La oficina del gato casi siempre suele sentirse como una prisión, no tiene ventanas, es oscura y apesta a humedad y desesperación. Incluso cuando suelo entrar aquí más veces de la que me gustaría no termino de acostumbrarme.
— Te lo advertí, te dije que no puedes ir por ahí agrediendo a los clientes. — Él echa un sobre sobre el escritorio, mirándome fijamente para que lo abriera. — Resulta que la persona que se te ocurrió desfigurar esta vez fue un pez gordo. Ahora pide tu carta de renuncia o nos demandará.
Miré el pedazo de papel entre mis dedos.
— Si iba a hacer un escándalo por un simple golpecito le habría dado uno más fuerte. — Aunque dije eso para mí, casi puedo escuchar la forma en que el Gato se palmeó la cara con las manos.
— ¿Simple? — Se frotó las sienes con los dedos.— Le doblaste una bandeja en la cabeza
— La bandeja es delgada, ni siquiera iba a-
— Lauren. — Interrumpió. — Conoces perfectamente el tipo de personas que vienen a este lugar, si ese hombre hubiera sacado un arma ni siquiera ese temperamento tuyo habría podido defenderte. Logré convencerlo de no despedirte, pero no puedo dejarte ir sin una sanción.
Tragué saliva.
— ¿E-entonces...?
Aquel hombre da un suspiro largo, yo solo puedo quedarme de pie frente a él, ni siquiera yo puedo ser grosera con ese hombre, solamente bajar la guardia podría terminar con mi cabeza colgando en la entrada del club. Además, Gato ha hecho muchas cosas buenas por mí.
— Vete a casa, Lauren. Tómate algunos días para reflexionar... Te avisaré cuando se calmen las cosas.
La decisión fue incluso peor de lo que esperaba.
— ¡Pero señor-!
— No está abierto a discusión, Lauren. Por favor retírate.
Apenas Accedí entre dientes, sé que una vez él toma una deicsión no hay forma de hacerlo cambiar de parecer. Pero salir de ahí a plena luz del atardecer me hizo sentirme derrotada por alguna razón.
Furiosa guardé todas mis cosas dentro de mi mochila, ignorando las preguntas de Celeste y algunas compañeras del trabajo salí sin mirar atrás del edificio.
Esperé la luz verde del cruce de peatones como si mirarlo fijamente fuera a hacer que cambiara más rápido de color y finalmente al cambiar aceleré el paso por delante de los demás hasta que el sonido del rugir de un motor me logró desubicar, los neumáticos chirriaron y el coche que se había saltado la luz roja siguió deslizándose peligrosamente hacia mi dirección.
''¡Cuidado!'' Gritó una persona detrás de mí.
Querido Dios ¿Qué tan odiada puedo llegar a ser?
...
— ¡AAY!
mi primer instinto fue gritar cuando caí de espalda, mi pesada mochila logró amortiguar mi caída y por primera vez agradezco tenerla conmigo. Cuando me percato de la situación siento el aire caliente del Pagani negro respirarme a milímetros de distancia, en medio de la conmoción me pongo de pie con el corazón acelerado para tomar aire.
— ¡Oye, imbécil! ¡¿Acaso no tienes ojos o compraste la licencia de conducir en internet?! — Grité después de darle una patada agresiva a la puerta del piloto a pesar de las personas que intentaron evitarlo. — ¡Casi atropellas a una persona y ahora te escondes como una rata cobarde dentro de tu auto!
¿Acaso ese idiota cree que por tener un auto lujoso en este pueblo se va a escapar como le de la gana?
— ¡¿Crees que el dinero te da derecho a ignorar los semáforos en rojo y las leyes de tránsito?! ¡Tú definitivamente-!
La ventanilla polarizada del auto apenas bajó, el asqueroso aroma del cigarrillo me obliga a alejarme un paso.
— Ten. —En la pequeña apertura apenas logra deslizarse una mano claramente masculina, sujetando una tarjeta negra con bordes dorados. — Llama a este número para costear los gastos.
Oh, así que es un rico prepotente.
Lancé mi mochila al suelo como si quisiera borrar del mundo no solo el auto sino también la persona que lo conducía, pronto vi mi tacón de aguja con acabados metálicos incrustándose en la ventana polarizada al golpearlo con toda mi furia contenida, fracturando el vidrio templado, jadeé bruscamente y me sequé el sudor de la frente con una sonrisa triunfante.
— Deuda saldada. — Me acerqué a decirle, aventándole de regreso la tarjeta por la rendija. — Anoté la matrícula del coche así que espero verte en la corte pronto, hijo de puta.
¡Argh! Por eso odio a los niños ricos.
— ¡Lauren! ¡¿Finalmente perdiste la cabeza?! — Cuando escucho la voz de Celeste corriendo detrás de mí para alcanzarme, me detengo. — Te seguí porque sentí que algo no estaba bien ¡Y ahora pasa esto! ¿Qué harás si ese hombre decide demandarte? Piénsalo bien ¿Un Pagani en este pueblo sin vida? Tiene que ser alguien peligroso.
— ¡Ese hombre casi me mata! Si no me hubiera caído...— Ni siquiera puedo terminar de decir la oración debido a los intensos escalofríos que me recorren. — Pero no va a hacer nada, solo es un forastero.
— ¿Cómo puedes estar tan segura de eso?
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Editado: 05.10.2025