El tiempo mejora muchas cosas y en otras solamente empeora todo…
Unas semanas después
ALIZÉE LACROIX
Los días pasaron tan rápido que me cuesta recordar el orden de los eventos.
Desde aquella noche… algo cambió.
No solo en la empresa. En mí.
Me siento más cansada. Más irritable. Tengo insomnio, pero a la vez no puedo estar despierta. Trabajo horas extra sin sentido. Mis compañeros lo atribuyen al estrés. Yo… también lo intenté.
Pero lo sé.
Mi cuerpo está distinto.
Mis emociones no encajan.
Y lo peor: hay un vacío en mi memoria que me atormenta.
Recuerdo la fiesta. Las luces. Las risas. Incluso a Walter y Raphael... pero luego, todo es neblina. Despierto con el maquillaje corrido y una sensación extraña entre las piernas que me hizo sentir sucia, confundida. No dolía, pero algo no estaba bien.
Tenía la ropa arrugada. Un perfume que no era el mío.
Y desde entonces… no he dejado de sentirme fuera de lugar.
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Hoy salí temprano del trabajo. Walter, siempre tan atento, notó que estaba agotada y me envió a casa antes de tiempo. Le agradecí con una sonrisa, aunque por dentro solo quería correr al baño y llorar.
Mi hermana, Aimée, está afuera, regando las plantas como si el mundo no estuviera temblando bajo mis pies.
—¿Y tú tan temprano? ¿Te despidieron? —pregunta con una ceja alzada.
—No, tranquila —respondo entre bostezos—. Walter me dio el resto del día libre. Estoy… un poco agotada.
—¿Te sientes mal? —frunce el ceño.
—Sí. Pero no es grave —miento.
Me abraza. Su gesto es cálido, como siempre. Pero no puedo relajarme. No con todo lo que estoy sintiendo.
Dolor de cabeza.
Sensibilidad.
Náuseas.
Y el retraso.
El retraso que no puedo justificar ni con trabajo, ni con estrés, ni con excusas.
Mi cuerpo me grita algo que no quiero oír.
Y mi mente… se niega a creerlo.
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Entro a casa y me abraza mi tía Adelaine. Mi segunda madre. La mujer que ha sido todo para mí. Su voz me calma un poco.
—¿Cómo estuvo el trabajo, mi reina?
—Pesado —le sonrío débilmente—. Pero ya pasó. Me daré un baño y luego llamo a Violette. La necesito.
—Claro, cariño. Aquí estamos.
Subo a mi habitación y, apenas cierro la puerta, me desmorono. El llanto me ahoga. Me veo al espejo y no me reconozco. Me toco el vientre… y tiemblo.
¿Qué me hiciste, cuerpo?
¿Qué pasó esa noche?
¿Quién fue?
Llamo a mi mejor amiga. Púrpura. Violette. Mi alma gemela desde que tengo memoria.
En cuanto responde y ve mi rostro hinchado de llorar, lo entiende todo.
—¿Te hiciste la prueba? —pregunta con suavidad.
—Todavía no —respondo entre sollozos—. No quiero hacerlo sola.
—Hazlo conmigo. Estoy aquí.
Me lleva al baño por videollamada. Sigo cada paso temblando. El tiempo parece eterno.
Y entonces…
Dos líneas.
Una.
Dos.
Clarísimas.
No hay error.
—Púrpura… salió positiva —susurro.
Ella abre los ojos como platos.
—Cálmate. Respira. Tienes otras pruebas, ¿cierto? Hazlas. Todas. Y mañana, un examen de sangre.
Asiento. Pero ya lo sé. Lo siento.
Estoy embarazada.
Cuando termino todas las pruebas, todas confirman lo que ya temía. Y lo peor… es que no tengo idea de cómo pasó. Ni cuándo. Ni con quién.
—Violette… no recuerdo haber estado con nadie —le confieso mientras me tiembla la voz—. Pero desperté aquella mañana… extraña. Como si alguien… como si algo hubiese pasado.
Ella se queda en silencio. Me mira con los ojos aguados.
—¿Te duele?
—No. Pero me sentía rara. Irritada. Desorientada. No sé si fue la bebida. No sé si fue algo más. Solo sé que… no fue normal.
El llanto vuelve. Ella me acompaña.
—No estás sola —me dice—. Pase lo que pase, vamos a salir de esto. Tú, yo… y ese pequeño ser dentro de ti.
No sé si reír o llorar más fuerte.
Mi tía y mi hermana entran a mi habitación poco después. Les confieso todo. Con miedo. Con vergüenza. Pero también con la necesidad de no cargar esto sola.
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Editado: 18.08.2025