Bell's Epiphany

Capítulo Único

Isabella. Para conseguir aquello que anhelas, debes aprender tres lecciones antes de que sea Navidad

Si no lo consigues, volverás a tu vida normal, y olvidarás todo esto, y que alguna vez me conociste. 

—¿Qué debo aprender? ¿Qué es lo que anhelo?

La Navidad se trata de tres cosas esenciales. Una es perdonar, otra es amar, y la última la deberás descubrir por ti misma. Una vez que las hayas aprendido, te concederé el deseo:

Tu visión. 

 

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Lección 1; Perdonar.

El viento sopló con fuerza su rostro aunque estuviese cubierto con su bufanda. Copos de nieve se pegaban a su frente y los mechones rojizos que volaban a su alrededor como una especie de aureola. 

Sus mejillas se sentían entumecidas y congeladas, pero aún así avanzaba con todo lo que tenía hacia su destino. 

Tenía una de las manos fuertemente agarradas a su bastón metálico que iba guiandole el camino entre la nieve, y la otra escondida entre los pliegues de su ropa para buscar calor. 

Ya estaba cerca, sabía. Recordaba el camino de regreso como si fuera la palma de su mano, y este estaba fresco en su mente aún.  Lo sabía por la forma en la que sus piernas empezaban a escocerle y temblar, y por el suave aroma a gengibre que desprendía el lugar. 

Se detuvo un momento a apreciar el aroma, y la nieve debajo de sus pies y del bastón. Cerró los ojos, aunque no hiciera diferencia para ella el cerrarlos o no, y pensó en su vida anterior. 

La vida que había dejado atrás, y que ahora visitaría. 

Recuerdos lejanos de tintineos de copas, estrellas de cristal, y panettones recién horneados aparecieron en su mente como relámpagos. Sin embargo, todo era sobre un profundo lienzo color negro que engullia todo, y oscurecía cuanto podía. 

Se sacudió el cabello cuando sintió demasiados copos quedarse en él, y se acercó a su destino. Oyó columpios chirriando a su costado, y supo que estaba frente a la casa. 

Su bastón tocó los escalones de madera que daban a la puerta principal, y subió cada uno de los peldaños con cuidado aunque los conociera de memoria. Sus botas resonaron contra la madera, y recuerdos volvieron. 

Había pasado tanto.

Se remojó los labios al sentirlos secos y entumecidos por el frío, y estiró un dedo hacia donde se suponía que estaba el timbre. 

Oyó unos pasos detrás de la puerta, acercándose arrastrando los pies, y tocando la manija de la puerta. 

—¿Sí?— preguntó una voz ya demasiado conocida; demasiado lejana, y demasiado extraña al mismo tiempo. Una voz que volvía a hacerla recordar momentos enterrados profundamente en su corazón. 

—Soy yo.— Respondió, tomando todas sus fuerzas para evitar titubear, y el bastón entre sus dedos se sintió flaquear, como sus piernas. 

—¿Disculpe?— la voz replicó dentro de la casa, y la puerta se abrió lentamente, produciendo un chirrido apagado. 

Bell sonrió, sabiendo que no podría mirar directamente a los ojos de la otra persona, pero al menos, reconociendo su presencia. 

—Soy yo, mamá. 

Nieve cayó por su pelo. 

Su bastón se volvió endeble. 

La oscuridad adquirió un aroma a gengibre y forma de manos callosas abrazándola. 

El piso debajo de sus pies acunó sus rodillas, y su sonrisa desapareció. 

—Bell... ¡Bell!— exclamó la voz dulce, acariciando su pelo lleno de nieve. Contra su rostro sintió la suavidad de un poncho, y el cosquilleo de hebras de pelo gris, tal vez.—Lo siento, mi niña, lo siento. Perdóname, Bell.

Su mentón estaba apoyado contra algo duro, pero aún así se encontró negando con la cabeza, soltando el bastón por fin y devolviendo el abrazo con la misma intensidad. 

—No hay lugar para rencor en mi corazón, mamá.— La nieve estaba derritiéndose, y dejando caer cristales por sus ojos. Pero no hizo ademán de limpiarlos, porque su madre también estaba derramando aquellos cristales.—Te perdono. No te preocupes. Solo quise venir a decírtelo, y desearte una buena Navidad. 

Las manos gentiles tocaron su rostro, y su mirada perdida de alguna forma se encontró con la de su madre.

—¿Como puedes perdonarme el haberte roto los sueños? 

Bell sonrió, y su pecho se sintió caliente. Tanto, que podía jurar que ese calor volvía a derretir copos de nieve por su rostro. 

—No los rompiste, mamá. Los agrandaste. 

 

Perdonar, significa liberar. Y liberar, significa extender las alas de los sueños con los que los humanos hemos nacido

 

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Lección 2; Amar




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