Belleza Peligrosa

CAPITULO 24

UN MES DESPUES

Un mes.

Ese pensamiento seguía ahí, dando vueltas conmigo desde que abrí los ojos. Un mes desde que decidí poner orden en mi vida, desde que retomé mis estudios con seriedad, desde que dejé de sabotearme y me prometí terminar la preparatoria sin excusas, sin escaparme, sin derrumbarme a la primera.

Y hoy…Hoy era mi último día. Me levanté despacio, estirándome, dejando que la luz del amanecer entrara por la ventana. Me arreglé, me peiné, me miré al espejo. Mi reflejo era yo… pero no la misma de antes. Había algo distinto en mis ojos, una firmeza nueva, un brillo tranquilo.

—Lo lograste, Mabel… —susurré, sintiendo un nudo suave en la garganta.

Cuando bajé las escaleras, el olor a comida ya llenaba la casa. Ese aroma cálido de las mañanas que siempre me recibía como un abrazo silencioso. Ahí estaba mi papá, parado en la cocina. Moviendo algo en la sartén mientras tarareaba una canción de las que ponía cuando limpiaba los domingos.

—Buenos días, papá —dije acercándome.

Él se giró. Tenía esa sonrisa amplia que hacía que sus ojos se arrugaran en las orillas. Pero esta vez… se veía diferente. Más profunda. Más suave. Más… amorosa.

—Buenos días, mi niña —respondió, dejándole la espátula a un lado—. Ven acá.

Me dio un beso en la frente, como cuando era niña.

—Hoy terminas la prepa —dijo con una emoción que no esperaba—. Estoy tan orgulloso de ti, Mabel.

Sonreí, medio avergonzada.

—Ay papá… tampoco es para tanto…

—Claro que sí lo es —respondió él, tomándome de los hombros—. YO sé lo que te ha costado. YO te he visto luchar, tropezarte, levantarte. Y aquí estás.

Me apretó un poquito, como si quisiera recordarme que estaba ahí.

—Gracias, papá.

Él inhaló hondo, como si se preparara para decir algo importante.

—¿Sabes? Cuando naciste… —su voz se suavizó aún más— sentí una felicidad que no sabía que era posible. Te miré, tan chiquita, tan indefensa… y pensé: “Por favor, que la vida me deje cuidar de ella. Que siempre, siempre pueda verla sonreír.”

Sentí un golpe de ternura tan fuerte que me humedeció los ojos.

—Papá… —susurré—. ¿Por qué dices eso ahora?

Él solo sonrió. Una sonrisa llena de cariño, de calma, de algo que no alcancé a entender.

—Porque te amo —dijo—. Y porque quiero que sepas que eres la luz más bonita que tengo.

Yo iba a responderle algo… cuando se escuchó la puerta principal abrirse.

—¿Se puede pasar? —una voz masculina, suave, cariñosa.

Gabriel.

Mi corazón se aceleró como si hubiera corrido una cuadra. Él apareció en la cocina, con su mochila de la universidad y su maletín de estudiante de medicina. Tenía el cabello un poco enredado por el viento y los ojos brillantes a pesar de la hora.

—Hola —dijo sonriendo al verme—. Vine temprano.

Mi papá levantó las cejas con una sonrisa pícara.

—Hombre inteligente —dijo él—. Agarra a mi hija desde la mañana.

Me puse roja.

—Papá…

Gabriel se acercó sin quitarme los ojos de encima.
Ese era el problema con él: siempre me miraba así… como si fuera especial de verdad.

—Buenos días, amor —susurró, rozando mis labios con los suyos.

Yo le correspondí, dándole un beso suave, lento. De esos que te hacen cerrar los ojos y olvidar que el mundo existe. Cuando nos separamos, él sonreía como si yo hubiera sido lo mejor que le pasó en la mañana.

—¿Qué haces aquí a esta hora? —pregunté, todavía cerca de él.

—Quería verte antes de irme a clases —respondió, acariciándome la mejilla—. Y felicitarte. Hoy terminas la prepa, Mabel. Estoy orgulloso de ti.

Mi papá tosió fingiendo incomodidad.

—Bueno, bueno, yo los dejo un momento —dijo tomando sus llaves—. Tengo que ir a… ya vuelvo.

—¿A dónde? —pregunté.

—Nada importante —respondió con una sonrisa pequeña.

Salió hacia la sala.

Gabriel me abrazó por detrás, apoyando su mentón en mi hombro.

—¿Lista para este día? —preguntó.

—Estoy nerviosa —confesé—. Pero también emocionada. Es raro… es como sentir que cierro algo y abro algo nuevo a la vez.

Él sonrió.

—Eso es crecer, mi amor. Y yo quiero ser parte de todo lo que venga después.

—¿Nuestro futuro? —pregunté con timidez.

Gabriel me giró para mirarme de frente.

—Sí. Nuestro futuro… juntos. Quiero estar contigo en lo que sigue.

Ese momento se sentía tan perfecto… tan cálido… que quise estirarlo para siempre.

Y cuando mi papá finalmente salió por la puerta, yo y Gabriel volvimos a besarnos, más suave, más largo, como si el mundo fuera de nosotros por un instante.

—Te amo —me dijo él.

—Yo también te amo… —respondí, sintiendo que todo era hermoso.

Pero entonces…¡CRASH! Un sonido seco. Duro. Como vidrio rompiéndose. Me separé de Gabriel de inmediato.

—¿Escuchaste eso? —preguntó él, frunciendo el ceño.

No contesté. Mi cuerpo reaccionó antes que mi cerebro. Corrí.

—¡Papá!

Entré a la sala y sentí cómo el mundo se me volvía líquido, borroso, frío. Mi papá estaba tirado en el suelo.
De rodillas primero, intentando apoyarse en la mesa, pero luego se desplomó. Había un florero roto cerca, el vidrio desparramado. Su mano estaba presionando su pecho. Su rostro… pálido. Y su respiración…
Su respiración era un sonido entrecortado, espantoso, como si intentara aspirar aire que no existía.

—¡Papá! —me lancé hacia él—. ¡Papá, dime qué tienes! ¡Respira!

Él intentó decir algo, pero solo salió un jadeo terrible. Sus ojos se llenaron de pánico. Un pánico que jamás había visto en él.

—Gabriel… —susurré entre hipos de llanto—. ¡Gabriel!

Él llegó corriendo, se deslizó al suelo y lo sostuvo justo cuando mi papá se desplomaba por completo.

—Se está desmayando —dijo Gabriel con voz apretada—. Mabel, aléjate un poquito.

—¡No! —grité, temblando—. ¡No lo dejes solo!

—No lo dejaré —respondió él—. Pero necesito espacio. Por favor.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.