La preparatoria siempre huele a mezcla de libros viejos, perfume barato y sueños rotos. Yo camino por los pasillos como si fueran míos, aunque sé que para muchos aquí solo soy la chica pobre de la colonia, la que trae el uniforme impecable pero remendado. Me miran… no porque me admiren, sino porque les estorbo.
"Que hablen… hablarán de mí toda la vida."
Eso me repito cada mañana mientras aprieto los libros contra el pecho.
Ese primer día regresé a clases con la cabeza en alto. Escuché los murmullos:
—Esa es Mabel, la becada.
—Dicen que vive en la colonia más fea.
—Qué lástima… tan bonita y tan pobre.
No saben cuánto me hierve la sangre cuando dicen “pobre”. Esa palabra me persigue como una sombra.
Yo no elegí nacer donde nací, pero voy a elegir dónde voy a terminar.
En la entrada del aula estaba Elena Navarro. Siempre tan dulce, tan correcta, tan… perfecta. Lo que yo aparento ser con esfuerzo, a ella le sale natural. Cabello brillante, sonrisa amable, ropa que huele a suavizante caro.
—¡Mabel! —me dijo con ese entusiasmo cálido que nunca supe si envidiaba o admiraba.
Sonreí. Elena es de las pocas personas que me trata sin recordar cada segundo que soy diferente. Ella no lo hace por lástima, sino por corazón. Eso la hace peligrosa… porque me recuerda que no todo en la vida es interés.
—Te guardé asiento. Pensé que llegarías más temprano.
—Se me hizo tarde —respondí, aunque la verdad era otra: tardé en arreglarme. Si no tengo dinero, al menos me tengo a mí.
Me senté a su lado. Ella comenzó a contarme sobre el fin de semana, sobre su papá, el doctor Navarro, sobre su casa enorme. La escuchaba mientras sentía un hueco en el estómago… un hueco que no era hambre. No quería sentirme así, pero lo hacía, sentía rabia.
"¿Por qué ella sí y yo no?"
Elena no presume. No necesita hacerlo. Su vida habla por ella.
Y la mía… también, por desgracia.
El profesor comenzó una explicación sobre la universidad, los exámenes, los requisitos. La palabra “universidad” siempre me enciende el alma. Veo un futuro donde estudio mi carrera de economía, donde la gente me ve entrar y baja la mirada, donde no vuelvo a sentir vergüenza… jamás.
—Esto es increíble, ¿no? —comentó Elena—. Ya estamos por terminar la preparatoria y entramos a la universidad, ¿no te parece genial?
—Sí —respondí—. Estoy muy feliz por comenzar otra etapa de mi vida.
—Sí, ahora vamos a tener que esforzarnos más si queremos entrar a la universidad.
—Hablando de eso, ¿a qué universidad vas a ir? —le pregunté.
—No lo sé, tal vez me voy a la del Norte porque es la mejor del país. Mi papá quiere que estudie ahí.
Claro, me olvidaba de que el doctor Navarro era uno de los mejores médicos del país y no tendría problema en pagar una universidad como la del Norte. Era una de las más prestigiosas del país, con profesionales muy buenos; no cualquiera se graduaba ahí.
—Me alegro. Yo también estaba pensando en irme ahí por sus oportunidades. Está asociada con la empresa NovaTech. Te imaginas, ¿yo como economista de NovaTech, una de las empresas más importantes del país?
—Me alegro de que vayamos a ir a la misma universidad, pero ¿cómo la vas a pagar? Ahí no dan becas.
Por desgracia, tenía razón. Ni haciendo los sacrificios más grandes mis papás podrían pagar esa universidad.
—Sí, ya sé, pero estoy segura de que encontraré la manera de estudiar ahí.
Después, cuando acabó la clase, Elena y yo bajamos a la cafetería. Ella pidió un jugo. Yo… una botella de agua. No podía permitirme más. Ella lo notó. Siempre lo nota.
—Te invito algo.
—No —dije rápidamente—. Tranquila, no necesito que me invites.
Pero sí necesitaba. Lo necesitaba todo: la comida, la seguridad, esa tranquilidad que ella tenía.
Pero nunca admitiría eso.
Elena sonrió, sin insistir. Ese es su talento: sabe cuándo callar.
Mientras caminábamos de regreso, Juliana y sus amigas se cruzaron frente a nosotras. Juliana, la reina del veneno disfrazado de perfume caro, desde que se enteró de mi condición lo único que hacía era humillarme.
—Ay, mira, la becadita.
—¿Ese uniforme es nuevo o ya venía rasgado de fábrica?
Risas. Más risas.
Sentí cómo mi rostro ardía. Que se burlen de mí… lo soporto. Pero no soportaré que lo sigan haciendo para siempre.
—Algún día me lo vas a agradecer, Juliana —murmuré sin pensar.
—¿Agradecer qué? —preguntó ella, burlándose aún más.
—Que te enseñé a no subestimar a la gente.
No dije nada más y me alejé. Estaba harta de cada una de sus provocaciones, pero eso iba a cambiar algún día.
—Mabel, no les hagas caso —comentó Elena cuando me alcanzó.
—Es fácil decirlo —respondí— cuando no eres tú a quien humillan por tu condición.
Elena se quedó callada.
Yo también, porque sabía que había sido injusta, pero también sabía que tenía razón.
"No quiero lástima. Quiero oportunidades. Quiero lo que me deben."
Seguí normal mi día en la preparatoria. Estaba en mi última clase cuando sonó el timbre. Guardé mis libros con cuidado. Elena me abrazó antes de irse con el chofer que la esperaba afuera. Yo caminé hacia la parada del camión, sintiendo que el mundo estaba hecho para unos cuantos… pero no para mí.
Aún así, me repetí como un mantra:
“Voy a conseguirlo.
Voy a salir de esta pobreza.
Y nadie me humillará nunca más.”