No le temía a la oscuridad, tampoco al frío que le quemaba los huesos. Solo miraba a un punto inexacto para no tener que mirar los cuerpos ensangrentados que estaban a su alrededor. Sus pies estaban llenos de heridas y de sangre al igual que su vestido; pero no solo la de ella, sino que de la de varios.
Apenas podía continuar caminando, se sentía muy débil emocionalmente y físicamente. Se acostó debajo de un cerezo donde afortunadamente no había ningún cuerpo a su alrededor, y se cubrió con sus alas blancas y cerró los ojos tarareando la nana que le cantaba su madre por las noches. En un momento dejó de tararear porque se había desmayado, y una mujer cubierta de negro a la cual no se le podía ver la cara, se aproximó hacia ella y abrió espacio entre sus alas para verla.
—¿Las alas? —dijo el cuervo que tenía en el hombro.
—Sí, eso es lo que necesito
La mujer tomó un cuchillo y le cortó las alas; estás inmediatamente se volvieron de color negro. La mujer las tomó como pudo debido a su tamaño, y se fue rápidamente.
El amanecer no tardó en llegar, pero la felicidad tardaría mucho tiempo en llegar. Dos palomas bajaron del cielo y envolvieron en una manta blanca de seda a la niña y cantaron para llamar a más palomas, y entre todas, se la llevaron volando hacía un destino. Hacia un nuevo comienzo.