Belleza Peligrosa

CAPITULO 15

Estaba intentando concentrarme en este ejercicio de cálculo, pero era casi imposible. Mario no dejaba de mirarme de reojo, con esa sonrisa que cree que derrite a cualquiera. Normalmente lo ignoraría, pero hoy… no sé, hoy me apetecía un poco de diversión.

—Hola, Mabel. ¿Cómo va esa mente brillante? ¿Ya dominando las integrales? —me dice, acercándose a mi pupitre.

Levanto la vista y le sonrío un poco.

—Ahí vamos. Todavía me falta practicar un poco.

—Si quieres, puedo ayudarte. Ya sabes, tengo buena mano con los números —responde, con ese tono que usa cuando quiere impresionar.

Río suavemente.

—¿En serio? Pensé que estabas más interesado en otras cosas.

Sé que lo estoy provocando, pero me gusta ver cómo reacciona. Se acerca más, bajando la voz.

—Depende de qué cosas hablemos…

Le sigo el juego, mirándolo con una sonrisa coqueta.

—¿Ah, sí? ¿Y qué cosas te interesan a ti?

Se inclina hacia mí, y puedo sentir su aliento cerca de mi oído.

—Digamos que me interesa mucho la persona que está resolviendo ese ejercicio…

Me río, disfrutando la atención. Me acerco un poco más a él.

—Eres un descarado, ¿lo sabías?

Sonríe con confianza.

—Tal vez. Pero te gusta, ¿o no?

Dudo un segundo. Sé que esto no está bien, sobre todo por Gabriel, pero la verdad es que me gusta sentirme deseada. Asiento, sonriendo.

—Tal vez un poco…

Se pone más serio, y me mira con intensidad.

—Oye, ¿te gustaría que volviéramos a juntarnos para avanzar el proyecto? En mi casa, ya sabes, para estar más tranquilos.

Fingo pensarlo un poco. No quiero que piense que estoy desesperada.

—No sé, Mario… ¿no estarás intentando distraerme otra vez?

Me mira con una sonrisa que me hace sentir un poco culpable.

—Prometo concentrarme en el trabajo… si tú prometes no ser tan irresistible.

Me río y le doy un golpecito en el brazo.

—Está bien. Pero que quede claro: vamos a trabajar.

Sonríe triunfante.

—Hecho. ¿Qué te parece el sábado en la tarde?

—Me parece bien. Escríbeme para coordinar la hora.

—Perfecto. Entonces, ¿tenemos una cita?

Sonrío con picardía.

—Digamos que tenemos un encuentro académico… con posibles distracciones.

Estaba por responder cuando el profesor interrumpió.

—Disculpen, ¿interrumpo algo importante?

Sentí que la sangre se me subía a la cara. Mario y yo nos separamos rápidamente, sintiéndonos avergonzados. El resto de la clase nos miró con curiosidad.

—No, profesor. Solo estábamos comentando algo sobre el trabajo —respondió Mario, nervioso.

El profesor Dante levantó una ceja, sin creerle del todo.

—¿Ah, sí? Porque desde aquí parecía una conversación bastante animada.

Intenté mantener la calma, pero sentía que mis mejillas ardían.

—Es que Mario estaba explicándome un ejercicio que no entendía bien.

El profesor Dante me miró directamente, y sentí que podía ver a través de mí.

—Entiendo. Pero recuerden que este es un espacio para todos. Si tienen dudas, pueden preguntarme a mí en cualquier momento. Y si quieren conversar, pueden hacerlo en el recreo. ¿Estamos claros?

—Sí, profesor —respondimos Mario y yo al unísono.

El profesor Dante sonrió levemente, pero su mirada seguía siendo seria.

—Bien. Ahora, volvamos a la clase. Y por favor, traten de mantener el volumen bajo.

Se dio la vuelta y siguió explicando la lección. Mario y yo nos miramos de reojo, sintiéndonos un poco culpables. El resto de la clase volvió a sus cuadernos, pero algunos seguían lanzándonos miradas disimuladas.

—Creo que nos descubrieron —susurré a Mario.

—No importa. Al menos ya tenemos una cita para el sábado —me respondió, con una sonrisa.

Lo miré con una mezcla de reprobación y diversión. Sabía que el profesor Dante tenía razón, pero también me gustaba la adrenalina de romper las reglas. Y sé que puedo sacarle provecho a esta situación. Mario tiene contactos, tiene recursos… y yo necesito todo eso para salir adelante. Así que, ¿por qué no usarlo? No estoy haciendo nada malo. Solo estoy siendo inteligente.

Salí del salón con el corazón latiendo un poco más rápido de lo normal. La conversación con Mario me había dejado una sensación extraña, una mezcla de emoción y culpa. Justo cuando pensaba en cómo contarle a Gabriel sobre el trabajo del sábado, me encontré con Elena esperándome con una expresión que no me gustó nada.

—¿Se puede saber qué estabas haciendo hablando con Mario? —suelta sin rodeos.

Yo la miro, sorprendida por lo directa.

—¿Cómo que qué estaba haciendo? —pregunto, haciéndome la distraída mientras acomodo mi mochila.

Elena frunce el ceño.

—Mabel… ¡te vi! Te acercaste, le sonreíste, le seguiste la conversación… ¿No te dije que ese chico no te convenía?

Me cruzo de brazos. No me gusta que me digan qué hacer.

—Solo estábamos hablando del trabajo —miento un poco, pero con seguridad—. Además, ¿qué tiene de malo?

Elena niega con la cabeza, claramente frustrada.

—Lo que tiene de malo es que ese tipo es un presumido, y tú ya sabes cómo es. No quiero que te metas en algo que luego te complique.

Yo respiro hondo. Complicarme.

Si ella supiera…

—Elena, relájate —respondo, casi cansada—. Sé exactamente lo que estoy haciendo.

Ella me mira como si eso fuera justo lo que la preocupa.

—Mabel… tú tienes novio. Y Mario está que te mira como si…

—Ya lo sé —la interrumpo, sin querer seguir escuchando—. Gabriel no tiene nada que ver con esto. El trabajo es el trabajo.

Pero por dentro, mis pensamientos son otros:

Mario puede ser útil. No me interesa él… me interesa lo que puede abrir. Si Elena lo entiende o no, ya es problema de ella.

Elena suspira, todavía dudando.

—Solo… cuídate, ¿sí?

Yo asiento, aunque no por convencerme… sino para evitar seguir discutiendo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.