Bedavenano, el renacer de las sombras

Capítulo 12: La batalla.

Finalmente, la batalla comenzó. Rebeldes contra la oscuridad. Ambos bandos atacaban con todo lo que tenían. Elfos nocturnos y sombras contra sátiros, elfos diurnos y demás especies de Bedavenano. Atacaron con arcos, magia, espadas, fuego… con todo.
John, Sylvia y Pichí fueron hasta el núcleo del mal, el Palacio Arcaico, a lomos del último dragón de cristal para enfrentarse cara a cara con el nocturno, por muy peligroso que fuera. Consiguieron evitar a todas las sombras, ya que se encontraban más ocupadas en la batalla que se estaba llevando a cabo en el campo de batalla.
Una vez dentro, John, Sylvia y Pichí avanzaron cautelosamente por los oscuros corredores del Palacio Arcaico. Las paredes estaban cubiertas de runas brillantes que parecían pulsar con energía negra, y cada paso resonaba como un eco de advertencia. El dragón de cristal había partido para asistir a las fuerzas rebeldes en la batalla principal, dejándolos frente al último obstáculo: Connor.
Llegaron finalmente a una amplia sala iluminada por antorchas de fuego azul. En el centro, un trono de obsidiana se alzaba como una monstruosa araña, y sobre él estaba Connor, su figura esbelta y majestuosa cubierta por una capa de sombras que se retorcían como serpientes vivas. Su mirada se alzó, fija en John, y una sonrisa cruel asomó en su rostro.
—Así que finalmente has venido, John. Siempre tan noble, siempre tan… predecible.
John tragó saliva, pero se mantuvo firme. A su lado, Sylvia tensó su arco, lista para disparar, y Pichí extendió sus alas, conjurando un leve brillo mágico alrededor de ellos.
—No tienes que hacer esto, Connor,—dijo John con voz serena, pero firme, intentando dialogar por última vez—. No tienes que seguir este camino. Aún puedes detener todo esto. Bedavenano no tiene que caer.
Connor se levantó del trono, su figura alta e imponente destacando contra la penumbra de la sala mientras su capa ondeaba a su espalda.
—¿Detenerme? ¿Por qué lo haría? Bedavenano está destinado a ser mío, John. Este mundo no necesita salvadores, necesita un líder fuerte. Un líder como yo.
Sylvia dio un paso adelante, su voz llena de desprecio.
—¡No eres un líder, Connor! Eres un cobarde que traicionó a sus amigos. Traicionaste a John, traicionaste a Julia y traicionaste a Órien.
Connor entrecerró los ojos, y las sombras a su alrededor comenzaron a moverse con más intensidad.
—¿Qué los traicioné? ¡No! Fui yo quien fue traicionado. Ellos nunca entendieron mi visión. Nunca comprendieron lo que se necesita para cambiar este mundo.
—¿Y por eso decidiste matar a Órien?
—¿Matarlo? Querida, aún no sabes nada.
—¿Qué? —Pichí le miró confundido.
John levantó una mano, señalando a Sylvia para que se calmara. Su mirada estaba fija en Connor, buscando desesperadamente una chispa de humanidad en los ojos oscuros de su antiguo amigo.
—Connor,—dijo con un tono casi suplicante,—éramos amigos. Crecimos juntos. Éramos hermanos. No tienes que hacer esto.
Connor dejó escapar una carcajada amarga.
—Amigos. Hermanos. Palabras vacías, John. Tú nunca estuviste dispuesto a hacer lo que era necesario, ni tú ni el resto. Siempre tan débiles, siempre aferrados a vuestros estúpidos ideales. ¡Pero yo soy diferente! Yo haré lo que sea necesario.
John avanzó un paso, bajando ligeramente su bastón.
—Si realmente piensas eso, entonces mátame, Connor. Pero, por favor, detén esta locura.
Por un momento, el rostro de Connor pareció vacilar. Pero fue solo un instante. Las sombras a su alrededor se intensificaron, y su sonrisa volvió, cruel y despiadada.
—Como desees.
Antes de que John pudiera reaccionar, Connor alzó una mano y una lanza de sombra se materializó en el aire, disparándose directamente hacia el corazón de su antiguo amigo. John no tuvo tiempo de apartarse. La lanza lo atravesó, y su cuerpo cayó pesadamente al suelo.
—¡John! —gritó Sylvia, corriendo hacia él mientras Pichí lanzaba una explosión de magia hacia Connor, obligándolo a retroceder.
John, con las fuerzas desvaneciéndose rápidamente, miró a su hermana con ojos vidriosos.
—Sylvia, te quiero hermanita —susurró antes de exhalar su último aliento.
El mundo de Sylvia se derrumbó en ese instante. Su hermano, su compañero, había muerto a manos de alguien a quien una vez llamó amigo. A ella nunca le gustó Connor, pero ahora todo se ha convertido en odio y furia. El dolor y la rabia se fusionaron en su corazón, encendiendo una furia que nunca había sentido antes.
Se levantó lentamente, con sus ojos llenos de lágrimas y odio. Su arco brillaba con una luz cegadora mientras canalizaba toda su magia en él.
—¡Connor!—gritó, su voz llena de una ira devastadora—. ¡Vas a pagar por lo que has hecho!
Connor alzó una ceja, sorprendido por la intensidad de su energía.
—¿De verdad crees que puedes derrotarme?
Sylvia no respondió. Disparó una flecha que brillaba como el sol, y Connor apenas tuvo tiempo de conjurar una barrera de sombras para protegerse. El impacto fue tan fuerte que lo obligó a retroceder varios pasos.
—¡Pichí, sal de aquí!—gritó Sylvia sin apartar los ojos de Connor.
—¡Pero, Sylvia…!
—¡Vete ahora! Esto es entre él y yo.
Pichí dudó por un momento, pero finalmente obedeció, volando hacia la salida mientras la batalla entre Sylvia y Connor comenzaba. Tenía algo en mente. Lo que había dicho Connor sobre Órien. ¿Y si seguía vivo? Tenía que comprobarlo. Voló rápido hasta las mazmorras.
Connor lanzó una serie de ataques oscuros, pero Sylvia los esquivó con una gracia impresionante, respondiendo con disparos de energía pura que atravesaban las sombras como cuchillas de luz. Ambos combatientes estaban emparejados, su magia chocando con una intensidad que hacía temblar la sala.
—¡Esto es por John! —gritó Sylvia, disparando una flecha cargada con toda su energía mágica.
Connor intentó bloquearla, pero la flecha atravesó su barrera y lo golpeó en el pecho, haciéndolo caer de rodillas.
—¡Esto es por Bedavenano! —dijo lanzando una nueva flecha—. ¡Y esto es por todas las vidas que se han cobrado tus estúpidas ambiciones!
Una última flecha fue lanzada. Connor respiraba con dificultad, pero aún tenía fuerzas para conjurar un último ataque.
—¡Si voy a caer, tú también! —rugía Connor, reuniendo todas las sombras a su alrededor para lanzarlas en una explosión final.
Sylvia, sin retroceder, corrió hacia él, disparando una flecha tras otra, hasta que ambos quedaron envueltos en un torbellino de luz y oscuridad. La sala entera tembló mientras la energía de ambos combatientes alcanzaba su punto crítico, haciendo estallar toda la habitación.
Cuando el polvo se asentó, la sala quedó en silencio. Sylvia y Connor yacían en el suelo, inmóviles. Habían caído juntos, al lado de John, dos antiguos amigos y enemigos consumidos por su odio y su destino.




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