Beat Down

8. Una sensación agridulce

Eran las siete de la mañana del jueves y, a falta de media hora para que la alarma de su móvil empezara a sonar, Tyra ya llevaba cinco largos minutos despierta, mirando el techo de su nueva habitación y repasando cada minuto del día anterior. La única parte positiva que era capaz de ver en aquel entonces de estudiar en el Instituto Roosevelt, era tener a David cerca. Por otra parte, tenía la extraña y placentera sensación de que las cosas estarían bien para ella, y que nada de su antigua vida en la capital le perseguiría hasta Seattle.

    Aquella mañana estaba más relajada, ya había experimentado ser el centro de atención por un día y, sabiendo que estaba muy lejos de cambiar, se veía más capaz que el día anterior de soportar las miradas y los murmullos. El apellido Ross había sido el causante de su popularidad implantada, pero estaba a años luz de querer librarse de los hermanos, así que la única opción que le quedaba era la de acostumbrarse al efecto que ellos causaban en los demás y saber formar parte ello.

    Se levantó de la cama, dejó que se aireara el colchón después de retirar las cortinas y abrir la ventana, y se recogió el pelo antes de bajar a desayunar. La casa estaba más o menos recogida, su madre había hecho un gran trabajo el día anterior, pero todavía quedaban algunas cajas que zigzaguear para poder avanzar por el pasillo.

Judie estaba leyendo un libro de recetas con una hilera de cuencos llenos de ingredientes frente a ella en la gran isla del centro de la cocina. La mujer llevaba el pelo recogido y un delantal bastante colorido, que cubría una preciosa blusa con estampado floral y sus pantalones de pinza. Eran las siete de la mañana y estaba repleta de energía, era inevitable no pensar lo bien que le sentaba el buen humor y lo radiante que estaba desde que volvieron a Green Lake.

—Buenos días, mamá —dijo Tyra al entrar en la cocina, todavía estirando los músculos.

—Buenos días, cielo —respondió con una sonrisa.

— ¿Qué intentas cocinar? —preguntó extrañada cuando pasó por su lado para llegar hasta la nevera.

—Brownies —canturreó, y tanta buena energía desquiciaba a la recién levantada Tyra Collins—. Quiero agradecer a Loren que ayer estuviera por aquí echando una mano —aclaró claramente con la intención de que su hija se diera por aludida.

Tyra alzó las cejas sorprendida y trató de ignorar la indirecta que su madre le había lanzado. Mantuvo la mirada fija en los estantes de la nevera mientras se decidía entre un buen tazón de cereales con leche, un par de tostadas con mermelada y un zumo de naranja, o huevos revueltos con jamón cocido a la plancha.

— ¿Ahora te gusta jugar a las casitas? —inquirió con un tono de burla.

—Al contrario de ti, yo intento ser amable —respondió con una gran sonrisa y con calma. Conocía perfectamente el mal despertar de su hija.

—Nunca has hecho brownies —farfulló después de coger la leche de la nevera—. De hecho, ni siquiera recuerdo la última vez que cocinaste.

—Siempre hay una primera vez para todo —zanjó Judie—. Y sí he cocinado otras veces, cuando tú eras pequeña, tal vez por eso no lo recuerdes —añadió.

Tyra abrió el armario a su derecha y cogió un tazón para después llenarlo de Choco Krispis y leche. Todavía tenía que ducharse y prepararse mentalmente para ir a por el segundo día con positividad y energía, sin hablar de que quería organizar un poco las cajas de su habitación y quitarse faena de encima. Ella era muy ordenada y calculadora, tenía una agenda en la que apuntaba todo lo que tenía que hacer cada día, y la lista del miércoles se le había acumulado a la del jueves, razón por la que había preferido los cereales a esperar que el pan se tostara, o a que la sartén se calentara.

—Si tú lo dices… —mencionó con el cansancio arrastrando sus palabras y tomó asiento en uno de los taburetes que rodeaba la isla.

—Has dormido fatal, ¿verdad? —preguntó su madre mientras preparaba un cuenco con el chocolate y la mantequilla. Era como ver a un pez fuera del agua.

—He tenido noches mejores —dijo con la boca llena y encogiéndose de hombros, impasible. Todavía tenía que acostumbrarse a su nueva habitación, y a todo lo demás.

— ¿Qué tal fue con David? —preguntó— Ayer cogiste la cena y te encerraste en tu cuarto, no pudimos hablar de nada —mostró media sonrisa, tratando de ocultar su curiosidad y la preocupación de si algo malo le había ocurrido a su hija.



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En el texto hay: romance, drama, accion

Editado: 06.05.2019

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