Bell: la trágica historia familiar [editada]

Al dejar sucesión los seres bellos, Perpetúan la flor de su hermosura; Pues los hijos serán la imagen de ellos.

Esta es la trágica historia de una noble familia del pueblo de Komorebi, que es bien sabida por casi nadie, incluso, quien sabe si alguna vez sucedió. No me pasará nada si intento contártela tal como yo también la escuché de mi abuelo, aunque puedo asegurarte que terminarás con más dudas de las que yo tuve tras escucharla.

Es una historia algo vieja y también de las más recientes. Hace ya muchos años, en algún pueblo de Japón, para ser precisos, en Komorebi, vivía una noble familia con el apellido Showa, conformada por ambos padres de mediana edad, Hirohito, Nagako y sus siete hijos: Akihito, Masahito, Taka, Teru, Yori, Hisa y Suga. A pesar de que era una numerosa familia y que tuvieran cargos importantes dentro de la sociedad, el amor que nacía entre los nueve, era incondicional y único. Claro, como todas las demás familias estables, también tenían sus propios problemas, unos no tan importantes y otros un tanto… devastadores; cuando hablo de problemas devastadores, me refiero a aquel que tuvieron en el año 1935, cuando el emperador Hirohito cayó en cama debido a una terrible enfermedad mortal, posiblemente contagiosa. Antes de que su estado agravara a tal punto en el que mover sus extremidades fuera la tarea más difícil, tuvo la oportunidad de conversar con sus hijos por última vez. Todos se reunieron en los aposentos del emperador y su cónyuge; Akihito tomó asiento en el sofá de su padre, mientras que Masahito, en el banquito que ocupaban para recargar sus pies; Taka se encargó de cargar a Suga; Yori se sentó sobre el borde de la cama y Suga permaneció al lado de su madre.

Su enfermo estado era notorio, no solo por la ausencia que creó con sus hijos más o menos un mes, su cara demacrada lo decía todo. Hirohito comenzó su desagradable noticia siendo directo, o algo así. Sus palabras se quedaron atoradas en su garganta cuando Akihito, un adolescente de 14 años y de muy mal carácter, mejor conocido como el hijo más grande de la familia, preguntó con impaciencia sobre el motivo de la reunión.

Antes de poder proseguir con la tragedia, la bella Nagako no pudo contener las lágrimas; era del tipo de persona que reprimir sus sentimientos no era parte de su ser e incluso esto podría ser molesto o irritante en algunos casos. Cubrió su boca con su mano derecha para evitar que sus sollozos fueran fuertes y que alguno o todos sus hijos se preocupara o actuara de la misma forma. La primera en notarlo, fue Hisa; la pequeña niña de nueve años caminó hacia su madre y sobó con detenimiento su frágil espalda, que era cubierta por una extravagante bata para dormir.

Por otra parte, el segundo hijo de ese noble matrimonio, Masahito, un muchacho de apenas 13 años y de escasas palabras que siempre procuraba guardar para el momento indicado, se aventuró a preguntar por el estado de su padre, entre un murmullo:

—Pero esto tiene cura, ¿verdad?

A decir verdad, ni Hirohito era capaz de responder a ello. Su silencio fue la respuesta. Asentir con la cabeza solo era dar esperanzas y negar de la misma forma, lo haría verse demasiado negativo. Sus ojos estaban llenos de melancolía y de una ilusión frustrada por los malestares de su enfermedad. Sabía que, si lloraba frente a sus hijos, las cosas se pondrían más mal de lo que ya estaban.

La hija más pequeña de todos, Suga, una niña de llamativa inocencia, dejó de lado los brazos de Taka y a pasos pequeños, pero apresurados, se acercó a la cama, dejando reposar sus manos sobre el pecho de su padre, sonrió.

— ¡Vas a recuperarte! Lo harás más rápido de lo que tardará Akihito en convertirse en un apuesto muchacho.

—¡Oye! — exclamó Akihito.

La incongruencia hizo juego con los pensamientos y las palabras de Hirohito, quien esbozó una suave risita y ocultó su inseguridad acariciando el cabello de Suga.

—Me recuperaré. Volveremos a leer fabulosas historias tú y yo, juntos, todas las noches. ¿Qué piensas, Suga?

Luego de esa conversación nocturna, las cosas cambiaron por completo; por la mañana, cuando vino un doctor a revisar el estado de Hirohito, los resultados no fueron del todo favorable; solo había dos palabras por decir: insuficiencia renal, agregando también con extrañeza la frase “¡Me sorprende, majestad! Para el estado en el que se encuentra, ya debía haber visto un médico con anterioridad”.

El emperador recibió sinfín de tratamientos, que poco a poco fueron agotando física y mentalmente a su familia y al personal del castillo, en especial a Nagako y al sirviente personal de Hirohito, Koichi.

El tiempo no esperaría a que Hirohito se recuperara, más bien, Nagako y Koichi. Algunos meses atrás, a las espaldas de su familia, ellos dos ocultaban un profundo romance que nació a causa de las conversaciones y la forma tan única con la que Koichi trataba a la emperatriz. El amor que se tenían los dos, los obligó a descuidar apropósito del emperador, a tal punto en que la personalidad de Nagako con su esposo, se vio afectada; no solo era dura o desinteresada con él, también le obligó a cambiar de habitación para evitar despertar cada dos o cuatro horas, debido a su tratamiento.

El descuido de la salud de Hirohito lo llevó a empeorar y eso lo condujo a la muerte. El funeral del emperador no fue la prioridad de Nagako en ese entonces, pues le preocupaba más su propio estado físico. Hacía casi nueve meses que su cuerpo comenzó a tener cambios, sí, los cambios que una mujer embarazada suele tener. Su excusa para faltar al sepelio fue fingir una fiebre y Koichi se quedó a cuidarla, poniendo mil y una excusa para hacerlo.



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En el texto hay: drama, amor, amorimposibe

Editado: 03.05.2022

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