Bennu fuego en las sombras (libro 1) Completo

1

Escuché a lo lejos a alguien diciendo mi nombre, con voz aterciopelada y dulce: —Milena, Milena —comencé a abrir los ojos, tan despacio y fui apreciando el techo de mi alcoba color gris, la voz volvió a resonar, pero más fuerte, diciendo de nuevo: —Milena —y una última vez lo volví a oír, en esta ocasión me di cuenta de que era mi madre que intentaba levantarme, con su voz medio adormilada, y aún estaba en bata de dormir:

—Milena, ¡levántate! ¡Ya se te hizo demasiado tarde! —diciéndolo con una voz muy irritante para mis oídos.

Me di cuenta de que todo era un sueño (por desgracia), yo era la protagonista, pero nunca en la vida había visto al hombre de mis sueños, si es que así se le puede llamar, la verdad no sé por qué he soñado todo esto, así que intentaré olvidarlo. Me atormentaba la idea de que exclusivamente en sueños se puede vivir como a mí, me encantaría hacerlo.

—¡Ay, no, madre, no quiero levantarme, estaba durmiendo tan rico, ¿por qué viene a levantarme tan temprano?! —no había volteado a ver mi ventana, ya no estaban las estrellas, ahora estaba el sol.

—Porque se te está haciendo tarde para llegar a la escuela, son las 7:15 de la mañana.

De estar sentada, salté de mi cama como si hubiera arañas en ella, mi colchoneta era de color negro con estrellas rojas y moradas, estaba llena de almohadas, tenía un aroma floral y al tocarla era suave y sedosa, pero fría como el hielo. Todo terminó tirado en el piso, por mis carreras.

La hora de entrada de la institución a la que me presento día a día, es las 7:30 de la mañana y siempre suelo levantarme una hora antes, para tener un poco más de tiempo para desayunar y vestirme, tranquilamente.

Elegí un cambio del guardarropa, el cual es de un tamaño colosal, lleno de ropa, zapatos, accesorios y mochilas, todos eran de tonalidades oscuras, como el negro, morado, azul, verde, rosa y rojo. Siempre suelo usar algo negro, la verdad es que no me gusta andar sin ese color, no me siento cómoda. La prenda que más me gusta de todo mi armario son mis converse estilo botines negros, mismos que están muy rasgados ya por el tiempo de uso, pero de esta manera se ven aún más geniales.

Tomé un pantalón color gris oscuro, busqué el chaleco que le hace juego y una blusa negra de manga corta y cuello alto. Los coloqué en la cama y me cambié lo más rápido posible, acudí al baño que estaba al lado de mi cuarto.

Al entrar me acomodé frente al lavabo y me eché agua en el cabello, me peiné y sin retraso salí del baño, para entrar a mi cuarto y verme en el espejo enorme que está detrás de la puerta. Me observé cinco segundos y me di cuenta de que andaba en pantuflas. Rápido saqué mis botines negros de tacones del armario, me senté en un sillón negro (de esos que son como una gran pelota y que si te sientas se amolda a ti) que tengo al lado de la puerta del armario. Me puse mis zapatos altos y salí corriendo de mi cuarto hacia las escaleras, las bajé de la misma manera, pasé por el vestíbulo y abrí la puerta de la entrada principal que ya había abierto previamente mi padre, al partir a su trabajo como abogado.

Me tropecé con una piedra enorme, pero no caí, logré mantener mi equilibrio y seguí corriendo. Al llegar a mi hermosa camioneta color verde militar, busqué mi mochila para sacar las llaves y abrir la puerta, pero no la sentí; en ese mismo instante me di cuenta de que no las traía, me invadió una furia inmensa, pero intenté controlarme, respire hondo y corrí hacia dentro de la casa, subí las escaleras a tropezones para buscarlas en mi cuarto y entré en el armario, efectivamente ahí se encontraba colocada en una argolla al lado de la puerta, quería revisar la hora y no traía mi celular, que estaba en la mesa de luz que se encuentra justamente al lado de mi cama, presioné un botón para verificar la hora y me di cuenta de que tenía dos mensajes, pero antes de abrirlos observé la hora, ya eran las 7:30 de la mañana. Me tranquilicé un poco, ya que sabía que aunque me diera prisa llegaría tarde, me senté para revisar mis mensajes.

El primero era de mi amiga Nell (su nombre es Vyanel Franco, pero le gusta más que la llamemos Nell; ella es alta, más de lo normal, sobrepasa el metro ochenta, su piel tiene una tonalidad morena y cabello negro y liso. Sus ojos café oscuro y cara afilada). Decía:

“Amiga, ¿vas a venir a la escuela?, ¡ya es demasiado tarde!… ¡Corre!, aún tienes tiempo para llegar, el profe aún no ha llegado”.

Respondí:

 “Ya voy para allá…”.

Guardé el celular rápidamente en mi mochila, me maquillé lo más rápido posible, en dos minutos ya estaba lista, corrí hacia el vehículo y antes de salir de la casa le grité a mi madre: —Ya me voy, después nos vemos —seguí con mi caminata rápida, para evitar caerme. Cuando de repente la escuché a lo lejos: —Está bien, cuídate mucho. ¡Te quiero, hija! —no le contesté. Siempre me despido de ella y de mi padre, pero hoy no tenía tiempo de sobra.

Llegué a mi camioneta que se encontraba estacionada en la calle debajo de un árbol, presioné el botón de la alarma y abrí la puerta, entré al auto e inserté la llave para encenderlo y me puse en marcha hacia la escuela.

El clima era perfecto, nublado y fresco. El aire olía a tierra mojada, eso quería decir que en alguna parte muy cerca estaba lloviendo. Vi el marcador de la velocidad y señalaba más de ciento cincuenta kilómetros por hora, la escuela me quedaba a veinte minutos de casa y llegué en diez, sin hacer altos en ningún sitio. Las calles estaban recién pavimentadas, así que no había baches que me molestaran al trasladarme a la institución (que es un edificio de cuatro pisos de alto, el cual tiene cinco aulas por planta, rodeado de jardines hermosos y llenos de naturaleza, después de ellos, le seguía el estacionamiento).

Al llegar me estacioné bajo la sombra de un enorme sauce y me encaminé hacia mi aula de estudio, que se localizaba en el primer piso del edificio y era la tercera aula de izquierda a derecha. Asomé un ojo por la rendija a ver si el profesor Omar ya se encontraba adentro, para mi sorpresa, él aún no llegaba. Cuando me enderecé para abrir la puerta sentí que había una persona atrás de mí, giré mi cabeza muy despacio y me percaté de que era el profesor de literatura (es un hombre de estatura baja, pero más alto que yo, caucásico y un poco robusto), antes de que yo pudiera decir algo me llamó la atención.




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