marcas de los vasos en la barra con una bayeta húmeda.

    Howard lo miró frunciendo el ceño, extrañado a la vez que divertido.

    —La chica —aclaró Risto, señalando con un movimiento de cabeza al lugar donde Tyra esperaba su comida—, es muy guapa.

    —Lo es, pero no es nadie. Solo una amiga de un amigo —se encogió de hombros, indiferente, antes de beber una vez más de su jarra.



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En el texto hay: romance, drama, accion

Editado: 06.05.2019

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