El líquido que los tres habían ingerido, había surgido efecto y fue exitoso, todos llegaron a la habitación de la colegiala sin ningún rasguño, a excepción de las heridas que se hicieron en el barranco. Dejando de lado el desorden de la habitación de Zenda, tenían otro problema; ¿cómo verían a un doctor tomando en cuenta el aspecto de Izaro? Era demasiado probable que el doctor saliera huyendo y gritando por ayuda con todas sus fuerzas, antes de revisarlo.
—Debemos ver a un doctor— comentó Zenda.
—Les dije que no— persistió Izaro, débilmente—. Esto va a terminar peor de lo que ya está.
—Pero lo verán y llamarán a la seguridad— Agregó Shin.
— Mi abuelo es doctor, tal vez lo comprenda y nos brinde de su ayuda.
No había mucho por hacer. A pesar de que Izaro negara tercamente la ayuda médica y Shin no confiara del todo en el abuelo de Zenda, no tuvieron más remedio que acceder a esa alternativa.
Zenda buscó en su armario una cobija o alguna sábana para poder cubrir a Izaro, sin embargo, ninguna fue lo suficientemente larga como para cubrirlo de pies a cabeza.
Con dificultades salieron de la habitación y bajaron las escaleras. Trataron de ser lo más discretos posible, cosa que resultó lo contrario, porque los tres eran demasiado ruidosos.
—Espero y no sea algo grave— Murmuró Zenda.
—Tranquila, Zenda. No creo que me haya roto un hueso o algo así parecido por el estilo, ya que no podría aguantar el dolor…
— No lo sé, no estuve allí cuando sucedió eso, pero por la experiencia que tengo al ver a los pacientes que ha recibido a lo largo de los años mi abuelo, pareciera que no es algo leve.
Cuando llegaron al consultorio, para su fortuna, su abuelo estaba tomándose un descanso; en otras palabras, no estaba en servicio y tampoco había nadie esperando en la recepción para su fortuna. Zenda exclamó el nombre de su abuelo alarmada cuando llegaron y esto provocó que el viejo doctor despertara de golpe de su profunda siesta reponedora. El señor Hashimoto, aunque no tuviera pacientes por un largo rato, le encantaba pasar su tiempo dentro del consultorio, ya sea trabajando o investigando cosas con relación a su trabajo o incluso sobre temas que no tenían nada que ver con ello. Había algunos días como el de hoy en donde aquel hombre de la tercera edad, inconscientemente se quedaba dormido dentro del consultorio.
Volviendo al tema de los gritos de la adolescente, el abuelo despertó alarmado y desconcertado. Abrió la puerta y observó a su nieta y las dos nuevas personas que entraron al consultorio, aún más confundido de lo que podía estar anteriormente. ¿Pacientes en su hora de descanso? Claramente, no eran de la zona ¿entonces eran extranjeros? Quizá su nieta los había encontrado vagar cerca de casa en busca de ayuda médica ¿acaso había sucedido algún ataque vandálico en el pequeño pueblo de Komorebi?
Zenda le explicó lo que padecía Izaro en ese momento.
—¿Qué estás esperando, Zenda? — Exclamó el señor Hashimoto y arregló sus lentes— Trae inmediatamente al paciente antes de que se agrave más su herida.
— ¡Señor! Izaro estará bien, ¿verdad? — Lloriqueó Shin.
Ante la preocupación de Shin, el señor Hashimoto asintió con completa seguridad y Shin ayudó al híbrido a llegar a la camilla. Era notorio que Izaro estaba avergonzado por si forma de caminar cabizbajo, como si fuera un prisionero. Con una temblorosa voz, Izaro Saludó:
— Buenos días...
—Buenos días señor. Por favor, necesito que se recueste sobre la camilla.
Izaro negó completamente inseguro, la ayuda de Shin para recostarse en la camilla. Aquel Fenómeno más temido por el pueblo de Komorebi en su época, ahora lucía como una pequeña criatura indefensa y asustada.
Mientras tanto, el señor Hashimoto fue a lavarse las manos e Izaro apretaba fuertemente su herida, pensando ciegamente que tal vez así el dolor disminuiría.
—¿Cuál es su nombre? — Preguntó el doctor en cuanto llegó.
—Izaro. Mi nombre es Izaro— Murmuró Izaro con una temblorosa voz.
—Señor Izaro, soy el doctor Hashimoto. ¿Qué fue lo que le sucedió?
—Solo caí de un árbol algo alto y me deslicé por un barranco.
—¡¿Un barranco?!
El señor Hashimoto sobresaltó por la increíble respuesta del paciente. Era claro que el estado de Izaro era grave, pero no tan grave como para que él no pudiera caminar o moverse; tal vez era porque él no era un humano.
Fuera del consultorio, Shin y Zenda esperaban juntas, ambas sentadas en las bancas que estaban destinadas para los pacientes del doctor, pero en ese momento sólo estarían ellas dos conversando sobre lo que sucedió hace un par de minutos. Muchos pensarán que el doctor terminó con Izaro en poco tiempo, pero para las chicas, el tiempo en que tardó fue tan eterno. Cuando ya le había recetado múltiples cosas pasa su fractura, proseguiría a mencionarle algo fuera del tema. El señor Hashimoto no había notado la diferencia de Izaro, debido a su fatal vista producida por la edad, por lo que pensó que el problema que tenía Izaro con su piel era nada más y nada menos que resequedad.