¿ Bebé sorpresa?, ¡ni loca!

Extra: Nervios de amor

Amarte siempre me parecerá un sueño. Aunque ahora ya es una realidad.

Alizée Lacroix

Nunca imaginé que mi vida cambiaría de una forma tan radical y hermosa al mismo tiempo. Antes mis días eran oficinas, juntas y un jefe que me hacía temblar con solo mirarme. Ahora mis días son pañales, canciones de cuna y el sonido más perfecto del mundo: la risa de mi hija.

Aurore-Marie duerme en mis brazos. Sus dedos diminutos se cierran alrededor de uno mío, como si tuviera miedo de soltarme.

Yo la miro fascinada, aún sin creer del todo que salió de mí, que fui capaz de darle vida. Ella respira tranquila, con el pecho subiendo y bajando despacito, y yo siento que mi propio corazón late al mismo ritmo.

El crujido de la madera me anuncia que no estoy sola. Giro la cabeza y lo veo: Walter, apoyado en el marco de la puerta, con esa sonrisa serena que me derrite sin remedio. Lleva la camisa remangada, el cabello un poco desordenado y un brillo en los ojos que antes, cuando era mi jefe, jamás me habría atrevido a sostener. Ahora tampoco me atrevo mucho… pero por razones muy distintas.

—Te quedaste embobada otra vez —dice en voz baja, avanzando hacia nosotras.

—No puedo evitarlo… —respondo, bajando la mirada con timidez—. Es tan perfecta.

Se sienta a mi lado y estira una mano para acariciar la cabeza de la bebé. Yo contengo el aliento al sentir su brazo rozando el mío. No debería, después de todo lo que compartimos, pero todavía me siento intimidada por él.

Es ridículo: ahora dormimos juntos, nos besamos, nos tenemos… y aún así me cuesta mirarlo como si fuera solo “mi Walter” y no “el señor Méunier”.

—Alizée… —su voz ronca me obliga a alzar la vista. Su sonrisa es suave, pero su mirada es intensa—. Sé lo que estás pensando.

—¿Ah, sí? —pregunto, nerviosa.

—Sigues tratándome como si todavía fuera tu jefe. Como si tuvieras que medir cada palabra, cada gesto.

Me muerdo el labio, porque tiene razón.

—Es que… durante tanto tiempo lo fuiste. Y ahora estás aquí, conmigo, y no sé… me siento rara.

Él toma mi mano libre y la aprieta con firmeza.

—Escúchame bien. Yo no soy tu jefe. Ya no lo soy, y nunca más volveré a serlo. Soy tu pareja, Alizée. El hombre que se muere por ti y que haría cualquier cosa por verte sonreír. Y sobre todo… soy el padre de esta pequeña princesa.

Miro a Aurore-Marie, que suspira entre sueños, ajena a la intensidad de esa confesión. Cuando vuelvo a mirarlo, me encuentro con sus ojos claros, tan llenos de amor que me hacen estremecer.

—No tienes que ser tímida conmigo —continúa—. No hay jerarquías aquí, no hay barreras. Solo tú y yo… y ella.

Trago saliva, sintiendo cómo mis mejillas se encienden.

—No me lo pongas tan difícil, Walter. Nunca he sido buena con… con esto. Con decir lo que siento.

Él sonríe con ternura y se inclina hasta apoyar la frente contra la mía.

—Pues tendrás que aprender. Porque yo voy a recordártelo todos los días.

Un calor extraño me recorre el pecho. Quizá tenga razón. Quizá siempre lo amé en silencio, con esa timidez que ahora parece infantil. Y quizá ahora, con nuestra hija en brazos, puedo dejar de ocultarlo.

Aurore-Marie se mueve un poco, como si quisiera llamar la atención. Sus ojitos se abren apenas y se quedan mirando a su padre. Walter sonríe con orgullo y le acaricia la mejilla.

—¿Viste, princesa? Tu mamá todavía se sonroja conmigo. —Levanta la vista hacia mí y suelta una risa suave—. Y eso que ya soy suyo por completo.

Yo río bajito, aunque las lágrimas me nublan la vista. Es increíble cómo consigue hacerme sentir tantas cosas al mismo tiempo.

—Te amo, Walter —confieso al fin, con un hilo de voz.

Él me besa, lento, profundo, como si quisiera sellar esas palabras para siempre.

—Y yo a ti. Así que no más timidez, Alizée. Ahora somos una familia. Ahora nos amamos, sin reservas.

Me dejo envolver por ese beso mientras nuestra hija vuelve a dormirse tranquila, como si supiera que entre nosotros todo está en paz. Y en ese instante comprendo que, aunque la vida no siempre será sencilla, lo que tenemos es real.

Yo, la mujer que nunca pensó merecer tanto, ahora soy madre… y amada. Y nada puede darme más fuerza que eso.




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