Admitiré, con los ojos pálidos y el mentón arrugado, que te he llorado tres noches seguidas.
Junto a la ventana
sobre el calidoscopio que montaste.
Y estamos encerradas, mujer, como animales peligrosos inherentes a la ira.
Estamos buscando el peligro en las colillas de saliva.
Estamos escuchándonos sin atención, con cientos de violines rodeándonos, sacrificando un expiatorio para crear con la tristeza. Armarse una bala de soledad y melancolía.
Configuré tu recuerdo como retrato, pequeñas veces el pueblo enmudece haciendo mitos preciosos, inquietantes como tus pupilas.
Si me reconoces y me vuelves al presente, en la orquesta de tu boca mentirosa; sabré justificar la herida
la que hiciste con vara y plumilla.
Si me reconoces en el sonido del violín, el pitido arrepentido sobre los tímpanos, línchame de un solo suspiro. Arranca del pecho tus ojos cuidándome.
Si me reconoces ya no me cubras, recorre tu hechicería a otras tinieblas. Si encuentro que por las noches me visitas recurriré a la limpia del alma que despojó tu carne del corazón.