Belleza Peligrosa

CAPITULO 14

Decidí ir a visitar a mi madrina, hace tiempo no lo hacía.

Cuando llegué a casa de mi madrina, ella ya estaba en la cocina, moviendo una olla que olía a algo delicioso. Tenía puesta su bata floreada de siempre y ese peinado que nunca cambia, como si el tiempo le tuviera respeto.

—Ay, mi niña, mira quién llegó —dijo en cuanto me vio asomarme por la puerta—. Ven, dame un abrazo.

Me acerqué y me rodeó con fuerza, como si pudiera adivinar que traía la mente revuelta.

—¿Qué pasó? —preguntó mientras servía un té sin siquiera esperar que yo hablara—. Te conozco. Cuando vienes sin avisar, algo te anda dando vueltas en la cabeza.

Me senté a la mesa y la miré remover el azúcar.

—No es grave… solo… la preparatoria está siendo un poco pesada —admití.

Ella dejó la cucharita y me miró directamente, con esa mezcla de firmeza y cariño que solo ella sabe usar.

—¿Pesada por las clases… o por la gente? —preguntó, demasiado acertada.

Suspiré.

—Por las dos cosas. Hay una chica que no deja de buscar problemas… Juliana. Y además llegaron profesores nuevos, y en el salón todo se siente… diferente.

Mi madrina asintió despacio, como si ya hubiera conocido a cien Julianas en su vida.

—Mira, Mabel. Donde haya gente, siempre habrá alguien que quiera sentirse más grande haciéndote sentir pequeña. Pero tú no caigas en eso. Tú conoces tu valor.

Me pasó la taza entre las manos, tibia, reconfortante.

—Y sobre los profesores nuevos —continuó—, tú solo concéntrate en aprender. Lo demás… el ruido del salón, los comentarios, los chismes… eso no te va a dar futuro.

Tomé un sorbo y bajé la mirada.

—A veces siento que hago todo bien, pero igual llaman la atención de la gente —murmuré.

Mi madrina se sentó frente a mí, apoyando su mano sobre la mía.

—Es porque destacas. Y a veces eso incomoda a otros. No cambies por miedo a molestar. Cambia solo si es para mejorar tú.

Su voz siempre tenía ese efecto: me ponía de vuelta en mi lugar, como si me alineara con una brújula interna que a veces se me desacomoda.

—Gracias, madrina —dije, sonriendo por primera vez desde que llegué.

Ella me guiñó un ojo.

—Para eso soy tu madrina. Y ahora… —se levantó— prueba este guiso antes que se enfríe. A ver si todavía te acuerdas de la sazón de tu vieja madrina o ya te malacostumbraste a la comida de la cafetería.

Reí. Y por un momento, todo lo de la preparatoria dejó de pesar tanto.

La casa de mi madrina siempre huele a manzanilla, y eso normalmente me calma… pero hoy no. Siento el estómago apretado mientras mezclo el té sin necesidad. Sé que ella nota cuando estoy guardando algo; siempre lo nota.

—¿Qué pasa contigo, Mabel? —me pregunta con esa voz que no acepta excusas.

No quería contarlo, pero si no lo digo, peor será.

—Es que Mario intentó coquetearme —digo bajito, como si así sonara menos grave—. Pero yo no le seguí el juego.

Eso último es mentira. No es que le haya seguido nada… pero tampoco lo corté como debería. No por interés en él, claro, sino porque sé reconocer una oportunidad cuando se presenta.

Mi madrina deja la taza sobre la mesa.

—Mabel, respétate. Y respeta a Gabriel. Tú tienes novio, ¿o ya se te olvidó?

Me entra un pequeño golpe de culpa, pero no dejo que se note.

—Sí, madrina. Yo sé. A Gabriel lo quiero —respondo rápido.

Ella me mira como si pudiera ver dentro de mi cabeza. Ojalá no pudiera.

Bajo la mirada, tratando de que no se note lo que estoy pensando:

No estoy traicionando a nadie… solo estoy evaluando mis opciones. Mario es solo una posibilidad, un recurso, una carta más en el juego. No significa nada. Yo sé lo que quiero, y sé lo que necesito para salir adelante. Y si alguien se interesa en mí… bueno, no es mi culpa. Yo solo uso lo que la vida me pone al frente.

Levanto la mirada con una sonrisa tranquila.

—De verdad, madrina. No te preocupes.

Pero por cómo me mira, sé que no me cree del todo.

Apenas cierro la puerta y el aire fresco me golpea la cara, siento que puedo respirar otra vez. Adentro, con mi madrina mirándome como si pudiera leerme la mente, todo se me hacía más pesado. Afuera, en cambio, puedo pensar con claridad.

Camino despacio por la vereda, apretando los labios.

“Respétate, Mabel… tienes a Gabriel.”

La voz de mi madrina sigue sonando en mi cabeza. Y sí, lo que dijo es cierto… pero también es cierto que ella nunca ha vivido lo que yo vivo. Nunca ha tenido que ver a su familia contar cada moneda. Nunca ha tenido que tragarse el orgullo mientras otros avanzan solo porque nacieron en un lugar mejor.

No es que yo quiera hacerle daño a Gabriel. Él es bueno conmigo. Pero la vida no cambia sola. Una oportunidad es una oportunidad, venga de quien venga.

Respiro hondo.

Mario no me gusta… pero tiene algo útil: puertas abiertas. Gente. Recursos. Un camino diferente al mío.

No significa que vaya a depender de él, ni de nadie. Solo significa que no voy a ser tonta y dejar pasar posibilidades cuando se presentan.

Me ajusto la mochila al hombro.

Mi madrina ve “peligro”. Yo veo estrategia. Y tengo derecho a pensar en mi futuro.

Sigo caminando, pisando fuerte, como si con cada paso dejara atrás la culpa que ella intentó sembrarme.

—Yo sé lo que hago —murmuro para mí misma.

Y aunque una parte de mí duda un poco… la otra, la que quiere algo más grande, la que mira siempre hacia adelante, es más fuerte.




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