DANTE
La primera impresión que tuve al entrar a ese edificio fue el ruido: conversaciones, pasos, mochilas chocando, esa energía desordenada tan típica de una prepa. No era desagradable, solo… caótica. Y yo necesitaba orden. Por eso estaba ahí.
Caminé por el pasillo con la ubicación que me habían dado. Cuando encontré el salón, respiré hondo antes de tocar. No quería parecer invasivo.
Golpeé suavemente la puerta.
—Disculpen… ¿aquí puedo encontrar a Eus?
Varias miradas se giraron hacia mí. No me molestó; estaba acostumbrado a eso. Un par de estudiantes señalaron el fondo. Identifiqué a Eus de inmediato: parecía concentrado, pero al mismo tiempo alerta, como alguien acostumbrado a lidiar con problemas que otros pasan por alto.
Cuando él levantó la mirada y me vio, pude notar la sorpresa rápida y, detrás de ella, una evaluación silenciosa. Bien. Era alguien observador.
—¿Puedo ayudarte en algo? —preguntó.
Avancé con calma y le ofrecí la mano.
—Dante Montenegro. Soy nuevo en el comité académico. Me dijeron que tú manejas la coordinación entre grupos.
Apretón firme. Correcto. Profesional. Buen inicio.
—No sabía que ya habían asignado a alguien más —respondió—. Bienvenido. ¿Qué necesitas?
Observé el salón solo unos segundos. Ruido normal, los estudiantes atendiendo a lo suyo. Pero detecté algo más: cierta tensión en el ambiente. No sabría decir por qué, pero estaba ahí. Y si quería hacer bien mi trabajo, tenía que aprender a identificar estas cosas rápido.
—Quiero evitar malos entendidos desde el inicio —le dije—. Me interesa trabajar de manera ordenada y alguien me comentó que tú conoces bien cómo funcionan las cosas aquí.
Eus soltó una risa ligera, sin burla. Un buen signo.
—Bueno, conozco lo suficiente. ¿Quieres hablar afuera?
Acepté. Mientras caminábamos por el pasillo, escuché fragmentos de conversaciones, pasos acelerados, mochilas arrastrándose. Todo parte del contexto que tendría que aprender a manejar.
Me crucé de brazos, pensando ya en lo que debía preguntar.
—Quiero entender cómo organizan los horarios, quién toma las decisiones y qué problemas suelen repetirse. Antes de involucrarme, necesito un panorama claro.
Eus asintió, con esa expresión de alguien que está acostumbrado a explicar las mismas cosas cada semestre.
—No es tan estructurado como suena —advirtió—. A veces hay roces entre grupos, discusiones por actividades… cosas que pueden complicar todo si no se manejan bien.
Exactamente lo que quería evitar.
—Gracias por ser directo —respondí—. Me interesa hacer bien las cosas, y si tú conoces el terreno, será más fácil unir esfuerzos.
Lo vi sonreír, como si la formalidad no lo intimidara sino que incluso lo hiciera confiar más.
—Creo que podemos hacer buen equipo —dijo.
Asentí. Sería útil.
Y, si todo funcionaba como esperaba, este sería apenas el primer paso para mejorar lo que estaba tan mal organizado.
Llego dos minutos antes de la hora pactada. Puntualidad: una costumbre que no pienso perder, especialmente en un entorno nuevo. Me detengo frente a la puerta de la dirección, respiro hondo y toco suavemente.
—Adelante —escucho la voz de la profesora Medina.
Entro. La oficina es tal como imaginaba: ordenada, funcional, sin lujos innecesarios. Las carpetas perfectamente clasificadas llaman mi atención. La directora levanta la mirada y me dedica una sonrisa profesional.
—Licenciado Montenegro, bienvenido. Tome asiento, por favor.
—Gracias, profesora Medina. Puede decirme Dante —respondo mientras estrecho su mano.
Me siento, adoptando una postura relajada pero firme. No quiero parecer rígido, pero tampoco casual. Hay cierto equilibrio que se debe mantener en los primeros encuentros.
Ella deja a un lado los documentos que estaba revisando.
—Me alegra que sea tan puntual. He recibido excelentes referencias de su trabajo.
Asiento con cortesía. He aprendido que no hay que inflar el pecho ante los halagos; solo reconocerlos y seguir adelante.
—Me interesa contribuir en lo que sea necesario. Ya hablé un poco con Eus. Parece tener bastante control de las actividades, aunque también mucha carga encima.
La directora exhala un suspiro breve. Sí, conozco ese tipo de suspiros: los de alguien que lleva años sosteniendo una estructura que siempre necesita ajustes.
—Exactamente —dice—. Por eso lo necesitamos. La prepa ha crecido, hay más alumnos, más proyectos… pero no hemos logrado un sistema estable.
Me entrega un folder grueso. Pesa más de lo que esperaba.
—Aquí están las actas de los últimos dos años. Le advierto que hay inconsistencias. Diferentes encargados, diferentes maneras de hacer las cosas.
Abro el folder apenas, lo suficiente para ver páginas con formatos distintos, anotaciones a mano… desorden. Nada que no haya visto antes.
—Entiendo —le digo—. Puedo revisarlo y proponer un esquema más claro.
La directora sonríe. Una sonrisa breve, agradecida, incluso aliviada.
Curioso cómo el orden genera confianza.
—Eso es justo lo que esperaba escuchar, Dante. Además… —hace una pausa que me indica que lo importante viene ahora— hemos tenido algunos roces entre estudiantes. No conflictos serios, pero sí suficientes para generar tensión en el ambiente.
Me cruzan por la mente situaciones ya conocidas: competencia, comentarios malintencionados, grupos que necesitan límites más claros.
—Puedo observar el ambiente y actuar cuando sea necesario —respondo—. Sin tomar partido, solo buscando mantener armonía.
—Confío en que sabrá manejarlo. Tiene buen criterio.
Cierro el folder y me pongo de pie con calma. Me gusta comenzar con objetivos claros, y ahora los tengo: orden, estructura y un ambiente sano para los estudiantes.
—Gracias, profesora Medina. Haré mi trabajo lo mejor posible.
Intercambiamos un apretón de manos antes de despedirme. Salgo de la oficina con una sensación clara en el pecho: