Zenda no confiaba del todo en Izaro, aun así, su desorientación geográfica no iba a ayudarle mucho si quería salir por su propia cuenta del bosque. No tuvo otra opción más que seguir adecuadamente los pazos que Izaro le indicó con claridad e increíblemente llegó a su habitación. La alcoba de Zenda lucía como cualquier habitación de una adolescente: desordenada. Tenía algunos mangas y novelas ligeras en su estante para libros, no eran muchas. Sus paredes estaban tapizadas de un color tenue.
Mientras tanto, Izaro esperó por su regreso. Cabe destacar que, Zenda antes de marcharse, le explicó que regresaría con él aproximadamente a las 12:00 pm o pasando algunos minutos de esa hora.
El fenómeno salió minutos después del cuarto en donde Zenda había sido invocada, esta vez trayendo entre sus brazos una caperuza más o menos de su tamaño. Izaro no era muy bueno fingiendo o actuando, aun así, hizo el intento de aparentar que no había ocurrido absolutamente nada fuera de lo común, y que solo estaba hablando consigo mismo, cosa que no solía hacer. Desafortunadamente sus planes no tuvieron el efecto que deseaba.
—¿Con quién hablabas? — Preguntó Shin.
—Hablaba conmigo.
—Suenas “muy” convencido.
Agregó la joven Shin con sarcasmo e inclinó su cabeza hacia un costado.
Izaro sabía que, si seguía con el tema, lo descubriría.
—Saldré por unas cosas. No te nuevas de aquí, no abras la puerta, no respondas cualquier voz desconocida.
Ante estas órdenes, la adolescente de cabellos oscuros y largos, desposó una tierna y espontánea risa, acompañada de algunas palabras
—Tranquilo, no pasará nada. Sé que hacer cuando tú te vas de casa.
—Nunca se sabe cuándo alguien viene a atacar.
—La guerra ha terminado desde hace un par de años. No corremos peligro y dudo que alguien venga a visitar el bosque.
Sin decir palabra alguna, Izaro salió apresurado de la pequeña casa en donde los dos vivían pacíficamente, era acompañado por la tensión y la preocupación por dejar a su pequeña niña sola en casa. No quería dejarla por mucho tiempo más (a pesar de que no habían pasado ni siquiera cinco minutos después de su partida) y de un momento a otro comenzó a correr hacia el norte del bosque, la dirección en donde se encontraba el pequeño pueblo de Komorebi. Cuando llegó a las faldas del bosque, optó por ponerse la caperuza y subir la capucha. No sería muy agradable si cualquier humano acostumbrado a la vida normal, notaba las escabas que cubrían su cuerpo o los demás rasgos que lo hacían diferente al resto. De por sí, su notoria alta estatura y su comportamiento tan extraño llamaba la atención de todas las personas que estaban en la plaza del pequeño pueblo. Por miedo a su persona, nadie le preguntó nada o le dirigió la palabra. Izaro sólo estaba pendiente de encontrar alguna pastelería.
La criatura quería que dicho pastel fuera especial, no como los demás pasteles que hizo los años anteriores. Shin era humana y era extraño que comiera lo mismo que Izaro, ya que su alimentación era igual a la de una serpiente ¿eso quiere decir que alimentó de la misma forma a Shin durante estos últimos 14 años? Bueno, entonces era de esperarse que esos "pasteles" que Izaro cocinaba, estuvieran hechos con algún animal muerto.
El fenómeno entró de una manera imprudente a la primera pastelería que encontró, llamó la atención del único trabajador que estaba presente detrás del mostrador. Esa manera tan agresiva de abrir la frágil puerta de vidrio pudo haberla hecho añicos, pero solamente se destartaló.
— ¡Oiga! — Exclamó el trabajador, sobresaltado.
—Buenos días...— Saludó Izaro entre murmullos, procurando en todo momento, que la capucha lo cubriera perfectamente.
Por ende, el panadero estaba molesto. Si no reparaba el daño en cuanto antes, su jefe le daría el regaño de su vida. No tuvo motivos para saludarlo de buena forma
— Buen día, señor... tendrá que...
El joven panadero no pudo terminar su oración, sin que antes Izaro le interrumpiera con una absurda petición
—Quiero que me enseñes a cocinar un pastel.
—¿Qué? ¡Lo lamento señor! Aquí no damos clases de repostería.
—Pero debo aprender hoy mismo. Ahora.
—Sólo me encargo de hacer el pan.
—Los pasteles llevan pan.
—Y otro tipo de ingredientes.
—Pero trabajas aquí. El cartel dice que es una pastelería y vendes panes.
—El dueño del establecimiento es el pastelero y decidió meter panes a su tienda.
—¿Entonces puedes llamar al pastelero?
—Está trabajando ahora mismo.
—Menos mal, necesito que haga un pastel.
—Señor, el pastelero no puede atenderlo.
—¿Ahora por qué?
—Hace un pedido. Si gusta puede escoger uno del mostrador.
Izaro giró todo su cuerpo y salió de la pastelería, para así observar los pasteles del mostrador. Ninguno llamó físicamente su atención y volvió adentro.