Brillaban intensamente las estrellas esa noche, como haciendo competencia con las hogueras que iluminaban los corredores del palacio. A lo lejos se escuchaba el potente estruendo de caballos cabalgando, espadas desenvainadas y arcos que temblaban como arpas al disparar las flechas.
Frente a las puertas principales había una revuelta, la guardia imperial la enfrentaba de forma ruda y sin piedad. Se defendían del enemigo, nada podía poner en peligro a la familia real y al príncipe heredero. Mientras tanto, en los oscuros calabozos, lloraba confundida Beka, preguntándose una y mil veces cómo había terminado allí, en un lugar tan primitivo y lejano, a mil años luz en el tiempo inverso, de su casa y de sus sueños.
La audiencia ante el rey sería al día siguiente en la mañana. Sabía que, tal como vio mil veces en películas y series de época, su muerte era segura, su vestimenta y apariencia del siglo XXI solo tendrían cabida en sus mentes como manifestación de brujería o, por último, la tildarían de espía; no había duda, tenía que pensar en algo para salvar su vida.
El sonido tintineante de algo en su bolsillo izquierdo llamó su atención, encontró la llave de la bodega del departamento, goma de mascar y un lapicero azul. Guardó esperanzas en lo que llevaba en el bolsillo derecho humedecido: su teléfono celular. Tenía batería, miles de fotos y vídeos que podría mostrarles para probar que venía del futuro, de unos ciento sesenta años antes que ellos y su majestuosa civilización de Joseon.
Beka tenía un año viviendo en Goyang, estudiando tierra adentro el idioma coreano y su cultura. Estaba obsesionada con su época imperial y ¿por qué no decirlo? con los tiernos ojitos rasgados que avanzaban por sus calles.
Unos días atrás decidió viajar de vacaciones a casa, en Estados Unidos. Quedaba un año entero de estudios por venir, pero extrañaba su hogar como para esperar todo ese tiempo.
Para hacer algo diferente viajó junto a su madre al parque nacional Yellowstone, tomándose unos días para compartir en familia. Fue allí cuando, mientras recorrían la ruta para llegar a la cima, se sintió atraída por un desvío. Caminó sola alrededor de veinte minutos y sin darse cuenta se había alejado mucho de las vías permitidas. Se acercó a la orilla de un abismo para divisar hacia abajo si podía encontrar de nuevo el camino principal, pero no vio nada. Siguió caminando hasta que encontró un gran hoyo, con un diámetro de cien metros aproximadamente; desde su posición pudo ver un humo violeta que parecía salir desde el fondo.
Sintió una fuerza invisible que la arrastraba hasta la orilla, a lo lejos escucho que su madre llamaba por última vez mientras caía despavorida en el portal.
La leyenda era real, así como todos los casos de desaparecidos en el parque. Experimentó una caída infinita y eterna, observaba varias puertas esféricas con un aro de luz dorada y plateada, eran miles y miles de ellas. De repente, sin saberlo, como si fuera un reconocimiento instantáneo en nuestro ADN, lo supo. Se trataba de diferentes entradas a mundos o universos paralelos que coexistían a la vez, cada uno con sus reglas, formas, espacios y orden en el tiempo. Los documentales y experimentos científicos no habían fallado, este gran hueco al lado del acantilado en el parque Yellowstone era un portal en el tiempo, una entrada a otra dimensión que justificaba la desaparición de tantas personas anualmente.
Stephen Hawking no estaba equivocado, existían universos paralelos coexistiendo uno junto a otro, en una multiplicidad infinita de posibilidades. Se trataba de un portal con gravedad, fuerzas y leyes físicas distintas a las del mundo actual, que la lanzó a un universo atrás en el tiempo que conocía, y que transcurría mientras existía su mundo en el 2019; una manifestación real del efecto de la doble rendija.
Beka encontró una puerta a otra dimensión, atrapada en la historia de los libros de Corea y del mundo entero. Ahora se hallaba en un calabozo.
En la madrugada había sido encontrada desorientada en la muralla norte del palacio, con un acento y dialecto extraño, jeans, franela blanca y zapatillas Puma de la última colección. En la oscuridad de la celda le llegó una sorprendente idea, de esas que las neuronas buscan en modo supervivencia para garantizar la vida. Preguntó al guardia en su precario pero moderno coreano qué día y año era.El hombre se cuadró y expresó en su forma típica de contabilizar los años en ese período, pertenecer al reino de Park Doyun, por lo que Beka dedujo que se trataba del período tardío de la era de la dinastía Joseon. Buscó en su mente un acontecimiento importante, cualquier observación de aquella época en toda su investigación. Justo en dos días tendría lugar la invasión de los franceses en la isla de Ganghwa, como arremetida por el asesinato de los misioneros. Pasó la noche entera planeando lo que diría, los gestos de su cara y el lenguaje corporal que utilizaría.
Se asomó el sol y se escuchaban los pasos de los guardias con su típica armadura, el camino hasta los pies de su majestad se hizo eterno, no sabía si se trataba de una manifestación del tiempo en este universo, pero para Beka se detuvo. Estaba arrodillada, con la cabeza y mirada hacia el suelo, solo podía ver los escalones que llegaban hasta la silla de su majestad. A su alrededor estaba la corte en pleno, funcionarios del gobierno con sus hanbok especiales de túnicas rojas, cinturones con medallas y sombreros negros de pelo de caballo con panales laterales, quienes, como ministros, tenían la función principal de aprobar o desaprobar la decisión tomada por el rey.