Bennu fuego en las sombras (libro 1) Completo

Prólogo

En una noche oscura, tan negra y aterciopelada, como el día en que se desvanece toda esperanza de la faz de la tierra. La luna llena alumbraba todo el ecosistema bajo el manto nocturno. Por la zona caminaba una mujer hermosa llamada Milena, ella expedía un aroma tan lleno de dulzor, pero no era de esos olores empalagosos, sino el más delicioso que jamás alguna persona haya imaginado, esa fragancia no era de un perfume, pareciera que ese olor salía por cada uno de los poros de su piel y esta es pálida como la luz infinita de la luna que alumbraba aquella noche magnífica, y era aún más suave que la seda de la mejor calidad. Su estatura era promedio como la de una mujer común, no llegaba al metro sesenta, pero estaba más que claro que no era una mujer normal.

Caminaba por un bosque tan denso que era difícil ver más allá de un metro de distancia, al inhalar el aire que flotaba alrededor se dio cuenta de que el bosque tenía un aroma tan peculiar, se podía oler la tierra húmeda, los pinos y hasta algunas de las flores silvestres; ella llevaba un hermoso vestido blanco con una suavidad imperiosa y aun así no alcanzaba la textura de su capa epidérmica, tan pura y perfecta.

El color del vestido aparentaba ser gris al contraste de su palidez, su cabello era castaño claro y ardiente, era el más sedoso que puedas imaginar, sus rizos largos llegaban hasta la cintura. Lo traía suelto y solo con un listón blanco adornándolo, parecía que danzaba con el aire y se observaban minúsculas gotas de sereno, sus ojos son violetas y grandes, emanaba una gran pasión; pero a la vez aparentaba tener un odio tan infinito que si un hombre la viera quedaría petrificado, tal cual lo recita el mito de la Medusa.

Al seguir su camino, por aquella senda tan poco espaciosa y oscura, en la que lograba sentir las piedras traspasando sus zapatillas blancas, parecía que en vez de caminar, danzaba al son de los sonidos del bosque (el viento moviendo las ramas, gotas de agua cayendo fuertemente de una planta a un río caudaloso, el agua moviéndose, incluyendo a los animales nocturnos como búhos, pájaros y demás todos los sonidos de la naturaleza, que deleitan al oído de las personas) sus labios delgados de color carmín entonaban una canción inaudible; cuando ella parpadea, aún se encontraba en un estado de ensoñación sumida en el entorno. En un abrir y cerrar de ojos, estaba de frente a un muchacho llamado Dylan, ya lo había sentido llegar desde mucho antes que él estuviese a un kilómetro de distancia, el muchacho también percibió su humor.

La capa epidérmica del joven, estaba ligeramente bronceada y de la cual emanaba un olor tan delicioso que provocaba que las mujeres corrieran detrás de él; olía mejor que cualquier aroma imaginable y su piel al más mínimo roce se sentía lisa y sensual. Su cabello era de color castaño cenizo; corto, ondulado y sedoso; simplemente un poco despeinado. Sus ojos eran grises con azul, no se podían comparar ni siquiera con los ojos de un hermoso ángel; al verlos te subía al cielo y te bajaba a la tierra en cuestión de un instante. Los labios eran carnosos y de un rosa pálido, su cuerpo era mejor que el del mismo Adonis y era más alto que la joven, vestía de manera formal con un pantalón color negro y una camisa de color verde militar que hacía resaltar su tez. En ella se veían manchas diminutas a causa del sereno que caía sobre ella y se dispersaba, llevaba puesto unos zapatos negros.

Con solo echarle un vistazo te quedabas perdidamente enamorada y en un estado de hipnosis, tan prolongado. Oh, ¡en verdad era el hombre más guapo del mundo!

Milena y Dylan localizaron la esencia de cada uno a través de la distancia, los dos empezaron a correr tan rápido que no se podían ver a simple vista de una persona común, lo único que se lograba observar era una fina línea; la de ella era blanca, resplandeciente y la de él era un poco más oscura. Se produjo un choque de cuerpos tan estruendoso que se logró escuchar a una distancia de cuarenta kilómetros a la redonda, pareció un gran trueno en medio de una tormenta y con ello se dio inicio a una lucha que daba el aspecto de que ambos iban a acabar muertos. No se distinguió ninguno de los movimientos, solo se escucharon fuertes gemidos de dolor, pero esto solo duró quince segundos, ya que los dos detectaron el aroma de una persona a la que ambos odian demasiado, por diversas razones, ese aroma era pestilente, casi inaguantable.

Al dejar de pelear, ella no tenía ni una sola herida; pero se podía ver una sonrisa de satisfacción en sus hermosos labios escarlata, después se mordió el labio inferior ligeramente y miró a Dylan, que tenía varias cortadas muy profundas en todo el cuerpo y algunas costillas quebradas.

En solo tres segundos el joven ya estaba completamente sano, de un salto los dos se pusieron en pie para ponerse en marcha con una velocidad superior a la que habían alcanzado anteriormente; eran completamente invisibles, uno al lado del otro para atacar a esa persona que tanto despreciaban, al llegar en donde estaba ese individuo, se dieron cuenta de que no venía solo, ¡estaba acompañado! Por cientos de cazadores, vestidos con trajes negros, ahulados y pegados al cuerpo, solamente dejaban ver sus ojos color ámbar (todos los tenían de ese color) y con un brillo muy diferente a todas las personas.

Por una extraña razón no lograban percibir el aroma de esos cazadores, ellos son los seguidores del enemigo de ambos; a esas criaturas se les llaman en el pueblo los Die Mörder. Nunca Milena y Dylan habían visto a alguno de ellos, solo al jefe, que es un antiguo asesino inmortal de criaturas míticas.

Y se comenzó la pelea…

Los cazadores atacaron a Milena y Dylan, pero ellos eran más poderosos que los numerosos atacantes y acabaron con muchos de ellos (los Die Mörder).

 




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