Los problemas iban y venían y ser un fenómeno no era la excepción para librarse de ellos, el pesimismo de la criatura lo hacía creer que era el único en ese bosque con demasiados problemas. ¿Cómo iba controlar la horrible maldición de esa niña? Desde hace ya casi un año el fenómeno trataba en todo momento de cuidarse de que Shin no tuviera contacto físico con él o que quisiera tocar cosas que fuesen importantes. Era sumamente complicado, pero no imposible.
¿Es evidente saber qué tipo de maldición tenía Shin? Quizá, pero para los que no sepan, todo lo que Shin toque, en determinado tiempo se deterioraría hasta llegar a la muerte o incluso hasta el fin de la descomposición.
Y ya que hemos mencionado bastante seguido a ese dichoso fenómeno, lo más cómodo y menos hiriente sería dirigirnos a él por su nombre: Izaro. La gran mayoría de nombres son puestos a personas o lugares por una razón en concreto. Izaro sabía el porqué de su nombre, no obstante, ignoraba la explicación del mismo cuando fantaseaba con presentarse a la sociedad humana; de hecho, comenzó a hacer todo eso desde que adoptó a Shin; ideas como llevarla a la escuela o devolverla al pueblo, eran lo que le incitaban a tener esas fantasías.
En fin. Volviendo a lo de la maldición, tras un largo tiempo de buscar la cura, experimentos fallidos, heridas, muchos enfados y frustraciones, Izaro encontró una en un libro viejo dentro de su hogar, en lo más profundo de las pertenencias que no tocaba desde hace décadas; perteneciente a su difunta creadora (o madre, aunque considerarla así tal vez sea una exageración), el cual dictaba que, la maldición sería controlada si es que el portador usaba como amuleto base algo esencial de su ser más querido y un par de ingredientes más. La criatura de piel escamosa pensó en darle una de sus uñas, pero, estas podrían romperse más fácil que otras cosas y tener que arrancárselas con frecuencia, solo dificultarían más sus tareas diarias para mantenerse a ella, junto con él, con vida. Si le daba uno de sus ojos, sería complicado cazar. ¿Cabello? tal vez funcionaría, pero... ¿Qué tal si le daba algo más especial y práctico para su edad para que no fuera tan fácil perderlo?
El Izaro meditó por varias noches deshacerse de su cascabel. Sería doloroso, pero para ese entonces, el cariño que le tenía a Shin era único y más grande que el dolor que sentiría por cierto tiempo. A la mañana siguiente de tomar su decisión, se deshizo de su cascabel. ¿Fue doloroso? ¡demasiado! ¿fue riesgoso? ¡por supuesto! ¿la mejor opción? Sin duda alguna; no era momento para arrepentirse, el amor que le tenía a la pequeña se lo impedía. Quería verla feliz y sin el peligro de ser tachada como una asesina.
La criatura de aspecto escalofriante duró con el dolor un mes y cuando estuvo mejor, puso manos a la obra en su proyecto. El amuleto era estorboso por el cascabel, peculiar por los materiales y su melodía... su melodía era dulce, pero más que nada amenazante. Le extrañaba que siguiera emitiendo un sonido después de habérselo quitado.
Mientras que Shin crecía, el fenómeno le enseñaba lo básico, como hablar. Fue uno de los momentos más hermosos.
—¡Papá! — exclamó Shin.
—¿Papá?
Por alguna extraña razón, la criatura sintió un nudo en la garganta. ¿Qué era ese sentimiento? ¿se sentía de esa forma porque criaba a Shin o por qué la aisló de la sociedad humana? Negó rápidamente, con un tono negativo, ordenándola llamarlo “Izaro”.
Esa no fue la primera y última vez que Izaro la corrigió; era normal que cualquier niño pequeño que comenzara a hablar, por naturaleza llame a su madre o padre como se debe. Pero esta costumbre no podía aplicarse con Izaro, según él; sólo era un tutor y creía que, si le permitía llamarlo así y algo les pasaba en un futuro, no podría soportarlo.
En el año en el que Shin cumplió cinco años, un día de verano en el que las hojas de los árboles eran empapadas por la lluvia y el ambiente se sentía húmedo, la pequeña jugaba con las gotas que resbalaban por una de las ventanas de su hogar, creando carreras imaginarias dentro de su mente, cuando de pronto, Izaro salió de la habitación en la que guardaba sus materiales, teniendo en manos una pequeña túnica a la medida de Shin.
—Veo que estás divirtiéndote con solo mirar la ventana —dijo el fenómeno —, ¿no quieres dar un paseo conmigo y ver cuán rápido pueden correr esas gotas apartadas de esa ventana?
Shin bajó con premura de la silla donde estaba parada y corrió hacia Izaro; por el notorio tamaño del fenómeno y la estatura infantil de la pequeña, solo le permitía sujetar con sus dos suaves y tiernas manitas, el pantalón de Izaro, otorgándole una tenue sonrisa.
—¡Sí quiero!
Aunque Izaro mantuviera esa seria y atemorizante facción en su rostro frente a cualquier ser, por dentro sonreía y moría de la felicidad a consecuencia del cariñoso gesto de Shin. El rubor de sus mejillas fue lo único inevitable.
—Bien, pero no puedes salir de casa así sin más, ¿lo sabías? Tienes que abrigarte para evitar los resfriados.
Shin levantó sus delgados brazos y las mangas del vestido que le quedaba notoriamente largo, se resbalaron.
—¡Estoy abrigada!
El fenómeno soltó una pequeña risita, tan espontánea que considerarla una risa, no sería tan convincente. Aprovechó la pose de Shin para colocarle la túnica, haciendo un moño con el lazo que contaba y subiendo la caperuza; por último, acomodó su cabello.