Hubiese sido diferente si pensara correctamente antes de tomar una decisión…
NARRADOR OMNISCIENTE
A veces la envidia no se grita, se sirve en una copa. Y esta noche, brilla.
Béatrice Cloutier no es solo hermosa. Es meticulosa. Pulida como una joya cara. Sabe lo que vale. Sabe lo que quiere. Y sabe exactamente cuándo el deseo de otros amenaza su pequeño reino.
Desde su rincón privilegiado en la fiesta —un rincón elegido con precisión para ver sin ser vista—, no le pasa desapercibido que Alizée está más radiante de lo habitual.
Su risa suena auténtica, ligera. Su vestido se mueve como si el viento lo acariciara solo a ella. Y lo peor: Walter y Raphael no le quitan la vista de encima. Uno con la nostalgia contenida de quien pierde algo precioso. Otro con el descaro encantador de quien planea ganarlo.
Le duele, le irrita. La corroe como un ácido lento bajo la piel.
Porque por más que lo intente, por más máscaras que use y sonrisas que practique frente al espejo, Alizée tiene algo que ella jamás ha logrado fingir: autenticidad.
La fiesta continúa. Ríen, brindan, bailan, pero Béatrice calcula. Siempre lo hace.
Ajusta el borde de su vestido rojo, deja su copa a medio terminar sobre una bandeja y se dirige al bar improvisado de la empresa con paso felino. Sus tacones apenas hacen ruido, pero su presencia sí.
Siempre lo hace.
—Hola, guapo… ¿Te estás divirtiendo esta noche? —le dice al chico detrás de la barra. Joven, nervioso, probablemente contratado solo por esta noche.
Él la mira, pestañea. Casi se atraganta con su propia saliva.
—H-hola, sí… bueno, algo cansado, pero sí —responde, limpiándose las manos en un trapo.
Béatrice sonríe. No porque sea amable. Sonríe porque ya lo tiene.
—Apuesto a que estás haciendo un trabajo excelente —coquetea, dejando caer sobre la barra tres copas vacías y un pequeño frasco con líquido transparente—. Quiero que le pongas esto. Un saborizante… especial.
Su voz es melosa, sus gestos suaves. Pero hay una dureza escondida en su mirada, una advertencia no dicha.
—¿Y esto es seguro? —pregunta el chico, mirando el frasco.
—Absolutamente —dice ella, sonriendo como quien firma un contrato sin leerlo—. Solo una ayudita para que se relajen. Son para mis jefes y una compañera muy querida.
(La palabra “compañera” le sabe a veneno, pero lo dice. Y lo dice bien.)
El chico duda. Su instinto le susurra que algo está mal, pero cede. Porque el miedo disfraza muchas cosas. Añade el contenido a las bebidas, agita las copas como si mezclara inocencia con perversión, y se las entrega.
Béatrice las toma con gracia, como si llevara en las manos un brindis inocente. Pero no lo es. No para ella.
—Esto es lo que pasa cuando alguien intenta quitarme lo que me pertenece —murmura para sí, mientras camina hacia el área VIP con las copas resplandecientes bajo las luces tenues.
Y entonces, como si el universo le sonriera por un segundo, piensa:
Esta noche, querida Alizée… vas a perder.
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WALTER MÉUNIER
Tengo varias copas encima y la cabeza ya me da vueltas, pero no puedo parar de sonreír. La música me late en el pecho. Todo el mundo parece flotar, reír, disfrutar. La decoración quedó perfecta. Lo sé porque Alizée la hizo.
Todo esto lleva su firma. Ella lo transforma todo. Incluso a mí.
Aunque esta noche… no la he visto mucho. O tal vez sí. Entre tantas máscaras, cuerpos, luces y copas… ya no distingo qué es real.
—¿Seguro que no te estás pasando? —me dice Raphael, apoyándose en mi hombro.
—¿Tú me lo dices? ¡Llevas media botella encima! —respondo, riendo. Él solo me guiña un ojo, tambaleándose.
—Truco o trago —murmura con esa sonrisa de niño malo que siempre le ha salido tan bien.
Nos dirigimos tambaleantes hacia las habitaciones privadas. Un espacio que habíamos reservado para descansar si la fiesta se nos iba de las manos… como ahora.
Subimos las escaleras riendo. Nos caemos, nos sostenemos. Somos sombras con trajes caros.
La puerta cede bajo nuestras manos. La habitación está a oscuras. Hay perfume en el aire. Dulce. Familiar. Una figura se dibuja en la penumbra. ¿Acostada? ¿Sentada? No lo sé.
Raphael se detiene. Yo también. Algo no encaja.
—¿Alizée? —pregunta él.
La figura no responde. Solo se mueve un poco. O eso creemos.
La puerta se cierra detrás de nosotros. Clic. Los seguros se activan.
Y con ese sonido… todo cambia.
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NARRADOR OMNISCIENTE
La oscuridad tiene formas curiosas de envolver a quienes no están en sus cinco sentidos. Se vuelve aliada del error. Cómplice del exceso. Escudo de lo imperdonable.
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Editado: 18.08.2025