Nadie me dijo que ser padre era una tarea tan complicada…
Walter Meunier
Dicen que la vida de un hombre se resume en ciertos momentos clave: el primer éxito, el primer fracaso, el primer amor. Yo, en cambio, creo que la mía se resume en un instante: cuando vi a mi hija por primera vez en brazos de Alizée. Todo lo demás quedó en segundo plano.
Han pasado dos años desde aquel día, y aunque he cambiado pañales, cantado canciones de cuna desafinadas y pasado noches enteras sin dormir, sigo pensando que nada en el mundo puede prepararte para ser padre. Sobre todo… cuando ya tienes que empezar a preocuparte por los pretendientes.
Sí, pretendientes. Aunque Aurore-Marie apenas tiene dos años, ya hay un mocoso que asegura que se casará con ella. Nathan. El hijo de Raphael y Nadine.
Lo vi clarísimo en la playa, el día de nuestra boda, mientras celebrábamos con familia y amigos. Aurore estaba sentada junto a él en la arena, jugando como si nada. Y entonces, el pequeño se me planta delante, con toda la seriedad del mundo, y suelta:
—Dentro de unos años, su hija será mi esposa.
Yo lo miré incrédulo. ¿Es que ni un respiro me iban a dar? ¡Acabo de casarme yo, y ya vienen a arrebatarme a mi niña!
—¿Perdón? —pregunté, con la ceja arqueada, conteniendo la risa, aunque por dentro hervía.
El muy fresco repitió, como si nada:
—Sí, sedá mi chica.
Alizée, siempre tan comprensiva, me tomó del brazo y susurró entre risas.
—Tranquilo, amor. Son solo niños.
Pero yo no me lo tomo a la ligera. Puede que Nathan tenga apenas unos años, pero esas cosas se plantan en la mente de un hombre desde temprano. Yo lo sé bien.
Desde entonces, confieso que me he vuelto un padre celoso en toda regla. Cuando Aurore se pone un vestidito demasiado bonito, lo primero que pienso es: ¿Y si algún niño se queda mirándola más de la cuenta? Cuando sonríe con esa dulzura que heredó de su madre, me aterra que alguien más quiera adueñarse de esa sonrisa algún día.
Hace poco, en una reunión familiar, Aurore corría feliz con Nathan y otros niños. Yo no podía dejar de seguirlos con la mirada. Raphael, viendo mi cara, se rió a carcajadas.
—Relájate, Walter. Tienes años por delante antes de preocuparte por novios.
—Ese es justamente el problema —repliqué, cruzándome de brazos—. El tiempo pasa demasiado rápido.
Raphael casi se atraganta de la risa, mientras Nadine, embarazada de su segundo hijo, añadía con picardía.
—Además, Nathan tiene buen gusto. Se nota que sabe elegir.
Yo casi me atraganto, pero de indignación.
—¡Enamorado de mi hija? ¡Ni de broma! —exclamé.
Alizée, como siempre, intentó bajarme los humos con un beso en la mejilla.
—Walter… —me susurró—, nuestra hija crecerá, y cuando lo haga, tendrá derecho a elegir a quién amar, como nosotros lo hicimos.
La miré en silencio, con esa serenidad que solo ella logra darme. Sé que tiene razón, pero… soy su padre. Y a los padres se nos da fatal eso de aceptar que nuestras niñas dejen de ser nuestras niñas.
Aurore se acercó corriendo, con la carita sonrojada, y me tendió un puñado de conchitas marinas que había recogido. Me agaché para recibirlas y ella me plantó un beso en la mejilla. Ese gesto sencillo bastó para reafirmar lo que siento: quiero protegerla del mundo entero.
¿Celoso? Puede ser. ¿Exagerado? Probablemente.¿Orgulloso de mi hija y de la familia que formamos? Más de lo que jamás podría poner en palabras.
Así que sí, tal vez Nathan siga diciendo que algún día se casará con Aurore. Tal vez otros niños lo digan después. Pero mientras yo viva, tendrán que enfrentarse primero conmigo. Porque si algo he aprendido en estos dos años es que un padre siempre será el primer amor de su hija, y yo pienso honrar ese papel hasta el último de mis días.
[…]
La cosa no quedó en la playa. Nathan no se conformó con declarar que Aurore sería su esposa. No. Desde ese día se empeña en reafirmarlo cada vez que tiene ocasión. Y yo, como padre celoso, decidí que era hora de poner las reglas claras.
Una tarde, estábamos todos en casa de Raphael y Nadine. Los niños jugaban en el jardín mientras los adultos compartíamos una copa de vino. Yo me levanté, con toda la calma del mundo, y llamé a Nathan con un gesto de la mano.
—Ven aquí, jovencito. Tenemos que hablar —le dije, con el tono que usaba en la empresa cuando algo muy serio estaba en juego.
El niño vino corriendo, con esa carita inocente que me desarma… pero no tanto. Se sentó frente a mí, balanceando las piernas, y me miró con atención.
—¿Sí, señor Walter?
Inspiré profundo y lo observé como si estuviera en un interrogatorio de alto nivel.—He escuchado unos rumores bastante serios. Dicen que quieres casarte con mi hija.
Nathan sonrió orgulloso.
—No son lumoles, yo lo dije.
Los adultos comenzaron a reírse bajito, mientras yo mantenía la compostura.
—¿Y qué te hace pensar que eres buen candidato para ella? —pregunté, cruzando los brazos.
Nathan infló el pecho como si llevara corbata.
—Yo cuido de Aulole, le doy mis juguetes y la dejo ganar en las caídas.
Yo fruncí el ceño, haciéndome el difícil.
—Eso está bien, pero… ¿puedes mantenerla? Una esposa necesita seguridad.
El niño arqueó las cejas, pensativo.
—Mi papá tiene muchas moneditas en su cajón. Yo puedo compaltir.
Las carcajadas de Raphael y Nadine estallaron, pero yo seguí con mi papel.
—El dinero no lo es todo. Quiero saber: ¿piensas tratarla bien?
Nathan asintió con solemnidad.
—Sí. Yo la amo. Cuando sea glande, le voy a comprar muchos helados.
No supe si reír o llorar. Alizée, que me observaba desde el sofá, se tapaba la boca para no soltar carcajadas.
—Escúchame bien, Nathan —dije inclinándome hacia él, como si de verdad estuviéramos cerrando un contrato importante—. Aurore es mi tesoro más grande. Si de verdad piensas que un día te casarás con ella, más te vale demostrarme desde ahora que puedes cuidarla. Y si alguna vez la haces llorar… tendrás que ver conmigo. ¿Está claro?
#666 en Novela romántica
#275 en Chick lit
#195 en Otros
#96 en Humor
embarazo insperado, jefe empleada celos comedia romantica, secretos amor verdadero y complicado
Editado: 05.09.2025