(Lauren)
Me quedé fría mirando, esa mirada intensa, ese aspecto perfectamente cuidado y postura recta que no da paso a vacilar. Sin lugar a dudas se trataba de Ezra, mi ex (jefe).
No me había visto todavía, parecía muy concentrado en su conversación con Marta y Leonel así que trato de que mis pasos hagan el menor ruido posible, quizá estaba siendo muy cobarde, pero el simple hecho de pensar en enfrentarme al hombre que no quería que su hija naciera (y decirle que efectivamente nació y la he estado criando en secreto) hace que quiera salir corriendo.
— ¡Querida! Volviste antes de lo usual... — Al parecer la vida no quería lo mismo para mí y lo demsotró cuando Marta me llamó. — ¿Pasó algo en el trabajo?
Mis pies se detuvieron en seco.
— No, nada importante. — Mentí sin girarme hacia ellos. — Veo que están ocupados, no voy a interrumpirlos.
— Para nada, hija. — A veces odio que Leonel sea tan buena persona. — ¿Por qué no te acercas? Supongo que al final es algo que deberías escuchar también.
Tragué saliva, ese par de miradas se clavó en mi de manera muy innecesaria, no pude rechazarlos dos veces y me arrastré hacia la sala de estar, intentando esconderme detrás del par de ancianos en sus sillas de madera.
— ¿Q-que ocurre? — Apenas logré que me saliera la voz.
— Mucho gusto, señorita. Los señores me han platicado mucho sobre usted. — Ezra me mira y no puedo percibir ningún aitsbo de sentimientos, ni siquiera los de odio, era una mirada vacía. — Pero no puedo evitar decirle que su rostro se me hace extrañamente familiar, ¿Nos hemos visto antes?
Vi la mano que se me extendió con suplicio, estrecharla se sintió como si me hubiera quemado la piel.
— Suelo escucharlo a menudo. — Murmuré, evadiendo ese par de ojos que me veían como a un espécimen extraño. — Dicen que mi rostro es tan común que me parezco a mucha gente. ¿Cómo podria haberlo conocido?
Solté su mano rápidamente y noté una extraña mueca en su boca.
— Bueno, el mundo es un pañuelo. — Fue lo único que respondió antes de volver a sentarse tan digno como siempre.— Ahora que aparentemente estan todos los involucrados espero que estemos todos de acuerdo y poder tener una respuesta positiva sobre la venta.
— ¿Venta? ¿Venta de qué? — Pregunté confundida. ¿Quién podría querer comprar algo de este destartalado lugar?
Marta y Leonel se miran entre sí, yo me siento tal y como ellos me indicaron.
— Querida, desde hace un tiempo el señor y sus socios han estado intentando comprarnos la casa. Nos hemos negado varias veces, pero incluso nos están ofreciendo mudarnos a la ciudad. — Me confesó Marta como si estuviera confesando un crimen.
Me quedé boquiabierta, miré a Ezra con enojo ¿Acaso había perdido su humanidad durante el tiempo que no he estado?
— No puede sacar a estas personas de su casa si no quieren.
— Deberían aprovechar mi buena voluntad, en teoría su permiso de construcción y arrendamiento no les otorga la propiedad del suelo así que el gobierno tiene la potestad de derecho de uso, la cual se me ha cedido. — Me entregó varios documentos. — No debería iniciar una pelea que no van a ganar, esta es la forma más fácil. Si hubieran cedido el terreno a otra persona ya les habría echado a patadas.
Empuñé las manos con fuerza, luego de mirar los papeles lo arrojé sobre la mesa de centro.
— Los ancianos han vivido aquí muchísimos años, usted debería saber que esto les da una posición formal que no debe ser tomada a la ligera. — Respondí. — Ellos tienen derecho de adquirir legalmente la propiedad incluyendo el terreno.
Aunque fuera un proceso difícil y largo.
Ezra me miró como si hubiera leído mis pensamientos.
— No soy una persona muy paciente, no es mi deseo recurrir a fuerzas mayores.
Querer echar despidadamente a un par de ancianos del que ha sido su hogar más de la mitad de su vida es tan cruel que me cuesta creer que aquellas duras palabras provengan de él.
El ambiente se sumió en un silencio intenso muy incómodo para mí, sentía que él me estaba mirando precisamente, estudiando fríamente mis movimientos.
— ¡Mami!
Mi corazón casi da un vuelco cuando escucho esa pequeña vocecita emocionada, pálida corrí hacia mi hija y la abracé con mi cuerpo, contra mi pecho. No precisamente porque la hubiera extrañado demasiado sino porque no quería que él la viera.
— Liv, te dije que no puedes interrumpir así cuando los adultos están en una conversación privada. — Murmuré, aferrándome a ella con el corazón agitado.
— Es que escuché la voz de mamá... — Repitió meintras trataba de soltarse de mi abrazo para asomarse y curiosear en la sala. — ¿Son la abuela y el abuelo?
Tragué saliva y asentí, ella se desprendió de mí y fue hacia Marta y Leonel, sentándose en medio de ellos. Mis piernas estaban temblando al igual que mis manos, había imaginado esta escena un millón de veces en mi cabeza: El momento en que Ezra conociera sobre Liv (O que al menos supiera que tenía una hija)
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Editado: 10.10.2025