Milan, Italia.
Rocco Lenzi.
—¿Volverás pronto? – pregunto mi madre.
Estábamos junto a mi auto.
—Quizás pronto – no era una fecha exacta aun así mi madre sonrio como si mañana nos fuéramos a ver de nuevo – Cuidate, por favor.
Encendi el auto y me aleje de la propiedad de mi familia. Los setos seguían igual como si no hubiera pasado el tiempo desde mi ultima visita.
Desde hace semanas había pospuesto ir a visitar a mi madre ya que la ultima vez que estuve ahí mi padre durante toda la velada saco a relucir como la policía se había dejado engañar por un camión de bicicletas en lugar del cargamento que esperaban incautar. Mi padre era un juez importante de la ciudad y obviamente este tipo de historias llegaban a sus oídos.
Desde hace meses mi padre trabajaba para poner detrás de las rejas a ciertos lideres de la mafia, siempre daba con pequeños eslabones de la cadena nada interesantes que por arte de magia las pruebas en su contra desaparecían. Nadie había dado con la persona que los ayudaba.
Me negué en trabajar con mi padre ya que no quería arruinar la poca relación que quedo después del accidente de mi hermano. Tampoco deseaba que pensaran que mis méritos se debían a la influencia de mi padre, el juez Boccasini. Mis hermanos eran abogados ellos habían seguido sus pasos y yo la oveja negra que eligió unirse al cuerpo de policía.
Era un secreto a voces que mi padre quería encontrar a los asesinos de mi hermano. Había sido la mafia eso era lo único de lo que estaba seguro mi padre. El pequeño gran detalle es que aún no había dado con la familia correcta o como en el bajo mundo le llamaban los clanes. Mi padre investigaba a cualquiera que pudiera que tener la mínima relación con el caso de Romeo hasta poder encontrar algo sólido.
No participaba en la investigación de mi padre aun así tenia mis recursos; mis informantes me contaron que recientemente hubo movimiento cerca del aeródromo y en algunas zonas donde se movían algunas bandas, ese lugar le pertenecia a alguien solo que no habíamos dado con su dueño. Aún recuerdo el día que acudimos para verificar la llegada de un vuelo no programado, ese día conocí a Valentyna quien venia de Rusia. Cuando la vi algo me decía que tuviera cuidado con esa mujer. Todo pudo quedarse en el olvido, pero verla ahí junto a Gian llegando a la gala era si ella perteneciera a ese tipo de eventos y sin olvidar que tenía dos guardaespaldas que la vigilaron durante toda la noche.
Su expediente estaba limpio nada que pudiera explicar su familia tuviera influencia o algún novio controlador para la tuvieran vigilada. Massimo parecía conocerla a pesar de que ella lo trato con cierta distancia, ellos no se movían en los mismos círculos.
Era como si necesitara saber más sobre ella ya que tenía la impresión de que algo ocultaba bajo esa fachada de ángel.
Estabamos en la sala de descanso si se le podia llamar a una habitacion con una mesa, un sofa y una cafetera con tazas que no coincidian.
— Como llevan su caso ? – le pregunto Cassandra a Ugo.
— Todavia seguimos vigilando ese lugar – respondio el algo cansado – Sergio y los chicos creen que ahi no hay nada.
Sergio estuvo a cargo del operativo que salio mal asi que el jefe lo habia asignado vigilar la casa de alguien que posiblemente tenia relacion con ese caso.
— Porque lo dices ? – tenia curiosidad por ello.
Estabamos en la sala de descanso si se le podia llamar a una habitacion con una mesa, un sofa y una cafetera con tazas que no coincidian. Nos permitiamos unos minutos al dia desconectar del ajetreeado dia en la comisaria.
— Como llevan su caso ? – le pregunto Cassandra a Ugo.
— Todavia seguimos vigilando ese lugar – respondio el algo cansado – Sergio y los chicos creen que ahi no hay nada. Solo es una casa de algun rico con demasiada seguridad, nada que apunte a el caso del camiion de bicicletas.
Sergio estuvo a cargo del operativo que salio mal asi que el jefe lo habia asignado vigilar la casa de alguien que posiblemente tenia relacion con ese caso.
— Porque lo dices? – tenía curiosidad por ello.
Ugo suspiró y pasó una mano por su cabello desordenado.
— No hay movimiento extraño, nada fuera de lo común. Si hay algo ahí, lo esconden demasiado bien o simplemente estamos perdiendo el tiempo —dijo, con cierto fastidio en la voz.
Cassandra asintió, comprendiendo su frustración. Llevaban días siguiendo pistas que parecían no llevar a ningún lado, y el caso del camión de bicicletas se estaba volviendo un callejón sin salida.
— ¿Y el jefe qué dice? —preguntó ella, mientras removía el café en su taza desparejada.
— Que sigamos ahí. Que no quiere sorpresas. — Ugo apoyó los codos en la mesa y se frotó los ojos con las manos. — A veces pienso que esto es un castigo más que una investigación.
Cassandra le dedicó una sonrisa comprensiva y luego se recargó contra el respaldo del sofá.
— ¿Y si intentamos otra perspectiva? Tal vez estamos mirando en el lugar equivocado.
Ugo la miró con curiosidad.
— ¿A qué te refieres?
— Si esa casa está tan protegida, pero no hemos visto nada sospechoso, ¿qué tal si nos fijamos en quién entra y quién sale? No en la casa en sí, sino en su entorno. – propuso ella – Tal vez los movimientos están afuera y no adentro.
Ugo frunció el ceño, pensativo. Era una idea diferente y, dado que no tenían nada más, valía la pena intentarlo.
— Desde ayer en la noche no han dejado de entrar autos a la propiedad, pero luego se marchan al cabo de un par de horas – dijo el – eso fue lo que vi antes del cambio de turno.
— Entonces, ahí tienes algo —dijo Cassandra, incorporándose un poco—. ¿Pudiste ver quiénes iban en los autos?
Ugo negó con la cabeza.
— No con claridad. Siempre son el mismo modelo de vehículos, pero con algo en común: todos tienen vidrios polarizados y solo dos mujeres han entraron en la propiedad.
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Editado: 19.02.2025