Enfrente de mis ojos, alzados a la altura de los tuyos, cegados por la fluorescencia del ventanal; desnúdame. Pervierte mi boca y cuello con letras, arrancándome el alma. Desviste con toda la violencia de la pluma los vértices que el polvo cubre.
Sobre la estantería literaria, los clásicos apilados, debajo de las sábanas coloridas; desnúdame. Hazme trizas el corazón dejándome a cuero vivo el espíritu. La homogenización de mis elementos ígneos y táctiles. Recorre con la yema de tus dedos la cavidad de mis dientes, siente con ellos las flores hirientes. Malditas.
En ese espejo afilado, con la espada que llevas al costado y los nudillos blanquecinos de sostener la ira; desnúdame. Come con tus uñas los restos de mi agonía matutina, la soledad enamorada y el rocío de las noches que fermentan pasiones sin escrúpulos.
Ponte en retirada, hombrecillo, es mejor hacerse muerto si buscabas la sexualidad poética. Endulzar la fiereza con que te haces escritor de mis curvas hundiendo el mentón en mis caderas. Reposa, te dejaré reposar el acto tan humano de desear que fuese otra. Que, en lugar de aterrizar con un abrazo, el paracaídas perdiera sentido en tus piernas y rodillas. Me encontrara de labios temblando al besarte las mejillas.
Desnúdame, observa mis músculos y purifícame. Redime tus culpas sobre mi saliva, acaba con mis clavículas triturando cada porción de hueso con tinta y relatos en verso. Quiero que en esta vida que es sueño arrugues las cejas de frustración, se te colmen las sonrisas de tanta palabra ahogada en la garganta.
Quiero que cuando me desnudes encuentres el desfibrilador del corazón, porque será un talento oculto si llegas hasta mi núcleo productor.