Bennu sangre y traición (libro 2) Completo

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El dolor en mi costado derecho y en mi pierna se estaba expandiendo por mi cuerpo conforme iba avanzando hacia donde Zero tarareaba una canción que yo no conocía, movía uno de mis brazos para arrastrarme por el suelo porque no me podía poner en pie, creo que mi pierna derecha estaba quebrada, al igual que mis costillas del mismo lado, debió de haber sido por el tremendo golpe que me di al llegar al suelo.

—Ya casi llego —le dije en medio de quejidos.

—¿Qué te pasó? —me dijo cuando estuve más cerca de él.

—Creo que estoy muy herido. Me parece que llegamos a la salida del nivel tres, donde comenzaremos el ascenso verdadero para llegar al nivel cuatro, y según creo al lugar preciso donde está un túnel secreto para entrar al castillo de Sebastian.

—Ya, guarda silencio por un momento, intentaré ayudarte, pero necesito algo de luz para ver dónde están las heridas.

—Hum… —me quedé pensando por un momento.

—Ya sé, tengo un encendedor de cuando estaba en Nacteo. Me sacaré la camisa para encenderla y hacer una fogata, ¿puedes tocar por algún lugar un tronco o algo parecido?

—No, pero tengo una daga larga que le iba a lanzar a Sebastian, dame la camisa para preparar la antorcha —le dije, saqué la daga de mis botas y nos tardamos unos momentos para poder entregarnos la camisa y después la antorcha improvisada, él la tomó y la encendió con su artilugio de los nacteanos y por primera vez pudimos observar el entorno del agujero donde estábamos metidos.

Las paredes eran de diamante, la luz que el fuego emanaba, la superficie de la cueva la redactaba en tantos colores diferentes, como el verde, rojo, azul, amarillo, morado y otras variaciones. Era un espectáculo hermoso, pero el dolor que sentía en mi cuerpo me regresó a la cruda realidad, que teníamos mucho que subir y rescatar a todos los secuestrados que tenía Sebastian.

—¿Dónde te duele? —me preguntó.

—Técnicamente, me duele todo, pero en especial la pierna y mis costillas del lado derecho.

—Ok, sostén la antorcha y yo te ayudaré —me dijo mientras que intentaba sentarse. Después de entregarme la antorcha, Zero se quejó en silencio.

—¿Qué te pasó amigo?

—Creo que mi pierna izquierda está fracturada, caí sobre una piedra, tal vez pueda hacer algo para que no me duela tanto, ya que mi don no me puede curar.

—Buscaré alguna tabla o algo recto para entablillarte la pierna y algo para hacer unas muletas.

—Quédate quieto, te curaré ahora mismo.

Los pequeños remolinos que ya me habían curado momentos antes volvieron a hacer acto de presencia dentro de mis heridas que sangraban, sentía como cada hueso se acomodaba lentamente y los músculos, nervios y demás uniéndose para cerrar las heridas que ya no dolían tanto.

—Creo que ya estás listo —exclamó derivándose sobre el suelo para descansar por la energía que había perdido al sanarme y por los golpes que tenía por todo su cuerpo, yo todavía llevaba la capa de los hombres gatos puesta, me la quité y se la di para que la usara y no le diera hipotermia.

—Vuelvo en poco tiempo, te dejo aquí la antorcha, pero pásame el encendedor para buscar el material necesario…

—Llévate la antorcha, tú la necesitarás más, yo haré algo de fuego con una parte de la capa —me interrumpió.

—Muy bien, regreso lo más rápido posible, si necesitas algo háblame.

Caminé tanteando el piso para ver si encontraba algún madero que me pudiera servir para ayudar a Zero, después de andar por demasiado tiempo lo único que pude obtener fue un trozo de diamante tan largo y delgado para servir de bastón.

Regresé guiándome por la pequeña luz del encendedor que traía Zero en su mano, no sé cuánto tiempo estuvimos debajo de la tierra, pero algo era seguro, “necesitamos salir de aquí lo antes posible, estas cavernas las asechan bestias que no nos darán la bienvenida” pensé.

Un objeto duro como si fuera de cristal macizo se escuchó estrellarse en el suelo a unos cincuenta pasos de distancia al oeste de mi posición. Mis piernas se movían por sí solas como si yo no tuviera control de mi cuerpo.

Llegué al lugar de donde provenía el eco del cristal, se sentía el aire distinto, algo caliente, como si fuera el de una respiración. Momentos después escuché precisamente un sonido gutural proveniente de una bestia que se encontraba en las sombras y no la alcanzaba a iluminar la débil flama de la antorcha.

Continué caminando sin temor alguno hasta que mis botas negras golpearon un objeto que parecía una rama, me agaché con cuidado de no hacer ruido y mover más ese objeto, la luz mortecina de la antorcha alumbró una hermosa espada de diamantes, con el mango de plata y en él había un fénix hecho de rubí. Al instante sentí la vida de Nerak mi extinta y fiel fénix, era como si ella estuviera viva dentro de la espada, como si fueran una sola y creo que esto puede ser real porque existe un mito sobre eso, que dice así:

 

“Hace muchos años las fuerzas del mal casi se apoderaban por completo de Bennu, los fénix no se unían a sus jinetas, así que matarlos era mucho más simple. Un jinete puede vivir sin su fénix pero el fénix al morir no lo abandona del todo.

Tiempo atrás existió un jinete de fénix llamado Avil, él era muy distraído y le encantaba tomar bebidas embriagantes después de ganar muchas de las batallas en las que había luchado, aunque algunas veces cometía el error de ayudar al enemigo por su falta de atención, una noche fue a la caverna del nivel dos que estaba en el centro del poblado, bebió hasta que ya no pudo hacerlo más, perdió la conciencia de todo lo que estaba a su alrededor, hundiéndose en su depresión por la pérdida de su amada Julie quien había muerto a manos de un hombre gato, mientras que él tenía un combate cuerpo a cuerpo con un cíclope, que según dicen le estaba metiendo la paliza de su vida.

A lo lejos escuchaba el resonar de un llanto que confundía con el de su esposa al sufrir graves cortadas con las uñas del hombre gato, después escuchó golpes contra los árboles que se mezclaban con la daga, rasgando la piel gruesa, naranja y verrugosa del cíclope, además de las pisadas al retroceder, y por último una fuerte avalancha de rocas que caía sobre su atacante después de que le había estrujado las costillas dejándolo moribundo.




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