Bedavenano, el renacer de las sombras

Capítulo 9: Pinnak.

Lucía descendió con suavidad a la playa de arenas rojas; las llamas que la envolvían fueron disipándose lentamente a su alrededor. Con un último batir de alas, se posó delicadamente en la arena, su cuerpo volviendo a su forma humana-elfa mientras la luz del sol bañaba su rostro.
Se quedó de pie un momento, sintiendo la calidez reconfortante del sol en su piel. A su alrededor, el grupo la observaba con asombro.
—¡Lucía!—exclamó John, corriendo hacia ella—. ¿Estás bien? ¿Qué ha pasado?
Lucía asintió con una sonrisa, mientras el resto del grupo se acercaba a ella.
—Estoy bien, John—respondió con calma—. Mejor que nunca.
Entonces Tresh corrió hacia ellos y apartó a John, se acercó a Lucía y la abrazó con fuerza.
—Creía que te habíamos perdido, cuando despertamos y no estabas. Te hemos estado buscando por todas partes, pero no había ni rastro de ti.
—Lo siento—murmuró Lucía, aturdida por la preocupación del chico, y le devolvió el abrazo.
Tras unos segundos, Tresh se apartó un poco avergonzado por su repentino movimiento, pero Lucía simplemente le sonrió y eso alivió un poco su vergüenza.
El resto del grupo se acercó, todavía asombrados.
—¿Qué ha… qué te ha… pasado exactamente?—preguntó Sylvia.
Lucía procedió a contarles todo lo que le había pasado, desde que acabó en la playa hasta llegar a la cueva. Les contó lo que aquella figura le había contado sobre el báculo, los dragones y el fénix que vivía en su interior.
—Tengo que recuperar el báculo—recordó entonces.
—No será necesario, mi señora—Lucía se volvió sobresaltada hacia la figura encorvada cubierta con la capa raída que había aparecido a su lado, y que transportaba el báculo con sumo cuidado—. Tomad.
—¿Mi… mi señora?—preguntó Lucía—. ¿Por qué me has llamado así?
La figura se inclinó con reverencia ante Lucía antes de responder.
—Porque tú eres la elegida, la portadora del báculo de Nawin-na, y eres el fénix—dijo solemnemente—. Y yo soy simplemente un sirviente de la profecía, aquí para ayudarte en tu camino.
Lucía tomó el báculo con cautela, sintiendo su familiar peso en sus manos.
—Gracias—dijo con gratitud.
La figura bajó la capucha de su capa, revelando un rostro anciano y sabio.
—Hace mucho tiempo que me encargaron la misión de instruir a los portadores del báculo sobre el pasado del arma que portan—dijo con serenidad—. Me concedieron la inmortalidad para hacerme cargo. Ahora mi tarea ha terminado contigo, tendré que esperar a un nuevo portador.
Lucía miró al anciano a los ojos, viendo la sinceridad y la sabiduría en su mirada. Finalmente, asintió con determinación.
—Muchas gracias.
—Ese es mi trabajo. Ahora, si me disculpan—dijo, abriéndose paso para volver a su morada. Pero antes se dio la vuelta y añadió—. No dejes que paguen el brillo que hay en ti, porque eso es lo más preciado que podrías tener.

—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Lucía mientras andaban de regreso donde habían dejado los Brumes.
—No lo sé —le confesó John—. Ya no podemos seguir el plan original, porque todo se ha adelantado.
—Tengo una idea —dijo Tresh—. No sé si servirá de algo, ni si es cierto, pero…
—¿Qué idea?
—Al lado de Telethra están las Cuevas Óseas. Mi maestro alguna vez me comentó que allí vivía un experto en las sombras. Vivía ahí porque es herejía según nuestras creencias, por lo que fue exiliado allí.
Las Cuevas Óseas eran un conjunto de cuevas en un bosque marchito; los delincuentes que se salvaban de la pena de muerte eran exiliados allí. No era un lugar realmente apartado de todo el mundo, pero nadie se acercaba allí.
—Pero no sabemos si las Cuevas Óseas han sido o no invadidas por el nocturno —objetó Pichí.
—Pero si descubrimos una forma para acabar con las sombras, merecerá la pena el riesgo.
—¿Y si no descubrimos nada?
—¿Puedes no ser tan pesimista? —se quejó Sylvia—. Es una posible opción, pero tenemos que arriesgarnos, porque se nos acaba el tiempo y no es que dispongamos de muchas opciones. Hay que conformarse con lo que tenemos.
—¿Por qué no me contasteis lo de la profecía? —dijo entonces Lucía, que había estado callada durante toda la discusión.
Todo el grupo se quedó en silencio, sin saber cómo responder. Lucía soltó un suspiro de frustración y decepción y se adelantó, dejando atrás al grupo.
—¡Lucía, espera! —gritó Sylvia, corriendo tras ella—. Íbamos a contártelo.
—¿Ah, sí? ¿Cuándo, si puede saberse? —estalló ella—. ¿O es que eso tampoco lo puedo saber?
—Íbamos a contártelo —repitió la Ovina—. Pero no era el momento.
—¿Que no era el momento? —dijo Lucía, alzando la voz, cada vez más enfadada.
—No, no lo era —sentenció Sylvia—. No era el momento porque ya era confuso para ti llegar aquí y tener que involucrarte en esto…
—Yo no lo pedí —la interrumpió; aunque en el fondo sí que lo había pedido, ella había insistido a su madre para que la dejase ir. Pero porque pensaba que iba a ser emocionante y que iba a tener amigos que le contasen lo que estaba pasando.
—Ya era confuso para ti llegar aquí y tener que involucrarte en esto —continuó Sylvia—, como para que te confundiésemos más con una profecía que probablemente ni siquiera fuese cierta.
—Pero lo era, ¿verdad? La profecía hablaba sobre mí porque yo soy el fénix y tú lo sabías, todos vosotros lo sabíais. Y aun así elegíais despertarme cada día y decidir mentirme.
—Lucía, entiende nuestra postura —pidió Sylvia.
—Entiende tú la mía. Llegué aquí sin conocer nada, porque me dijeron que tenía que luchar en una batalla por razones que no me influían, y lo único que podía darme una pista sobre mi papel en todo esto me lo ocultáis. Me da igual que pudiese ser falsa, que solo me confundiese más; eso era mejor que que me mintieran. Podría haber muerto en el barco sin haberlo ni siquiera sabido, cuando saberlo podría habernos ayudado mucho antes. Y he tenido que enterarme por mi cuenta.
—Lo siento —dijo Sylvia en un tono calmado, tratando de tranquilizar a la niña—. Lucía, estas semanas han sido estresantes para todo el mundo, solo pensábamos en tu seguridad. Ya sé que hicimos mal, pero entiéndenos.
Lucía respiró hondo varias veces tratando de calmarse. Durante toda la conversación había sentido que algo se desataba en su interior de nuevo y no quería transformarse, no ahora.
—Os entiendo —dijo finalmente—. Y os perdono.
Sylvia le dedicó una sonrisa de agradecimiento y la abrazó.
—Ahora lleguemos a esas cuevas para acabar de una vez con esas dichosas sombras.




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