Bedavenano, el renacer de las sombras

Capítulo 6: «…tan solo es una niña».

Un graznido sonó por encima de las copas de los árboles. Lucía, John, Pichí, Sylvia y la reina vieron a esas maravillosas aves a través del ventanal del techo de la sala del trono.

Tres aves doradas surcaron el cielo del Bosque Celestia, soltando destellos brillantes gracias a la luz del sol. Se movían con gracia por el cielo, haciendo piruetas, felices de que alguien hubiese contactado con ellas.

Las tres aves se posaron en la hoja contigua a Tresh y lo miraron expectantes. El chico las observó y distinguió el brillo de emoción en sus ojos. Sin embargo, se sintió apenado: solo tres habían respondido a su llamada. Descartó la dolorosa idea de que fueran los últimos Houroks de Bedavenano; prefirió pensar que los demás estaban escondidos en algún lugar, tratando de rehacer su hábitat destruido.

Lucía apareció a su lado, fascinada ante las grandes aves doradas de pico azul, que la observaban con sus pupilas completamente negras. Pronto subieron también al árbol Pichí y los dos faunos, quienes traían unas riendas que colocaron a los Houroks. Despidiéndose de la reina, se montaron en aquellas magníficas aves. Lucía y Tresh compartieron uno, ya que no había suficientes para todos.

Las tres aves alzaron el vuelo, desplegando sus largas alas doradas. Lucía se agarró al cuello del animal para no resbalar, pues ascendían en vertical. Pero una vez que superaron las nubes, ocultándose de miradas indiscretas, retomaron el vuelo en horizontal. Lucía y Tresh lideraban la marcha, con Pichí volando a su lado. El señor Wilson dictaba la ruta, y Tresh se la retransmitía telepáticamente a los Houroks.

A sus pies se extendían las Llanuras Verdes. Tardaron un par de horas en sobrepasarlas; antes de que se dieran cuenta, ya era de noche, y los pájaros necesitaban descansar. Se posaron sobre los Picos Ardientes, una cordillera de piedra rojiza junto a los Desiertos Helados. Lucía tuvo la sensación de que estaban retrocediendo en lugar de avanzar, pero decidió no decir nada; todos pensaban lo mismo, pero era la ruta de la reina, no se podía discutir.

Les retiraron las riendas a los Houroks y acamparon en un boquete acogedor entre la cordillera. El terreno rocoso ofrecía un refugio natural, con paredes altas que los protegían del viento frío. A pesar de la ausencia de fuego, Lucía y Sylvia repartieron algunas mantas que llevaban, y no pasaron tanto frío esa noche. Los Houroks descansaban fuera.

Lucía despertó de madrugada y notó que Tresh no estaba. Salió del boquete y lo encontró junto a los Houroks, hecho un ovillo con una de sus mantas. Parecía mantener una conversación telepática con las aves, así que no se acercó; se cruzó de brazos y se apoyó en la pared rocosa.

Tresh estaba sentado sobre una roca. Su cabello rizado le caía por la cara como una cascada, y aunque tenía la cabeza vuelta hacia los pájaros, su mente estaba muy lejos. En la distancia se distinguía la Torre de Odifwes. Se preguntaba cómo estarían las cosas allí en ese momento.

Sintió la presencia de Lucía detrás.

«Siéntate aquí, si quieres», la invitó.

Lucía se sentó a su lado, envuelta también en las mantas, y se quedó mirando la luna llena. Tresh la miró; sus ojos brillaban, pero no por el reflejo de las estrellas, sino porque tenían una luz propia. Ella no lo sabía, pero era especial.

Se quedaron contemplando el cielo en silencio. Lucía apoyó la cabeza en el hombro de Tresh, y así se quedaron dormidos. Sylvia los encontró así la mañana siguiente cuando salió de la cueva. Sonrió, pero no los despertó. Pichí, en cambio, no fue tan considerado y los despertó con un graznido.

Volvieron a montar en los Houroks, que ahora, descansados, volaban aún más rápido. Se dirigían a Likash, el Bosque de los Unicornios. Desde aquella altura, Lucía distinguió a lo lejos una cordillera oscura que rodeaba un gran palacio envuelto en niebla espesa. Se le encogió el estómago. Pronto tendría que enfrentarse al Nocturno allí. Y lo confesaba: tenía miedo. Pero debía ser valiente. Era la última esperanza de Bedavenano. Aunque... ¿por qué ella?

Estaban sobrevolando las copas de los árboles de Likash cuando los pájaros comenzaron la maniobra de descenso. Lucía y Tresh se sujetaron con fuerza a las plumas del ave. Lucía alcanzó a ver algo que se elevaba desde el bosque: un torrente de energía pasó cerca de ellos. ¡Estaban siendo atacados!

Pero al acercarse más, vio que provenía de un hada que les hacía señas desde la copa de un árbol. Supuso que era una señal. Y sí lo era: el primer pájaro —el de John—, con un graznido, se zambulló entre las copas de los árboles, justo al lado del hada.

«Nos está ayudando a entrar en el bosque», entendió Lucía.

Pronto, todas las aves siguieron a la primera, sumergiéndose en el follaje. A Lucía y Tresh les pareció que descendían durante largo rato. En más de una ocasión tuvieron que apretarse contra el lomo del ave para no ser derribados por las ramas. Parecía imposible que el Hourok encontrara huecos para atravesar aquel laberinto vegetal… y sin embargo, lo hacía con sorprendente facilidad.

Minutos después, aterrizaron en un claro junto a un arroyo. Tresh bajó del lomo del pájaro de un salto, aún emocionado por el vuelo, y tendió la mano a Lucía para ayudarla a bajar. Cuando ella lo hizo, ambos miraron a su alrededor y se quedaron sin aliento.

Una docena de hadas los rodeaban, con gesto amistoso. Lucía distinguió cuatro corceles blancos como la nieve. Sus crines plateadas colgaban como cascadas brillantes sobre sus largos cuellos, y sus colas de león ondeaban tras ellos. En la frente, les relucían largos cuernos resplandecientes.

Eran unicornios. Lucía se quedó sin aliento, fascinada por aquellas criaturas tan bellas y tan puras.

La pequeña hada que les había hecho señas se acercó a ellos. Tenía alas moradas de mariposa. Contempló a los recién llegados y clavó su mirada violeta en los ojos verdes de Lucía, que la sostuvo, algo incómoda.




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