Bennu sangre y traición (libro 2) Completo

20

Las ninfas volcánicas subieron después de Dael, la reina Firella y Fara. Las ninfas serían nuestras guardianas, atacarían a cualquiera que se acercara a nosotros, un silbido resonó en el sótano del castillo, era tan estridente que pensé que mis oídos estallarían.

—Madre, avisa cuando uses ese silbato.

—Lo siento, hija, pero es necesario que ya estén aquí los nohgs. Requeriremos refuerzos. Esta pelea no será tan fácil como la anterior.

Al decir esto todos sacamos las armas que llevábamos, algunas todavía estaban manchadas de sangre por la última batalla, a excepción del arco de Fara y el de Ángel cuyos carcajes aún estaban llenos de flechas; cuando estos fueron creados por los antiguos bennuanos les incluyeron una reserva que es inagotable, las células que las forman se reproducen constantemente a un ritmo moderado para que se dupliquen cada vez que un vacío se presente en el carcaj. Todavía no logramos descifrar como hicieron eso los ancestros.

El sótano, que al principio estaba tan oscuro como el hocico de un lobo, ahora estaba iluminado por el cabello y los vestidos de las ninfas. Fara y la reina Firella aún seguían en su forma de ninfas, para que ellas las respetaran e hicieran lo que se les ordenara.

El suelo estaba hecho de mármol negro, pero podía reconocer este lugar a pesar de los cambios que le hubieran realizado, aún seguía oliendo a humedad, opresión y soledad, hasta tenía ese característico olor a hierro de la sangre inocente que se había derramado en este lugar; era el calabozo donde murió Milena y han torturado a tantos bennuanos.

Las paredes estaban cubiertas de barrotes que ardían con el menor y más leve contacto humano que tuvieran, y tras de ellos estaban tantos bennuanos que habían sido arrebatados de sus hogares, al igual que los elegidos y los soldados del ejército de plata.

—No fue tan difícil encontrarlos —dijo Ángel.

—Lo difícil será sacarlos de aquí —añadí.

—Déjale todo el trabajo a los nohgs, ellos podrán sacarlos de aquí —dijo la reina Firella, cada uno de mis compañeros se fueron desplomando y los nohgs se desintegraron en el suelo.

“Emboscada” fue la última palabra que se me vino a la mente antes de sentir un fuerte golpe en la cabeza, aunque intentaba liberarme del enérgico agarre no lo lograba, me quitaron mi espada. Golpeé fuertemente en la nariz a uno de los seguidores y él me dio otro puñetazo en el ojo nublándome la vista, lo tumbé con mi pierna dándole una patada de frente, pero el que me sujetaba por detrás me dio otro fuerte golpe en la sien, dejándome inconsciente por unos instantes.

Cuando desperté estaba sentado en una silla de metal, encadenado a la pared como si fuera una criatura salvaje, con mis cuatro extremidades enganchadas a la pared y con la mínima posibilidad de moverme, y por si fuera poco también estaba amordazado.

Miré hacia los lados, aún estaba en el calabozo de la perdición, ya no lograba ver a ninguno de los elegidos, los soldados del ejército de plata o al resto de mis compañeros de expedición.

Quería gritar y lo intenté. Con mi lengua intenté sacar la mordaza de mi boca pero era completamente imposible, estaba tan apretada que me era imposible mover la quijada, solo podía ver una nube borrosa acercándose a mí, después vi el brazo de alguien que se movía tan rápido con la mano en forma de puño y se estampó en mi mandíbula, esta respondió con un crujido muy fuerte y mi labio sangró por los dientes que se habían encajado en el labio inferior. El ardor y la ira comenzaban a dominarme, la sangre se sentía tibia, volvió a alzar su brazo para darme otro puñetazo, pero esta vez alcé ambos brazos encadenados a la altura de mi cara para bloquearlo.

—¡Vaya! Ser un fugitivo de mi ley te ha dado valentía para enfrentarme, y por lo que veo hasta te has vuelto más fuerte, al menos sirvió de algo que te pusieras en mi contra, ya no eres el débil que no luchó por Alice —dijo acercándose demasiado a mí, pero no lo suficiente para poder asfixiarlo con mis propias manos.

“¿Por qué me tiene atado? Desearía estar desatado para ponerlo en su lugar y que sepa quién es el que manda aquí” pensé.

—Lobo, quítale la mordaza —ordenó Sebastian todavía con mi mismo aspecto, lo repudiaba con mayor fuerza, por eso, ¿cómo pudo haberme mentido todo este tiempo?, diciéndome que él era mi hermano, quizás hasta mató a mis padres para poder llegar a los reyes, lo odiaba tanto.

—Maldito —fue la primera palabra que salió de mi boca —¿Qué les has hecho a mis padres? ¿Cómo pudiste ser un niño cuando yo lo era? Tu teatro de ser mi gemelo ya no me lo trago, muéstrate en la forma que eres en realidad.

—¿De qué estás hablando Darsving? Soy tu hermano, nuestros padres murieron hace años y nadie sabe cómo, nos trajeron al castillo donde los reyes nos trataron como a sus hijos, pero sin los mismos derechos, por eso ahora yo reclamo mi derecho de ser el rey.

—¿Qué estás diciendo? Ya sé que no eres quién dices ser. No eres el Sebastian que creció conmigo, no eres mi gemelo, eres un viejo, el padre de la reina Firella y abuelo de Fara.

—Estás loco y resentido porque te quité al amor de tu vida, a Alice —dijo las palabras con deseo y anhelo de hacerme sufrir, estas retumbaban en mis oídos como si alguien estuviera dentro de mí y las pronunciara una y otra vez, aumentando su intensidad y los pinchazos en el corazón que sentía al recordar a la joven que tanto había amado hace demasiados años.

—¿Cómo puedes soportar, haber matado a la única persona que te ha amado en esta vida?

—Eso no te importa —dijo esto último con su voz asqueada por la plática que estábamos teniendo.

—Sabes que digo la verdad, espero y que algún día dejes de ser el malo de la historia por no poder olvidar el pasado, porque no puedes olvidar que eres el hijo ilegítimo de rey Lion. Tú no eres mi hermano. Tú no eres mi sangre. Tú eres un Phoenix y no un Anxel —cada palabra era como una apuñalada y se reflejaba en su rostro iluminado por las antorchas que había en las paredes pedregosas.




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