Belleza Peligrosa

CAPITULO 10

DANTE

La clase avanza mejor de lo que esperaba para ser mi primer día. Algunos estudiantes aún están tímidos para participar, otros parecen distraídos.

Termino de explicar un ejemplo básico y pregunto:

—A ver… ¿alguien puede decirme por qué usamos sumas de rectángulos para aproximar el área bajo una curva?

Levanto la mirada esperando silencio.

Una mano se alza sin dudar.

—Adelante —le digo.

Se pone de pie con una seguridad tranquila. No parece querer impresionar a nadie; simplemente entiende.

—Usamos rectángulos porque son figuras que podemos medir fácilmente —dice—. Aunque no representen la forma exacta de la curva, si hacemos que el ancho sea muy pequeño, la aproximación se vuelve más precisa. Y cuando el número de rectángulos tiende a infinito, obtenemos el valor real del área.

La participación de la estudiante fue impecable. No solo respondió bien: articuló la idea con una precisión que no suelo ver en los primeros días.

Mientras escribo en el pizarrón, me doy cuenta de algo evidente:

No sé su nombre.

Es mi primer día, aún estoy intentando memorizar rostros y voces. Si va a participar así de bien, más vale que lo sepa.

Me giro hacia el salón.

—Disculpa —digo señalando suavemente su mesa—, no tuve oportunidad de aprender todos los nombres todavía. ¿Cómo te llamas?

La estudiante levanta la vista, sin incomodarse.

—Mabel —responde con voz clara.

Asiento.

—Bien, Mabel. Gracias por tu explicación. Fue muy útil para comenzar con una base sólida.

Anoto algo rápido en la esquina de mis hojas: Mabel — buena intuición matemática.

Es un método que siempre uso: registrar a quienes muestran facilidad para la materia, porque suelen ayudar a marcar el ritmo del grupo.

Mientras continúo la clase, pienso:

"Será interesante ver hasta dónde puede llegar. Tal vez pueda darle ejercicios más avanzados más adelante."

Pero no más que eso. Solo una nota profesional sobre una estudiante que acaba de demostrar que comprende de verdad el curso.

La clase ya terminó y varios estudiantes se agrupan para guardar sus cosas o conversar antes de salir. Yo estoy revisando mis apuntes en el escritorio, sobre todo para ajustar el contenido de la siguiente sesión. Aún estoy acostumbrándome al ambiente y tratando de identificar cómo funciona cada grupo.

Mientras ordeno mis materiales, escucho una conversación cercana. Levanto ligeramente la vista.

Mabel está hablando con un compañero: Mario, si no me equivoco.

No puedo escuchar exactamente lo que dicen, pero se nota que él intenta aparentar seguridad. Ella responde con un tono tranquilo, casi analítico, como si estuviera evaluando algo. Tal vez hablan del curso… o de la tarea que dejé.

Observo un momento —solo lo suficiente para entender la dinámica del grupo— y vuelvo a mis papeles.

"Bien… ella participa con claridad, y él parece querer impresionar. Normal en estudiantes de su edad."

Pero también noto algo importante desde mi rol de profesor:

Mario mira de reojo hacia mí, como comprobando si sigo ahí. Mabel, en cambio, mantiene su atención completamente en la conversación, concentrada.

"Interesante contraste", pienso.

No hay conflicto, solo energía juvenil típica del aula… pero detalles así me ayudan a entender mejor cómo trabajar con ellos, cómo formar equipos, y cómo manejar la clase para que todos avancen.

Cuando cierro mi carpeta, vuelvo a mirar hacia ellos un segundo. Mabel está explicando algo con paciencia, y Mario asiente como si entendiera a medias.

Sí. Esto será útil para organizar los grupos más adelante.

—Nos vemos en la próxima clase —digo al pasar junto a ellos, solo con un tono cordial.

Ambos responden “hasta luego”, cada uno con una actitud distinta.

Y yo sigo mi camino, tomando nota mental de otra pequeña observación de mi primer día




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