Bennu sangre y traición (libro 2) Completo

22

 

Me tumbé en el suelo, me sentía tan cansado que no podría dar un paso más, dejé caer a Alexander por un lado y le até las manos con un pedazo de tela que encontré en mi bolsillo, era de la túnica que habíamos usado Ángel y yo para hacer una antorcha con la daga, los demás también se sentaron a mi lado formando un círculo, Ángel había dejado a Nell por un lado, Ann aun llevaba en los brazos a Issa y Dael no podía despegar los ojos de Payton, no la había bajado de su regazo cuando nos sentamos todos.

Y por primera vez sentí demasiada hambre, la mayoría se sujetaban el estómago, pero no querían decirlo, hasta que Fara se atrevió a hablar, pero antes se puso de pie, algo inquieta por la revelación anterior de la reina Firella.

—Iré a buscar algo de comer

—Yo también voy —dijo Ángel.

—Preferiría ir sola —le contestó rápidamente.

—Tienen que ir varios, porque no sabemos qué peligros nos asechan en medio del bosque, hasta ahora estamos a salvo porque estamos en la costa —dije. Fara accedió de mala gana.

—Yo también voy —dijo Coral y Cardo.

—Dael quedas a cargo aquí.

—Está bien Darsving, y traigan suficiente comida que muero de hambre.

—Lo intentaremos ¡Vamos!

Me adelanté, miré hacia atrás a cada uno de ellos, todos se veían igual, tenían hambre, estaban sedientos, querían regresar a casa, mínimo descansar y poder dormir después de un día tan largo, aunque creo que los más cansados éramos Ángel y yo que comenzamos antes que todos ellos.

“Regresando comeremos algo y los llevaré a la cabaña para que descansen ellos, yo seguiré buscando el cuerpo de Milena por cada uno de los niveles y la verdad es que ya quiero ver a Auri” me dije, sintiendo en mi estómago una sensación extraña, pero agradable, tenía años de no sentirla, desde antes de la muerte de Alice.

Avanzamos por en medio de los árboles y los arbustos abundantes, con los ojos muy abiertos, dispuestos a encontrar algún fruto que nos diera agua y algo que el estómago pudiera digerir.

—Vámonos por aquí. Abran bien los ojos, no todos los frutos crecen en la parte superior de los árboles —les dije.

—¿Cómo te sientes Fara? —le cuestionó Ángel en voz muy baja.

—¿Cómo crees que me voy a sentir? Estoy decepcionada. Mi vida se derrumbó en un instante —dijo con lágrimas en los ojos.

—Lo sé.

—No, tú no sabes nada de cómo me siento.

—No puedes juzgarme, apenas me conoces y no sabes todo lo que he vivido —dijo Ángel, mostrando el dolor que sentía al recordar cosas que él solamente sabe de su pasado.

—Lo siento, Ángel. No sabía que tú también habías sufrido —dijo Fara, acercándose a él y después lo abrazó fuertemente y él a ella, se veían hermosos juntos, me hacía extrañar más a Auri y a Alice.

—Tengo sentimientos encontrados —susurré más para mí que para otra persona.

—¿Qué te ocurre Darsving?

—Nada, solo pensamientos que vienen a mi mente que me hacen volar de donde estamos. Aunque gracias por preguntar, Coral.

—Miren ahí —dijo Cardo señalando muy alto uno de los árboles, había un fruto que habíamos experimentado con él, era la mezcla de dos frutas, la primera era el celedon y la segunda la fresa, y el resultado había sido la forma de una fresa de color azul brillante, con las semillas plateadas y diez veces más grande que una fresa normal.

—¿Cómo las bajaremos? —preguntó Fara.

Ángel y Coral desplegaron sus alas casi al mismo tiempo y subieron volando para bajar esa rica fruta, primero cortaron cada uno cuatro y después bajaron otras cuatro, fue una tarea muy fácil porque la luna alumbraba.

Al irnos llevábamos tres Ángel y yo y los demás cargaban con dos. Aceleramos el paso ya que el estómago nos hablaba a gritos y dolor que ya necesitaba algo que comer.

El camino de regreso se nos hizo eterno, nadie hablaba, pero Fara y Ángel iban muy juntos, al fin se había relajado tanto ella que había vuelto a ser una chica “normal” y Ángel iba en su forma Nacteana, aunque ya no se veía igual a cuando había llegado, estaba tan golpeado que era extraño ver su piel sin golpes o cortaduras y su brazo de plata aún estaba. Los brazaletes son tan curiosos, ellos saben las necesidades de los propietarios y se las dan, sin miramientos, si son buenas para ellos, como el brazo de plata que se puede mover como si fuera de carne y hueso. Mi lado científico quería ver cómo funcionaba, pero no iba a cortarle ese nuevo brazo a mi amigo.

—Darsving ¿crees que mi hermanita siga viva? —cuestionó esperanzada Coral.

—Lo más probable es que todavía lo esté, pero si no la encontramos mañana, quizás esté todo perdido —dije mirando hacia la nada.

—Yo iré a buscarla contigo, es mi culpa lo que pasó. Si me hubiera dado cuenta antes de que Sebastian era el malvado y no tú, ella estaría viva aún y no estuviéramos metidos en este lío —decía llorando, toda la fortaleza que tenía desde que salimos se derrumbó de un momento a otro.

—Tranquila. Todo saldrá bien —dije sin creerme las palabras.

—Gracias Darsving.

—No me des las gracias.

—Claro que sí. Tú has confiado en mí, aunque no haya hecho las cosas a como debía.

—Todos cometemos errores —dije sin pensar las palabras, recordando el día que Alice había muerto y cuando escapé tras la evidente muerte de Milena y aún más cercano, cuando dejé a Auri por venir a esta expedición.

Al fin llegamos a donde estaban los demás, todo estaba a como lo habíamos dejado a excepción de una fogata, que no dudé en apagar inmediatamente.

—Cardo congela el fuego, intenta que no se haga nada de humo. ¡Están locos! El humo que producen las llamas le darán nuestra ubicación exacta a Vladimir y a Sebastian —dije molesto, tratando de moderar mi voz. Cardo repartió las dos fresas y siguió la orden que le había dado al pie de la letra.

—Ahora tenemos que comer para salir de aquí lo antes posible —complementé.




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