Bennu sangre y traición (libro 2) Completo

5

—¿A dónde fue Milena? —se escuchó la voz de Sebastian. Después, ya no pude escuchar nada. Era un silencio sepulcral que se rompió con las siguientes palabras del bastardo.

—¡Búsquenla y tráiganla! La quiero viva, yo seré quien la destruya.

Avancé con cuidado, evitando hacer ruido y tratando de no encender las antorchas que con cualquier chispa ardían, no quería que me encontraran. Mantuve mi fuego calmado, que, después de la lucha, ya se había extinguido casi por completo. Presté atención a los sonidos y mis sentidos estaban agudizados. Sin mucha tardanza llegué a la intersección donde estaban las dos puertas, la de la cocina y la que aún no exploraba.

Los pasos de los secuaces de Sebastian se escuchaban aún más cerca, no se alcanzaban a ver, pero por el sonido de las pisadas… podía darme cuenta de que no eran hombres normales, eran más ligeras que los humanos.

Di un breve vistazo hacia atrás, esperando ver a mis perseguidores, más sólo podía percibir sus sombras a lo lejos, una de las puertas se abrió de par en par y una mano helada me obligó a entrar, sujetándome del antebrazo izquierdo y jalándome hacia la oscuridad en esa puerta. Al entrar en ella, desapareció tras una pared de hielo grueso.

Instintivamente, sacudí mi mano, para tratar de soltarme del desconocido, estaba en un lugar oscuro. Estaba segura de que era una cueva, las rocas que la conformaban tenían pigmentación sepia, era un lugar muy grande, lleno de túneles pequeños que te llevaban a lugares inimaginables. Yo estaba en un lugar alto, a unos pasos de mí había escaleras que te llevaban a una zona más baja, de ahí provenía una luz mortecina naranja.

Tomé una de las antorchas que había a mi lado y la encendí, en poco tiempo el fuego estaba en su máximo esplendor, pude observar a la persona que me había hecho entrar al lugar y salvado de ser capturada por los aliados de Sebastian.

Era una chica rubia, su cabello era largo hasta la espalda baja y ondulado, era un poco más alta que yo, delgada, piel blanca, labios color vino, nariz puntiaguda y pequeña, traía un vestido negro magistralmente limpio y sin mangas, en el cuello llevaba un collar con una Z pendiendo de él, sus uñas eran naranjas y largas como garras. Pero lo que verdaderamente me aterraba y me angustiaba al estar en su presencia eran sus ojos gris claro, tan pálidos que parecían estar muertos, que me escudriñaron dentro de mi alma, observando lo más oscuro y secreto de mi ser. Estoy segura de que si ella te viera en este momento, sentirías tanto terror como yo, a menos que te guste una mujer que pueda leer tu alma, sin siquiera tocarte o hablar contigo.

—¿Quién eres tú? —le pregunté, sin ninguna cordialidad.

—Mi nombre es Zile, pequeña humana llamada Milena Phoenix, creo que tu difunto padre no te enseñó modales —dijo con tono seductor.

—No metas a mi padre en esto —dije, sintiéndome atacada.

—Tranquila, pequeña, deberías de tratarme con más respeto, acabo de salvar tu vida, ¿y así me lo agradeces?... Mejor sígueme. No planeo quedarme todo el día aquí parada —dijo mientras daba media vuelta para bajar las escaleras de piedra.

Sin más remedio, comencé a seguirla con la antorcha en mano. En todo momento estuve alerta. Sentía que alguien iba a saltar sobre mí para atacarme, o hasta la misma Zile podría hacerlo. Ella iba descalza y parecía que las piedras no le hacían daño alguno, mientras que a mí me molestaba sentir las puntas afiladas bajo mis zapatos.

A mitad de las escaleras Zile se giró y me miró fijamente a los ojos, su color gris pálido me provocaba asco y repulsión, era demasiado extraño. Ella esbozó una sonrisa algo torcida, sus labios color vino parecían una línea hecha con un plumón, a eso súmale la luz mortecina naranja que le daba una iluminación sombría a su rostro, estuve a punto de correr. Sus ojos ahora eran negros, hasta la parte blanca. Les juro que no sé cómo pude quedarme ahí, frente a esa mujer demoníaca.

—¿Por qué estás tan callada, pequeña? —me dijo, intentando sonar tierna, pero era todo lo contrario, mis rodillas se doblaron y casi caigo al suelo.

—Porque estoy meditando sobre este lugar —inventé, cuando en realidad mi mente estaba perdida en algún lugar del pasado.

—Puedes preguntarme lo que tú quieras.

Sin dudar, pregunté lo primero que se me vino a la mente.

—¿Por qué me salvaste?

—Porque tu hora de morir aún no ha llegado.

Su respuesta me provocó un escalofrío en todo mi cuerpo, sentí como si alguien hubiera pasado su dedo frío por mi columna vertebral y el estómago se me contrajo.

—Espero y que no sea pronto —logré decir.

—Todo llega a su tiempo, pero debes de estar lista —dijo tranquila, mientras movía sus dedos esqueléticos, como si tejiera una telaraña en medio de nosotras.

—¿Qué hacemos aquí abajo?

—Trataré de guiarte hacia fuera del castillo.

Seguimos bajando las escaleras, yo sabía que tenía que darle las gracias, más no quería hacerlo. Era un ser extraño, como las mujeres felinas que vi hace unos momentos, pero peor. Al parecer, existían muchas más criaturas dentro de Bennu, me faltaba mucho por conocer, y era por esa razón que creía que no debería ser la reina.

En el fondo del precipicio había un río ancho de magma volcánico, mientras que a las orillas de él había unas celdas construidas con la misma piedra de la cueva, algunas solo tenían una puerta con una pequeña ventana, donde podías ver hacia dentro, y otras tenían barrotes de magma ardiendo, semi-solidificada.

Terminamos de bajar las escaleras en silencio. Pasando por el frente de las celdas, eran de distintos tamaños, en algunas hasta podría caber una ballena y en otras, hasta un pequeño ratón, esas eran las que alcanzaba a ver.

—¿Qué hay dentro de las celdas?

—Toda criatura interesante de Bennu. Me gusta mucho incluirlas en mi colección, que, por cierto, estás viendo —me dijo mirándome de una manera peculiar, que en alguna ocasión había visto en los ojos de Vladimir, cuando estuvo a punto de matarme. Algo dentro de mi cabeza me gritaba que saliera de ahí en ese mismo momento.




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