—Entonces, ¿para derrotar a las sombras, debo volver a encerrarlas en la esfera? —preguntó Lucía.
Pinnak asintió con la cabeza. El grupo intercambió miradas tensas. Tras una breve disculpa, se alejaron de la sala para discutir en privado.
—No vas a hacer eso sola —dijo John, siendo el primero en romper el silencio. Su tono era firme, pero también protector. Había leído los pensamientos de Lucía y sabía exactamente lo que estaba considerando.
—Tengo que hacerlo.
—No, no tienes que hacerlo —intervino Sylvia, cruzándose de brazos—. Ha dicho que hay que meterlas en la esfera, no que lo hagas tú sola.
—No me importa lo que digáis, lo voy a hacer, no soy solo una niña —cortó Lucía, y todo el grupo pudo ver un brillo especial en sus ojos verdes, dándose cuenta de que no podrían detenerla.
—Vale… —dijo John—. Pero no puedes ir ahora. Primero tenemos que diseñar la estrategia a seguir.
—Bien, pues ya lo tenemos —dijo Pichí un par de horas después, acercándose al exterior de las cuevas.
Antes de salir, Tresh había cogido algunos de los pergaminos para leerlos más tarde.
—Lucía irá sola al lugar donde está la esfera. Nosotros enfrentaremos a Connor para distraerlo y darle vía libre —resumió John.
—¿Qué pasa si algo sale mal? —preguntó Sylvia.
—Hay muchas posibilidades de que todo salga mal, pero eso no debe frenarnos —dijo Pichí—. Y aún así, estamos juntos.
Caminaron un rato más, en silencio, hasta que llegaron a la salida de las cuevas, donde todo seguía igual de oscuro que antes.
—Pues supongo que aquí nos separamos —dijo Lucía, mirando al grupo.
John no pudo evitar sentir la sensación de que, aunque Lucía aún tuviera trece años, parecía haber crecido veinte de golpe. Parecía más madura, más valiente, más adulta. Aunque tuviese rasgos infantiles, al mirarla daba incluso miedo. Estaba más seria y parecía mucho más poderosa. Había dejado de ser una niña en… ¿cuánto? ¿Menos de un mes?
—Julia alucinaría si te viese ahora —se le escapó.
Lucía sonrió y se despidió de todos con un abrazo. Se desearon mucha suerte mutuamente. Al final, John, Pichí, Sylvia y Tresh observaron cómo una magnífica ave de fuego se elevaba en la oscuridad y se alejaba de allí.
Por el camino hacia la base en las montañas azules reinaba un silencio absoluto. Desde la despedida de Lucía, ninguno de ellos había vuelto a pronunciar palabra, y todo a su alrededor parecía enmudecer, como si los sonidos mismos se hubieran desvanecido bajo sus respiraciones. Al alcanzar los desiertos helados, el grupo pudo ver a lo lejos cómo la capa de oscuridad que los rodeaba comenzaba a aclararse. Aceleraron el paso, decididos a llegar lo antes posible a su destino.
En el palacio arcaico reinaba el caos. Las tropas de Connor se preparaban para partir, y la profecía ya había comenzado. Eso significaba que cada minuto los acercaba más a su victoria. Los rebeldes se creían poderosos, pero no eran nada comparados con el ejército de Connor, sus poderes, su ambición, y las alianzas que poseía.
Entre el revuelo, Connor volvió a permitirse el lujo de descender a su lugar favorito del palacio: las mazmorras. Le divertía ver la desesperación de sus prisioneros, sus súplicas, cómo su esperanza se desvanecía poco a poco. Especialmente la de un prisionero en particular. Un viejo "amigo". Un elfo prepotente que había intentado abandonar Bedavenano trece años atrás, como si nada. Un elfo narcisista que pensó que podría tener una vida feliz fuera de allí. Un elfo que no comprendía las ambiciones del elfo nocturno. Un elfo que creyó que podría salirse con la suya después de arrebatarle a su mejor amiga.
Connor se detuvo frente a la última celda y miró hacia adentro, esbozando una sonrisa de suficiencia.
—Hola, Órien —dijo con tono burlón—. Parece que los planes de tu hijita no van a acabar muy bien… Y ella tampoco.
El elfo, al escuchar sus palabras, saltó furioso hacia la puerta de su celda.
—Ni se te ocurra tocar a mi hija.
—¿Y qué vas a hacer tú al respecto? —replicó Connor con malicia—. He bajado solo a contarte un hecho. Que no lo aceptes ya no es mi problema.
—¿Por qué haces esto? —preguntó Órien, su voz llena de impotencia.
—¿Por qué conformarse con una miga cuando puedes tener el pastel entero? —Connor negó con la cabeza en señal de desaprobación, antes de dar media vuelta y abandonar las mazmorras, dejando a Órien solo con su impotencia y desesperación.
Las Montañas Azules no estaban en mejor situación que el Palacio Arcaico. La oscuridad hacía rato que ya había invadido el norte de Bedavenano y el caos formado era increíble. Todos los ejércitos ya estaban en marcha, pero la diferencia en tamaño era notable. Lucía era su última esperanza.
Mientras Lucía sobrevolaba los bordes de Bedavenano, podía ver cómo la oscuridad absorbía todo, creando una capa que bordeaba los límites del continente y ascendía hasta las nubes. Veía el Palacio Arcaico desde la distancia, las sombras moviéndose de aquí para allá, los elfos nocturnos alineando sus tropas. Se ocultaba como podía para no ser vista, pero emitir una luz propia tan intensa complicaba un poco las cosas. De todas formas, se sentía bien en aquella nueva forma, con las llamas acariciando su piel pero sin dañarla, siendo una parte de ella misma. Al transformarse, el báculo se transformó con ella, por lo que podía transportarlo siempre sin problemas.
No sabía exactamente qué aspecto tenía lo que buscaba, hasta que la vio, la única cueva que transmitía luz de todos los acantilados del sur. Se aproximó a ella con cuidado. ¿Cómo sería la esfera? ¿Qué tendría que hacer? ¿Cómo volvería a encerrar a todas las sombras?
Ya resolvería eso al llegar.
Mientras el grupo caminaba hacia las Montañas Azules, Tresh abrió uno de los pergaminos. Lo leyó y quedó estupefacto, no podía ser, no podía ser verdad. El grupo notó la expresión de horror de Tresh.