Me desperté sin entender lo que estaba pasando. Miré a mi alrededor con atención, era una habitación muy lujosa y femenina o eso pensé. Era la primera vez que estaba en una cama, antes solo las veía de lejos, nunca me imaginé que iba a poder estar en una. Tenía otra ropa puesta, muy linda y cómoda, al tacto era suave. No recuerdo nada de lo que paso antes de despertarme, solo aparecían fragmentos de imágenes borrosas que no lograba descifrar. Veo que abren la puerta, seguro es el hombre que me compro, pero se asomó una mujer vestida de mucama y me sonrió.
-Bienvenida señorita, al fin se despierta- Ella se sentó en la cama, me puse en alerta. Saco un termómetro y se acercó para ponérmelo, comencé a temblar y me alejé inconscientemente, ella no dijo nada y me lo coloco, me acaricio la cabeza. Estaba muy débil, sentía un leve mareo, seguro eran los efectos de las drogas que me pusieron antes.
-Lleva dos días durmiendo y aun esta con mucha fiebre, debe descansar y alimentarse bien. Enseguida le traigo la comida. Por favor relájese- Con una sonrisa la mujer se fue de la habitación.
Me sentí extraña recibiendo este trato, era la primera vez que alguien me dice señorita o se preocupa por mí. No sé cuánto durara esto, quizás solo era ese momento y luego venia lo de siempre. Me desperté por la voz de la mujer de antes. ¿En qué momento me dormí?
-Le traje la comida- Me alcanzo un plato, que era bastante fino propio de alguien adinerado con la cuchara que estaba pulido delicadamente.
Con un poco de temblor trate de comer. Solía comer solo pan viejo que siempre tenía hongos. Esa comida era la primera vez que la veía, la mujer me miraba con una sonrisa, me asustaba un poco.
-Por cierto, me llamo Dora- Mientras comía bastante lento, la mujer me seguía mirando con esa tenebrosa sonrisa.
Con el hambre que tenia de varios días sin comer, me comí todo lo que había en el plato, estaba deliciosa.
-¿Esta bueno?- Con la mirada clavada en el plato, asentí. Ella agarro el plato.
-¿Quieres más?- Sin mirarla mis pensamientos solo divagaban. ¿Qué pasaría si dijera que sí? ¿Estará mal comer más?
-No voy hacerte nada porque comas más, mira toda esta olla se hizo especialmente para vos. Puedes comer lo que quieras, nadie va a decir ni hacer nada. El chef se pondrá feliz de ver que te gusto su comida- Seguía mirando mis manos.
-¿Quieres más?- Asentí levemente. Daba miedo todo esto.
Comí lento cada plato que me alcanzaba y sin darme cuenta había vaciado la olla. Estaba llena, era la primera vez que me sentía así. Dejar de tener hambre es una sensación única, me gustaría que durara. Pero eso era pedir demasiado, para alguien como yo, no se podía soñar con eso.
La mujer se fue sonriendo y me volví a dormir. Escuche algunas voces que me despertaron, se había hecho de noche, las voces provenían del exterior de la habitación. La puerta se abrió y cuando prende la luz, un hombre joven me mira seriamente. El hombre se acercó con pasos firmes, que harían temblar a cualquiera que estuviera ante su presencia.
-Estas despierta- Se sienta en la cama mirándome, sus ojos eran imponentes, fríos, vacíos, me daban miedo. Me agarro ambas manos y las extendió, temblé por el tacto y el miedo.
Miro mis manos muy seriamente, sus manos eran grandes y me sostenían firmemente. Luego de unos minutos, las dejo en la cama.
-Estas delgada, mañana vendrá el doctor a revisarte- Su voz resonaba por todo mi cuerpo como si me pasaran hielo, tenía una voz muy varonil, te seducía y a la vez te lanzaba cuchillas.
-Tengo algo para ti- Saco del bolsillo del buzo una cajita negra, me lo alcanzo. Mire la cajita algo desconfiada.
-Esto va a indicar que tienes dueño, ábrelo- Lo agarré y abrí la cajita, era una gargantilla finita negra de terciopelo con pequeñas letras, decía Ginger.
-Este es tu nombre a partir de hoy, deja que te lo ponga- Agarro el collar y lo coloco. Los suaves roces de sus dedos en mi cuello me hacían estremecer, de por si mi cuerpo era sensible.
-Es un collar, no te lo puedes sacar. Recuerda esto, ahora me perteneces, eres mía. A mi mascota nadie la toca- Tenia un collar con mi nombre en él. Era como tener cadenas solo que más ligero y elegante, pero seguía atada, sin libertad.
-Por cierto, mi nombre es Cristopher Jhonsson. Me llamaras amo. Tengo un par de condiciones. Uno: puedes moverte libremente dentro de la propiedad, la mansión es bastante grande y tiene un jardín extenso. Dos: vas a tener dos guardias asignados por mí para que te cuiden las veinticuatro horas, si necesitas algo o te pasa algo dile a ellos. Tres: la mucama que se encargara de ti es Dora, ella está disponible las veinticuatro horas, pero si ella no está cerca puedes acudir al personal y ellos se ocuparan. Cuatro: Te pondrás la ropa que te indique cada día, tienes que siempre estar lista para mí a toda hora. Cinco: me acompañaras a donde tenga que ir, si es un evento o algún viaje, etc. Seis: serás obediente y harás todo lo que te pida. Mañana te daré las reglas por escrito. Esta es tu habitación, puedes hacer de ella lo que quieras, solo tienes que pedirlo- Él me quedo mirando, lo mire sin decir nada.
-No hablas mucho, eso me gusta. Bueno, eso es todo por hoy, descansa- Se fue de la habitación sin dejar rastro de su presencia.
Era un hombre joven de veintitantos. Seguro de sí, que sabe lo que quiere y como lo quiere, eso es lo poco que deduje, también es frío. Estaba acostumbrada a tratar con hombres arrogantes y fríos. Todo esto era tan nuevo y aterrador, es algo que no había experimentado. Personas que me tratan más que a un objeto, ¿estaba soñando?
Me desperté con la suave voz de Dora.
-Despierte señorita- Abrí los ojos y la veo sonreír desde temprano. La mire atenta, esa sonrisa seguía aterrándome.
-Antes de desayunar el doctor va a verla- Ella se fue a la puerta y hace entrar al doctor.
-Buenos días señorita, un gusto conocerla- Me extendió la mano. Lo mire confundida y con miedo. Si, todas las personas me dan miedo y más las que son amables.