No esperé ni un momento más, entré al agua fría, mi capa ondeaba sobre el agua; seguí caminando sin ver atrás, proseguí andando sin inmutarse por la profundidad a la que me estaba aproximando, primero me llegó al tobillo, di varios pasos, el suelo estaba un poco resbaloso, pero continúe, después llegaba a la cintura, otro paso más y me llegaba al cuello. “Un desnivel”, inquirí.
El agua no tenía olor. Yo esperaba que oliera como un estanque, pero para nada es como el agua del río de Rhinebeck, mi amado lugar en el cual solía vivir. Antes amaba mi poblado, pero ahora este lugar me hechizo, siento que en verdad pertenezco aquí.
Di otro paso y tomé aire, el agua me cubrió por completo.
Un pez color verde y descomunal pasó frente a mí, era igual al que apareció en mi sueño que tuve el día que conocí a Dars, un grito ahogado quedó atrapado en mi boca, el agua no entró en ella y tampoco necesitaba del oxígeno gaseoso que se encuentra en el exterior. Era muy extraño, como si las moléculas de oxígeno presentes en el compuesto del agua me dieran ese elemento vital para nuestra existencia, en ese momento llegaron Payton y Dars.
Se escuchó un gritó de Payton, ya que había visto al mismo pez que yo enfrente de su cara.
—¿Qué pasó, Payton? —la cuestioné.
—Nada, solo vi un pez asqueroso, no se preocupen.
—¿Por qué no me ahogo? —preguntó Payton.
—Es lo que les iba a explicar hace un momento, la mancha negra que apareció en sus pies les propinó estas habilidades de andar en el agua al igual que un pez, pero como nosotros mismos, sin cambiar físicamente.
—Esto es verdaderamente asombroso, ¿es para siempre o solo dura un momento? —interrogué.
—Los efectos del alga negra, así se llama, no tienen límite de tiempo y también lo pueden usar en el mundo donde ustedes provienen, pero no les recomiendo que lo hagan, ya que los científicos las secuestrarían, para hacer experimentos con ustedes… Bueno, ya quedando claro esto, es momento de seguir adelante—. Movió el brazo haciendo la señal de que lo siguiéramos.
Caminamos detrás de él, observando todo el entorno. El agua era de color zafiro, fría por la profundidad y un poco más densa de lo normal, sin llegar a parecer aceite. Alrededor las plantas de todas clases bailan al ritmo de la corriente, buscando satisfacer las miradas de los visitantes, o sea, nosotros. Los peces de todas clases, no muy diferentes a los de mi lugar de origen, algunos iguales de aterradores y otros tan lindos; pero para mi gran sorpresa, los que provocan un miedo infinito eran como un cachorro, y los más tiernos eran los que intentaron comernos. No había ningún camino establecido, solo seguimos a Dars.
Al terminar el recorrido nos encontramos en las afueras del castillo, un gran e intenso calor perforó en la parte inferior de mi hombro derecho; fue tan fuerte que un grito desgarró mi garganta, pero me di cuenta de que yo no fui la única, Payton también lo hizo, mientras se sujetaba el hombro derecho. El dolor fue disminuyendo poco a poco, observé el panorama para ver si así lograba olvidar ese dolor insoportable.
Mientras caminábamos aprecié que el castillo está construido con coral azul verdoso, un color extraño para el coral. Seguíamos avanzando sin decir palabra alguna, o al menos eso parecía. Dars movía la boca como si dijese algo, pero yo no escuché nada y al parecer Payton tampoco escuchó.
Al llegar a la entrada del castillo, ya con un pie dentro de este, el dolor se hizo aún más pronunciado que la primera vez, me quité la capa arrodillándome en el suelo. Noté que ya no había agua alrededor, eso significaba que estaba en un lugar con un campo de fuerza que le evitaba entrar; el dolor me hizo tirarme al suelo por completo, gritaba fuertemente, no sabía de nada más de mi entorno, solo el dolor punzante, me dejó en shock, era como si me colocaran una braza al rojo vivo en la piel. Mi vista se comenzó a nublar por el dolor y me desvanecí.
Minutos después, que parecieron horas, desperté y miré a mi alrededor, la habitación era enorme, en el aire se percibía el olor a flores exóticas. Observé el balcón en un extremo y las puertas abiertas. Los peces se veían nadando, pero no podían entrar, me levanté y atravesé el umbral. El agua estaba ahí y los peces también, aunque no podían entrar al área del castillo o a la redonda.
Me puse en pie, acomodando mi cabellera, que estaba muy despeinada. “¿Cómo llegué aquí? Detesto perder la conciencia, me provoca lagunas mentales. Debo de controlarme”, pensé.
Giré buscando más cosas asombrosas, pero no vi nada más que una cama enorme (donde estaba acostada) en la que caben más de diez personas, una lámpara y un escritorio (con hojas blancas sobre él y un tintero y su pluma roja). Además de un closet del tamaño de una casa y muchos cuadros pintados, en ellos se retrataban personas que en cierto modo se me hacían familiares. Eran nueve retratos y en cada uno figuraba una mujer con aspecto no muy diferente al mío, ojos violeta, cabello chino, piel blanca, lo único que cambiaba era la forma de la cara y la complexión corporal.
Todas las mujeres llevaban un anillo color plateado, y en el ribete de la pintura decía el nombre de cada una de ellas: Anna Phoenix, Estefanía Phoenix, Lizzy Phoenix, Alice Phoenix, Kim Phoenix, Ángela Phoenix, Zoe Phoenix, Abigail Phoenix y Helene Phoenix; después de esta última había un cuadro más grande y vacío, lo cual me pareció muy curioso, pero lo ignoré. Una pregunta invadía mi mente, ¿por qué todas ellas llevan el mismo apellido que yo y se parecen mucho a mí?
Abrí la cortina de seda que cubría la entrada al closet. Entré y encontré un espejo que abarcaba toda la pared del fondo, la ropa tapizaba el resto de las paredes, observé cada prenda y todo era hermoso, algunas cosas modernas y otras antiguas, pero todo único, cuando de pronto escuché a alguien tocando la puerta. Salí y me recosté en la cama. No respondí, me hice la dormida.