Llevo en el pecho una aguja con hilo grueso, una cadena hirviente de amor constante. Agua y salvación. Llevo en el vientre, mujer, tus tantas formas de proyectarte, sobreponerte a la vida y saberte precisa. Consiguiendo el cielo en cada pestañeo.
Teñida la sábana de vértices, esencias de pasado, historias, recuerdos fugaces que alcanzaron a bendecir el presente. Brindarte aprendizaje y ayudar a no perderte. Las cobijas tienen el perfume de tu boca, nuestra saliva, la numeración infinita de la intimidad haciéndose diosa, narcisista e inteligente.
Disculparás, luz de mis ojos, lo que pretendo entregar con mis manos: un universo, el mundo colgando en la boca de tu estómago. Disculparás que suene precipitado y poco completo. Has de saber ya que los mortales, los corazones simples; no estamos hechos con el principio primero de la bondad. Voluntad de poder.
Entre los rayos de sol y la cotidianidad, en el paso de los segundos y el descontrol de inmensidad; confeso, en efecto, presento síntomas de amarte hasta la eternidad.